La educación en sexualidad es el pilar básico para poder tener sociedades más abiertas, igualitarias y libres en lo que respecta al amor, las relaciones y el sexo. Por eso, hemos preguntado a varias personas dónde aprendieron lo que saben de sexo y a dónde se dirigen cuando quieren aprender más sobre placer y erotismo. ¿A que no adivinas qué contestaron?
Por Cecilia Bizzotto
¿Hablamos de sexo?
Cada vez tenemos más clara la importancia de hacer pedagogía sobre sexo, no sólo para evitar la propagación de enfermedades de transmisión sexual sino para que seamos más libres y respetuosos con las identidades y gustos ajenos. La educación sexual es promover la diversidad, el autoconocimiento, la búsqueda del placer por encima de los tabúes, relaciones más sanas... Y, sin embargo, a pesar de que estamos todas y todos de acuerdo en lo necesario que es educar en sexualidad, pocas personas han recibido una formación digna en los entornos formales, es decir, la familia y la escuela. Especialmente en esta última, poco se enseña más allá de cómo poner un condón.
Para saber un poco más sobre este tema nos hemos ido al Erostreet Festival de Barcelona, un festival con talleres, debates, mesas redondas, shows y stands. Una vez allí, preguntamos a los asistentes a este evento dónde aprendieron lo que saben y a quién recurren cuando quieren saber más sobre sexo.
¿Cómo debería ser la educación sexual?
Ni cuando se nos dio “la charla” sobre sexo en casa, ni cuando se nos enseñó a poner un condón en el colegio para evitar ETS y embarazos no deseados, la educación sexual que estábamos recibiendo no era suficiente ni de calidad. Como expusieron algunas personas entrevistadas, lo que se nos enseña en las escuelas es a menudo coitocentrista y muy asociado a conductas sexuales heteronormativas, obviando otras identidades, orientaciones y como si no hubiera más prácticas sexuales disponibles que la penetración. Se nos ha tratado, a menudo, como si fuéramos penes y vaginas que, en algún momento del recorrido vital, se encontrarán entre sí.
En realidad, la pedagogía debería centrarse en las personas que van a practicarla y asumir que hay “sexualidades”, no una única y monolítica “sexualidad”. Por eso, muchos expertos defienden que la educación sexual que recibimos en las escuelas y que es la que podría garantizar la igualdad de condiciones en materia sexual, debería preocuparse también de enseñar a vivir el placer de manera diversa y las relaciones sexo-afectivas de forma saludable. Por ejemplo, como mencionaron los educadores a los que entrevistamos durante el Erostreet, los y las jóvenes se han visto muy afectados por la pandemia y el encierro, haciendo que muchos no hayan aprendido a trabajar su erótica, su capacidad de seducción y el miedo al rechazo. La escuela tiene la obligación de suplir esas carencias.
¿El porno nos afecta?
La visualización de pornografía en ausencia de una educación sexual profunda, es negativa. Por ejemplo, algunos estudios han demostrado que la exposición al porno en edades muy tempranas en hombres puede generar problemas de disfunción eréctil por el miedo a “no dar la talla” (a veces literalmente). El hecho de que la educación sexual venga exclusivamente de la mano de los contenidos explícitos que sacamos de páginas web gratuitas, es muy peligroso, ya que nos puede generar una imagen distorsionada de la sexualidad.
Si nadie nos cuenta que lo que vemos es ficción e interpretación, podremos crearnos falsas expectativas. Mujeres que hacen squirting sólo con mirarlas, penetraciones anales que se llevan a cabo sin ningún tipo de preparación, gangbangs inagotables, orgasmos y placeres fingidos… Todo esto puede someternos más que liberarnos, hacernos creer inadecuados o insuficientes cuando no conseguimos los mismos resultados que vemos en las pantallas.
Sin embargo, el porno bien entendido puede ser positivo: puede abrirnos a innovar, nos permite conocer nuevas técnicas sexuales o descubrir fantasías que no sabíamos que teníamos. Además, si tenemos pareja y vemos porno con ella, no sólo nos ayudará a “entrar en calor” cuando la monotonía nos enfría, sino que puede ser una excusa para dar a conocer a nuestros compañeros y compañeras de cama lo que nos gusta o nos gustaría probar.
Sea positiva o negativamente, lo que todas las personas entrevistadas tuvieron claro es que el porno afecta y mucho:
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