Lucy llamó a mi puerta aquella noche. Un rayo de luna caía sobre su rostro, su ropa empapada. Al menos la lluvia le había dado una tregua.
- Tenemos que hablar.
Dijo de mí demasiadas cosas, buenas y malas. Maldijo el día en que nos conocimos y bebimos hasta acabar juntos en la cama, amándonos una vez más. Quizá fuera el aroma de su perfume lo que me volvía loco, o quizá el tacto de sus labios ardiendo poco a poco junto a los míos. Puede que fuera la luz de su mirada o aquella mágica sonrisa invitándome a soñar mil locuras.
Y enloquecimos.
¿Que por qué yo le gustaba también? Ni idea.
Acabamos tardísimo y dormimos como lirones. Me desperté con sus ojos brillando sobre los míos y un beso tan profundo que un instante me pareció infinito. Y me susurró.
- No dejes de escribir.
Y ahora escribo. Escribo esos recuerdos como si fueran un tesoro de otro tiempo en el que pudiéramos habernos amado de verdad alguna vez. Lástima que, aunque ella sea real, tan solo sea ocurra esto a causa de mi imaginación romántica y pervertida, volviendo a hacer de las suyas, regalándome una película que pueda disfrutar al menos, aunque sea en mi soledad.
El rock'n'roll rápido y el jazz suave,
un heavy lento y un ritmo pesado,
letras con talento para un corazón -a veces- amargado
y el buen gusto, el buen tacto,
el placer de un buen vino compartiendo
algo más que un momento.
Un mirada, una risa, un chiste,
un drama, más guerra de la buena
y menos llantos.
Aunque también los aguanto.
Nada de guerras de esas
que dejan muertos y a tantos
huérfanos,
mutilados,
sin dinero, sin futuro,
sin alimento ni refugio,
con dolor sin razón
porque hay quien razones
tiene para olvidarlo.
Ni a racistas, ni a imbéciles,
ni a xenófobos odio tanto
como odio las mentiras
y la crueldad sin mesura,
si quieres mi número apunta,
ya lo tirarás a la basura.