Hay muchísimas razones por las que este 8M tenemos que salir a la calle y es que a los feminismos todavía nos queda mucho trabajo por hacer: erradicar la violencia de género, acabar con el techo de cristal, conseguir que el trabajo de cuidados no sea sólo cosa de mujeres… Entre todas esas cosas importantísimas, hay una que también es fundamental: la sexualidad femenina. En este artículo, hablamos de estereotipos, coños, orgasmos, consentimiento y mucho más.
Por Cecilia Bizzotto
Cecilia Bizzotto es socióloga, portavoz y creadora de contenido para JOYclub. Divulga sobre sexo y placer desde un enfoque feminista, fomentando una visión desestigmatizada de las fantasías y las sexualidades alternativas.
¡Disclaimer!
Este artículo está escrito con una mirada claramente heterocentrista. Dicho sin palabras pedantes: pensando en mujeres que se relacionan con hombres (todas y todos cisgénero). Aunque está así pensado porque creo que es en este tipo de relaciones donde más se reproducen los esquemas machistas de los que hablo, otras miradas son necesarias. Estoy segura de que enfoques no hetero, trans o racializado, aportarán muchísimos matices o ideas que enriquecerán mucho el debate que yo misma he abierto. ¡Así que, cuando llegues al final del texto, no dudes en participar del foro!
Ni pasivas, ni sumisas
Si hay algo que nos afecta a todas y todos son los roles y estereotipos de género: las normas sociales que nos dicen, cómo deberíamos comportarnos, qué nos debería gustar, cómo debe ser nuestra personalidad…
El mismo machismo que educa a los hombres en la competitividad y la violencia, es el que insta a las mujeres a ser seres frágiles y complacientes. Ni lo uno ni lo otro es culpa de una biología que inevitablemente nos ha hecho así, sino de una educación social patriarcal (aunque muchos científicos se mueren de ganas de justificar lo que es cultural hablando de evolución y hormonas).
En el terreno de la sexualidad esto está más que claro. Ese “role-play” de género, por ejemplo, se aprecia las normas de la seducción y el ligar.
Estas imposiciones sociales, de hecho, se ven en la forma en la que vivimos nuestra erótica. Por ejemplo, quienes toman la iniciativa en el sexo tienen que ser los hombres porque, presuntamente, nosotras tenemos menos libido. ¿A qué sí, chicas? Que no es que estemos aburridas del mete-saca y de compañeros que no tengan ni idea de dónde están nuestros clítoris, sino que la explicación está en nuestros cuerpos. Claro, claro, ellos “necesitan” el sexo, para nosotras es… un complemento (si no estás leyendo la ironía, mira el video).
5 Razones por las que el 8M debes salir a la calle
Sí, ya sé lo que estás pensando y te doy toda la razón: esos estereotipos de género nos afectan a hombres y mujeres y limitan la libertad sexual de ambos. Tíos, si os pensáis que el feminismo no es cosa vuestra, estáis muy equivocados. ¿O no sentís que debéis ser proveedores de nuestro placer a través de vuestras viriles pollas? ¿No creéis que si no se os levanta o si os corréis “demasiado” rápido, no valéis para nada? ¿No os preocupa el tamaño de vuestro pene o el tener que demostrar que siempre tenéis ganas de follar? ¿Y qué me decís de lo aburrido que es que no podáis explorar vuestros culos por miedo a que se ponga en duda vuestra apreciada heterosexualidad?
Sí, a vosotros también os jode un montón el machismo. ¡Así que os quiero luchando contra él!
“Con o sin ropa, mi cuerpo no se toca”
Aunque sí que hay algo que afecta a los cuerpos de las mujeres en particular y son los abusos sexuales. Ojo, que los hombres también pueden sufrirlos: hace poco se hizo viral una entrevista a una mujer que se reía con desparpajo de drogar y abusar de su novio. Claro, como nosotras somos seres indefensos… ¿Cómo vamos a doblegar a un macho?
Aun así, sabemos que el 84 % de las víctimas de abusos y violaciones son mujeres y el 96 % de los responsables de estos delitos, son hombres (Ministerio Interior de España, 2020). Negar que la violencia sexual existe es como decir que la tierra es plana.
Pero no hace falta hablar de violaciones para reivindicar la importancia del consentimiento. ¿La meta? Que nunca se dé por hecho el “Sí” de nadie. Así que si llevo minifalda o voy desnuda, no voy “pidiendo guerra”. O si estoy registrada en JOYclub, no significa que sea una “presa fácil” y mucho menos que quiera tener sexo contigo. E incluso que un “sí” no tiene por qué serlo todo el rato o para todas las prácticas.
Si quieres leer más sobre consentimiento sexual, lee este artículo. Incluye una entrevista a Anneke Necro y Pauline Massimo.
¿Placer femenino? ¿Eso qué lo qué?
Durante siglos, la sexualidad y el placer femenino fueron relegados a un segundo plano. El sexo era algo meramente reproductivo e ideado para otorgar placer del hombre, por lo que todo se reducía al coito y acababa cuando él eyaculaba. “De aquellos polvos, estos lodos”, porque por mucho que haya cambiado nuestra sociedad, nuestra sexualidad sigue siendo coitocéntrica, falocéntrica y orgasmo céntrica. Vamos, muy “céntrica” en ellos.
Bueno, sí que algo hemos cambiado. Si antes la importancia del orgasmo y los placeres de las mujeres era nula, en la actualidad parece que es “responsabilidad” del hombre. En relaciones heterosexuales, claro. De hecho, no sé si lo sabías, pero desde que Gregorio Marañón (uno de los primeros sexólogos) dijo “no hay mujer frígida, sino hombre inexperto”, ya no somos ni dueñas de nuestro placer.
Esa idea de que nuestro placer depende de las habilidades y conocimientos del hombre todavía tiene calado en nuestra cultura. Tanto es así que, aunque las mujeres españolas de entre 18 y 25 años no tienen una satisfacción sexual muy alta (de media, de 6,6 sobre 10), su práctica más habitual es la penetración vaginal (74,6 %), por encima, incluso, de la autoestimulación (66,5 %). Vamos, que es más probable que una chica joven tenga sexo penetrativo con otro hombre a que se toque ella misma.
Y así, amiguis, es como se explica la brecha orgásmica: mientras que el 95 % de los varones llega siempre al orgasmo durante sus encuentros sexuales, sólo el 65 % de las mujeres heterosexuales tienen la misma suerte (Archives of Sexual Behavior, 2018).
Pensarán ustedes que esto es porque nuestros coños son aparatejos complejos, física cuántica en estado puro. La realidad es que las mujeres lesbianas no tienen tanta mala suerte como sus congéneres y el 86 % de las bolleras sí llega al clímax, así que igual ahí no está la explicación.
Conocimos la luna antes que al clítoris
Ese olvido de nuestros placeres se explica también por la falta de conocimiento del cuerpo femenino. Y no hablo sólo de que nosotras mismas no conozcamos nuestros cuerpos (normal, con la poquísima educación sexual que hemos recibido). No, es que la comunidad médica hasta hace dos días no conocía prácticamente nada sobre nuestras vulvas. De hecho, fue recién en 2005 cuando una uróloga australiana llamada Helen O'Connell, descubrió la anatomía de nuestros coños y reveló el enorme potencial del clítoris.
Así que imagínense, señoras y señores, si la ciencia recién ahora está descubriendo cómo va nuestro cuerpo: ¿Qué estamos aprendiendo nosotras mismas sobre él? Tiene gracia: ¿Te has fijado alguna vez que cuando se enseñan los genitales femeninos y masculinos en la escuela, nunca aparece el clítoris? Al parecer, sólo nuestro útero y trompas de falopio son importantes. Claro, porque eso es para hacer bebés, el destino inevitable de toda mujer que se precie.
Todo eso se suma al rechazo cultural hacia las vulvas que, pobrecicas mías, ni dibujarlas sabemos. Muchos coños, de hecho, nunca han sido mirados ni con un espejito. Que sí, ya sé que lo nuestro está un poquito más escondidillo pero… ¡Es una que locura las mujeres adultas no se las conozcan!
En este artículo te cuento cómo fue mi relación con mi coño y cómo cambió al hacerme un molde de mi vulva:
“No soy un cacho de carne”
Además de todo lo anterior, tenemos la cosificación. Cosificar es convertir en “cosa”. Despojar a una persona de sus atributos humanos, de sus sentimientos, anhelos y deseos. Es objetivizar. Deshumanizar. Reducir. Denigrar. Subordinar.
Cosificar es volver a alguien, un “algo”. Un objeto sexual que sólo es visto a través de esa mirada masculina que ve culos, tetas y coños, pero no reconoce ideas, emociones y vidas. Y cosificar no tiene por qué ser necesariamente malo, a veces nos pone y, en mayor o menor grado, lo hacemos todas. El problema viene cuando la sexualización se vuelve la única mirada hacia las mujeres, que destacan en sociedad sólo por ser bellos objetos follables. Muñecas hinchables que a veces dicen cosas.
La cosificación no sólo afecta a mujeres, de hecho, es muy interesante su interseccionalidad. Es decir, las mujeres trans son a menudo reducidas a objetos hipersexuales y consumibles. Las mujeres racializadas, también. Y las niñas, ni te cuento. Vamos, que el atributo “mujer” sumado a otras variables, es cosificación al cubo.
El patriarcado me come el coño
Por eso, hermanos y sobre todo hermanas, tenemos que seguir luchando contra el patriarcado. Ese que nos reduce a objetos sexys, ese que se olvida de nuestros placeres y cuerpos, ese que no nos pregunta, sino que nos fuerza, ese que nos dice que somos frágiles y sumisas.
Para que podamos volver solas y borrachas sin que nadie nos toque un pelo. Para que no nos envíen fotopollas. Para que no se abandonen nunca más nuestros cuerpos. Para que la ciencia nos investigue y nos tenga en cuenta. Para que el placer de las mujeres sea igual de importante que el de los hombres y, sobre todo, para aprender a proveernos nosotras mismas de él.
¡Que tengas un reivindicativo 8M!
Con amor y mala leche,
Cecilia Bizzotto
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