17 años de experiencia sexual, incontables historias entre las sábanas y todo tipo de parejas. Cómo una noche insignificante lo cambió todo y puso en entredicho muchas cosas.
Por Christina Nevada
Luz tenue, un sofá grande, dos copas de vino. Música cubana de fondo: el sexo es internacional, eso lo entiende perfectamente el hombre argentino que está junto a mí. Por lo demás, no entiende mucho, al menos del idioma alemán. No lleva mucho tiempo en Berlín y apenas lo conozco. No obstante, estamos abrazados en mi sofá y yo empiezo a desvestirme lentamente. En ocasiones, cuando una cita es aburrida, es posible pasar a la comunicación no verbal. Precisamente eso estamos haciendo ahora.
Se encarga él mismo del condón. Qué amable, un hombre moderno. Lo que sigue es menos satisfactorio: la postura del misionero, el perrito, algunas contorsiones y el sudor resultante, todo sin mucha gracia. El orgasmo está tan lejos de mí como el argentino en mi interior lo está de su país.
Vaginal frente a clitoriano
«Orgasmo vaginal frente a orgasmo clitoriano» se puede traducir como «Penetración frente a estimulación externa». Los nervios y el tejido del clítoris se extienden ampliamente en el interior de la vagina. Esto significa que, en última instancia, un orgasmo vaginal también es un orgasmo clitoriano en el que, sencillamente, se estimula otra parte del clítoris. La parte externa es más fácil de alcanzar y, además, suele ser más sensible. Por ello, la mayoría de las mujeres suele tener orgasmos clitorianos.
Ahora hago simplemente lo que quiero
Cambio de postura, porque siempre prefiero estar arriba. A los doce hombres diferentes que pasaron el año pasado por mi cama siempre les gustó bastante. E incluso si el argentino de pelo rizado lo ve de forma distinta: me da igual. Lo que piense no me importa, porque no tengo que volver a verle, ni causarle una buena impresión ni gustarle. Ahora hago simplemente lo que quiero.
Los empujones fuertes se vuelven aburridos rápidamente, sobre todo si el ritmo se mantiene monótono. Pero ahora el ritmo lo decido yo. Estoy sentada sobre él, me muevo hacia delante y hacia atrás, de un lado a otro, mis pensamientos están dedicados únicamente a mis sensaciones. Siento algo intenso, una especie de presión. Relajo mis músculos. Es algo inusual. No puedo mantener la relajación mucho tiempo, casi tengo la sensación de estar rindiéndome. Como si estuviese entregándome al hombre que está dentro de mí, dejándole entrar sin reparos, proporcionándole el control.
Todo esto me parece peligroso, pero entonces recuerdo que no me importa en absoluto el hombre argentino. Lo que me excita es la sensación en la que se transforma la presión mientras me dejo llevar. Por tanto, si me rindo, es ante ella. Ahora intento dejarme llevar cada vez durante más tiempo, una y otra vez, y llega un momento en el que no tengo que volver. He llegado. Con un orgasmo vaginal.
Siento como si el sistema operativo de mi cabeza hubiese fallado. La habitación con el sofá en la que estamos el argentino y yo se desvanece, y en su lugar aparece una ola sobre la cual —o, mejor dicho, dentro de la cual— me encuentro. Me doy cuenta de lo caliente que estoy: el calor viene de dentro y se extiende por mi cuerpo. Una rendición incondicional, pero no ante el argentino. Ante la sensación.
15 años de búsqueda
Llevaba 15 años buscando este momento. Desde diferentes enfoques y con poco éxito. Al principio, imaginaba que un orgasmo vaginal ocurría de forma automática durante el sexo. Más tarde, llegué a la conclusión de que, simplemente, tal vez no era capaz de lograr un orgasmo vaginal. Incluso caí en la autonegación: «Tal vez tengo orgasmos todo el rato, pero no me doy cuenta». Los orgasmos clitorianos los lograba sobre todo mediante la masturbación y el cunnilingus por parte de invitados de confianza. Y ahora acaba de aparecer un nuevo invitado. Por fin he llegado a la meta, y se lo debo al argentino que está junto a mí.
Primero tengo que reflexionar. ¿Por qué ahora, por qué así? No es que no me tome en serio las aventuras de una noche, pero imaginaba que mi primer orgasmo vaginal sería en una relación con una pareja que me conoce bien y a quien yo también conozco bien. Tal vez, después de habernos divertido anteriormente con mis juguetes. Pero nada de esto parece haber sido el desencadenante en la situación actual. Perdida en mis pensamientos, me despido del hombre de pelo rizado dándole a entender que mañana tengo que levantarme temprano.
¿Orgasmo obligatorio?
El orgasmo es un invento maravilloso. Pero el sexo también es algo increíblemente estupendo, incluso sin un orgasmo. Algunas mujeres, y también algunos hombres (¡!), nunca han tenido un orgasmo o tienen dificultades para tener uno. La presión de tener que alcanzar el clímax hace que las cosas sean aún más incómodas.
¿Qué fue diferente esta vez?
¿Qué he hecho esta vez de forma diferente a las anteriores? Conocía la sensación de presión, no era nada nuevo. Pero nunca antes me había dejado llevar por ella. ¿Por qué? Bueno, tarde o temprano siempre pensaba en una cosa durante el sexo: ¿mi pareja está satisfecha? Nunca me había dedicado la atención suficiente a mí misma, al menos no durante bastante tiempo.
Cuando conocí a mi último novio, que también era sudamericano y tenía el pelo rizado, me decidí a hablar abiertamente de mis problemas con los orgasmos vaginales, después de años fingiendo. Le conté que no podía alcanzar el clímax durante el sexo. Al menos no por vía vaginal, lo que él interpretó como que su pene no podía llevarme al orgasmo. Su temperamento le impedía aceptar esto y, decidido, me dijo que se encargaría de ello. Es cierto que aguantaba mucho tiempo e intentó muchas cosas, pero al sentirme presionada, todas las puertas permanecieron cerradas.
Así, me convencí a mí misma de que aquello que sentía era un orgasmo, solo que mi interpretación era errónea. Volví a caer en la vieja trampa de fingir. No obstante, aunque en ocasiones podía hacerme creer a mí misma que había llegado al clímax, esta convicción nunca duraba mucho tiempo. Al menos esto era mejor que los ánimos del colombiano cuando yo no realizaba un ejercicio vocal orgásmico para él. Y, al fin y al cabo, lo más importante en el sexo es que el hombre sea feliz, ¿no?
«¡Ten cuidado, los hombres solo quieren una cosa!»
Lo primero que me enseñó mi madre sobre la sexualidad fue: «¡Ten cuidado, los hombres solo quieren una cosa!». Tal vez se le pueda perdonar teniendo en cuenta que acababa de enterarse de que su hija de 14 años necesitaba tomar la píldora del día después.
Probablemente se trate de un escenario que asusta a todas las madres. Con su advertencia, hacen sentir a las hijas que, en lo que respecta al sexo, las mujeres deben tener cuidado y no ceder. Porque es algo que podría hacerles daño, y el hombre es el atacante. De esta frase también se podría concluir que, en el sexo, el hombre ocupa el primer lugar. Al fin y al cabo, él es quien se deja llevar por la lujuria y solo quiere una cosa. ¿Y la mujer? Mi madre no me mencionó lo que las mujeres quieren.
Además de los consejos maternales, la cultura popular y la industria de la publicidad influyen en la imagen de los géneros. La mujer como objeto de lujuria, el hombre que la desea y —en la pornografía común— finalmente la consigue. Cuando después, triunfante, vierte su semen sobre el cuerpo palpitante de ella, el cuento se ha acabado. ¿Pero sin una reacción por parte de la mujer?
Como cineasta de documentales, esto es algo que aprendí en una de mis primeras clases. Al filmar una conversación entre dos personas, siempre tenemos el plano de uno de los protagonistas y el contraplano del otro, con el mismo ángulo de visión. Pero, aparentemente, esto no funciona en nuestra comprensión colectiva de la sexualidad. Por el contrario: aparece una perspectiva singular con actores principales y secundarios. El hombre como sujeto, la mujer como objeto. ¿Pero quién dirige esto y hace el casting? ¿Tal vez siempre ha sido así y tendrá que seguir siéndolo? ¡No, maldita sea! Las mujeres debemos convertirnos en nuestras propias directoras.
Ante todo, depende de las mujeres
Según los estudios, dos tercios de las mujeres no logran alcanzar el orgasmo vaginal durante el sexo. Los hombres, si no se ha producido el orgasmo femenino, suelen sentirse incompetentes y pierden la confianza en sí mismos. Así, fingir el clímax se mantiene como una práctica habitual, ya que muchas mujeres no quieren darle a su pareja la impresión de que no es capaz de satisfacerlas.
No creo en absoluto que el hecho de que solo una tercera parte de las mujeres pueda alcanzar un orgasmo vaginal se deba necesariamente a los hombres. Creo que, en primer lugar, depende de nosotras: durante los últimos 14 años, nadie me ha obligado a pensar constantemente en el placer del hombre. Nadie me ha obligado a desviar mi atención constantemente hacia él. Tal vez se trate de un comportamiento social aprendido, de un condicionamiento. Pero yo no soy la perra de Pavlov.
Desde el momento en el que dejé de encontrar razones para poner en un segundo plano mi propia excitación, lo conseguí. 17 años después de haber «desvirgado» a mi clítoris. Mi primer orgasmo vaginal, que fue seguido de otros.
¿Y ahora? Me gustaría animar a otras mujeres. Porque nos debemos a nosotras mismas perseguir nuestro orgasmo vaginal durante el sexo. Nos debemos a nosotras mismas la atención necesaria. Nos debemos a nosotras mismas saber qué queremos, para así librarnos finalmente de la imagen de objeto sexual. Somos nuestro sujeto y el buen sexo no tiene papeles secundarios.
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