Un gran amigo preparó a Marta una sesión de Dressage con siete hombres y otra mujer. Todos ellos, al servicio de ellas. Todos, sumisos a las órdenes del Maestro de Ceremonias, que orquestaba la función. ¡Una experiencia inolvidable!
Por Bizzotto | Basado en la entrevista a bcn_swap
El Dressage y el Maestro de Ceremonias
Marta es una mujer liberal muy segura de sí misma y de su sexualidad, sin pelos en la lengua y muy natural. Esa fue la impresión que me dio en nuestro encuentro virtual, pues nos conocimos durante la cuarentena.
Lo primero que quise saber fue qué es exactamente eso del Dressage, ya que para mí es un mundo completamente desconocido. Marta, que hasta hace bien poco ignoraba totalmente el significado de la palabra, hizo una definición muy precisa: "el Dressage es una especie de gang-bang en el que todos los participantes siguen un guión". Como si de una película pornográfica se tratase, el Maestro de Ceremonias actúa a modo de director, dirigiendo los movimientos y actuaciones del resto de personajes. Todas las personas involucradas hacen lo que el maestro les va dictando, cuales títeres en un teatro de marionetas.
Marta defendió que, precisamente, esta subordinación de todos los participantes al Maestro de Ceremonias permitía una coordinación que no se consigue en un gangbang habitual. Así, todo se centraba en el placer de las dos mujeres, las protagonistas de la función.
Cuando tenemos sexo, muchas veces deseamos que nuestros compañeros de juego cambien sus movimientos, intensidad, etc. Y si no, recordemos cómo mejoraba sus cualidades sexuales Mel Gibson cuando era capaz de escuchar el pensamiento de sus parejas en la película "¿En qué piensan las mujeres?". Sin embargo, Marta no tuvo tiempo de pensar si deseaba una cosa u otra durante toda la sesión de Dressage: el Maestro la observaba, se ponía en su piel y anticipaba sus deseos.
¿Someter o ser sometida?
Marta y su pareja llevan quince años en el mundo liberal. Tiempo suficiente para haber probado de todo: intercambios, orgías, gang-bangs… Sin embargo, como suele suceder, no siempre se puede participar de este mundo con la misma intensidad. Marta llevaba algo más de un año de inactividad, así que cuando su amigo le ofreció experimentar el Dressage, ella pensó: "Pues mira, una cosa diferente que hay que probar". Sintió entonces esa excitación propia de las primeras veces.
No obstante, aunque Marta se siente muy atraída por el BDSM y el bondage, siempre lo había vivido más bien como espectadora. De hecho, afirmó durante nuestra conversación que, si ella ha de actuar, suele preferir el rol de dominante. Sin embargo, nunca se había sometido a tal nivel, por lo que pocas veces había experimentado esa forma de placer hasta ahora: el goce del dejarse hacer, del no pensar ni preocuparse por nada, de depositar toda la confianza en manos de un Maestro de Ceremonias, el indescriptible disfrute que siete hombres juntos pueden proporcionar a una mujer.
Minutos antes de la sesión
Llegó el señalado día. Marta se viste para la acción y se pone esa ropa que sólo usa para disfrutar: un vestido negro, ceñido, con la tela rasgada en zonas estratégicas. Un modelito que le hace sentirse sexy y le recuerda otras noches en las que también disfrutó. Sólo vistiéndose empieza a ponerse a tono: su cuerpo ya sabe que le espera algo gordo.
Se dirigió al lugar acordado. Se trataba de un club BDSM de Barcelona en el que ya había estado. Un sitio oculto, una puerta que, vista desde la calle, parece que no conduce a ningún lugar especial. Al abrirla, unas escaleras la recibieron, descendiendo hacia la oscuridad. Marta las bajó lentamente, deslizando su mano izquierda por una barra de metal frío y cuyo contraste hizo que se le erizara la piel. Al llegar, sus ojos ya se habían acostumbrado a la penumbra de la habitación.
En ella había todo lo necesario para una sesión de sexo duro: una cruz de San Andrés, una vitrina llena de juguetes como látigos, plugs anales, correas… Una cortina separaba el ambiente de otro espacio en el que la esperaba una camilla de hierro, un potro, otra cruz, suspensiones y una cama. Aunque Marta había estado antes en esa habitación, sólo con ver el arsenal que la esperaba inmóvil y dispuesto a someterla, empezó a humedecerse. Todos esos artilugios eran para ella y ya no había vuelta atrás.
Comienza el espectáculo
El Maestro de Ceremonias ya estaba ahí, esperándola. Junto a él, una mujer de complexión delgada y un hombre, su pareja. Este último sujetaba un látigo que pronto estrenaría en el trasero de Marta.
El Maestro informó de la palabra de seguridad: "Champán". En caso de que no pudieran más, no quisieran seguir con el juego o cualquier cosa les molestara, debían decirlo y se pararía todo. Esa tarde, ni Marta ni su compañera la pronunciaron.
Después, les pusieron a ambas unas correas en el cuello, gruesas y de cuero. Marta empezó a excitarse todavía más, sintiendo la presión de la correa mientras poco a poco empezaba a entrar en el papel de sumisa.
Sin embargo, pronto llegó la primera reprimenda del Maestro: Marta estaba muy risueña y parlanchina, dos cosas que él prohibió. Ella pensó: "Lo de no hablar, vale, pero lo de no reírme… ¡Uf! Lo voy a intentar." Y, por si fuera poco, aunque Marta se sentía muy atraída hacia la mujer que la acompañaba, el Maestro les prohibió tocarse y besarse hasta que él dijera lo contrario.
Seguidamente, el Maestro mandó a las dos mujeres a esconderse detrás de la cortina que separaba las dos estancias para que cuando los siete hombres llegaran a la sala no las pudieran ver. Fue entonces cuando Marta comenzó a ponerse nerviosa: "¡Hacía años que no lo estaba tanto!", aseguró. Inquietud y excitación unidas, por no saber lo que se le venía encima.
Tras la cortina en la que Marta y su compañera se encontraban, empezaron a llegar hombres. Ellas oían sus conversaciones, aunque no podían verlos. Oyeron que debatían sobre si vendarles o no los ojos, aunque al final decidieron no hacerlo. En ese momento Marta se frustró, pues pensó que le hubiera gustado. Sin embargo, con retrospectiva agradeció que tomaran esa decisión pues si ya de por sí no veían mucho en ese espacio casi a oscuras, vendada se hubiera sentido demasiado vulnerable.
Cuando ya habían llegado todos los participantes, el Maestro de Ceremonias dio inicio a la sesión de Dressage. Se dirigió al escondite de Marta y la otra mujer y las metió a ambas en una jaula con ruedas cubrió con una tela de terciopelo negro. Se trataba de un espacio bastante pequeño en el que Marta se sentía apretada: al ser ella era más alta y grande que su compañera, su cabeza rozaba el techo de la jaula. Empezó a sentirse claustrofóbica y a preguntarse si podría aguantar allí, estrujada y a oscuras, durante más de un minuto.
Se levanta el telón
El Maestro empujó la jaula hasta donde estaban los hombres y empezó a dictarles normas: no podían dirigirse a las mujeres, no las podían besar y podían hacer exclusivamente lo que él dictara. Una vez establecidas las reglas de juego, levantó el manto que las cubría y los hombres se dispusieron alrededor de la jaula. Fue entonces cuando Marta pudo ver quiénes eran los participantes: siete hombres vestidos de negro y dos "amos". Todos atractivos, elegantes y de edades comprendidas entre treinta y cuarenta años. De entre todos los hombres destacaba uno que Marta definió como "especialmente apetecible: moreno, bastante cachas, pelo corto, cara finita, un culo muy bonito y saliente, una buena polla…".
Cuando el Maestro dio la orden, todos bajaron sus pantalones y sacaron sus miembros para que Marta y la otra chica pudieran tocarlos y chuparlos. Al principio, Marta se sentía partícipe de una obra de teatro y sus sentimientos principales eran la claustrofobia y la timidez. Poco a poco, la excitación se abrió paso y pudo disfrutar su papel de sumisa.
Bajo las órdenes del Maestro, los siete hombres iban dando la vuelta alrededor de la jaula para que sus pollas pudieran disfrutar de los labios de ambas mujeres.
Así estuvieron lo que para Marta fueron horas, aunque desconoce si quizá fueran minutos. Llegados a un punto, el Maestro ordenó, con voz enérgica pero serena: "¡Parad!". Abrió la jaula y las liberó de su mazmorra, aunque seguían atadas con el collar cuyas riendas llevaba el Maestro. Como si fueran perras, las mujeres caminaron a gatas y atadas.
En ese punto las separaron. Marta podía ver a su compañera atada a una silla de madera, pero no recuerda lo que a ella le hicieron pues ya tenía bastante con lo suyo. Nuestra protagonista fue colocada en una camilla de hierro como la que tienen los ginecólogos. Sus pies se hallaban colocados sobre los soportes laterales mientras que sus manos estaban atadas. El Maestro ordenó a dos hombres que se colocaran uno a cada lado de Marta, mientras él ponía en funcionamiento una máquina de penetración.
Mientras intercalaba chupadas y caricias a las pollas que tenía a cada lado, uno de los "amos" iba azotando sus piernas y la máquina la iba ametrallando con una velocidad y fuerza que la forzaron a correrse varias veces. Cuando el Maestro consideraba adecuado, iba despachando a los chicos de los laterales y los cambiaba por nuevos hombres.
Marta disfrutó de una explosión brutal de sensaciones por todo su cuerpo hasta que el Maestro consideró que era suficiente. Entonces, la desnudó y ató sus manos a la correa que tenía en el cuello. La colocaron de rodillas y algunos hombres la penetraban mientras ella chupaba a otros. Al mismo tiempo, la otra mujer fue desatada de la silla y colgada de unas suspensiones que caían del techo. La colocaron en posición horizontal, boca abajo y atada por los muslos mientras varios hombres la follaban.
Al tiempo, los dos amos sacaron las fustas y empezaron a azotar a ambas. Aunque hasta ese momento, Marta consideraba que no le gustaban demasiado los azotes, ese día la fustigaron hasta dejarle el trasero colorado. Y le encantó: sentirse azotada mientras todos sus agujeros eran cerrados por múltiples pollas, fue para ella una explosión brutal de sensaciones.
Tras un largo rato, el Maestro de Ceremonias decidió nuevamente que el tiempo de juegos se había acabado. Otra vez, con su tono autoritario ordenó: "¡Basta, parad!" Cogió a ambas por el cuello y las colocó en un potro de madera con dos alturas. En esa posición en la que ambas se encontraban a total merced de los hombres, fueron penetradas, azotadas y siguieron chupando y lamiendo vergas hasta que todos estaban exhaustos.
Cuando el cansancio comenzaba a asomar, El Maestro las colocó a ambas en el suelo, una encima del pecho de la otra, formando una cruz con sus cuerpos. Los hombres se colocaron alrededor, unos las penetraban y otros se masturbaban encima de ellas. Por fin, el Maestro dio a los hombres la orden de correrse y éstos fueron por tandas: primero uno, luego otro, dos a la vez… Marta, que para entonces comenzaba a estar agotada, se sintió todavía más excitada que nunca al sentir la lluvia de corridas y deseo sobre su cuerpo. Entonces ella y su compañera de experiencia se besaron apasionadamente mientras los hombres, todos, aplaudieron el final de la función.
Un culo rojo para recordar
Tras unas cervezas y una conversación que Marta destacó como "normal y corriente, de esas que no te imaginas que tendrías después de una sesión como esta", todos volvieron a sus casas. Marta se duchó y esperó con ansia la hora en la que su pareja llegara del trabajo. Se moría de ganas de compartir con todo lujo de detalles la increíble experiencia que acababa de tener.
Al día siguiente, mientras estaba en la oficina, la piel caliente y dolorida de su trasero le recordaba a ratos lo que había vivido hacía sólo unas horas. Un recuerdo que servirá de combustible para todos los homenajes que Marta se dará durante este confinamiento.
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