La vida se celebra compartiéndose. Lo sabemos desde nuestro primer cumpleaños y lo sostenemos a lo largo de todos los momentos especiales de nuestra vida: las fiestas, las bodas, los aniversarios, las graduaciones; incluso la muerte amerita su propia celebración comunal: un funeral al que no va nadie es un funeral de una persona que no fue amada, como célebremente aseguró F. Scott Fitzgerald en The Great Gatsby.
Por a_boneca
El placer sexual
Existe una excepción: el placer sexual. La imposición moral de la monogamia y la demonización del sexo nos ha limitado de compartir el placer sexual con la misma naturalidad con la que compartimos otros placeres: la música, la comida, las artes visuales, el baile, las conversaciones amistosas. Compartimos la celebración en fiestas y banquetes, y disfrutamos lo mismo en petit comité que en un estadio a reventar. Todos los placeres tienen circunstancias aceptables de socialización, excepto los de la carne. La sociedad ha relegado al erotismo al estatus de un placer tímidamente compartido, cuando no solitario.
Y sin embargo, existen personas que desafían esa imposición para atreverse a compartirse con tres, cuatro, cinco o diez. Personas que entran a cuartos oscuros donde lo único que importa es que existan cuerpos dispuestos a hacerse sentir bien. Personas que violan la sagrada regla de la monogamia matrimonial para encontrarse con otras parejas y convertir
al tabú en combustible de fantasías, deseo, intimidad, amistad y comunidad. Personas que acostadas en medio de una orgía se convierten en el centro del mundo mientras manos van y vienen, trazando en su cuerpo el mapa de un territorio aún sin descubrir. Personas que no limitan las posibilidades de su cuerpo excepto por aquellos momentos en que así lo desean. Personas que saben que donde comen dos, comen tres.
A veces no es tan fácil saber qué te da placer. Aquí tienes una guía para que tú y tu pareja descubráis lo que os gusta de forma consciente.
¿Por qué se comparte el placer sexual?
Depende de a quién le preguntes. Algún manual de psiquiatría de hace unas décadas nombraría la motivación como un fetiche, una desviación, una perversión o una enfermedad. Alguna persona con el cuerpo atravesado por los grilletes de la moral religiosa respondería que en el trasfondo existe vocación por el pecado.
Hoy mismo alguna persona bienintencionada pero ingenua sugeriría que es por falta de moderación, por trauma no resuelto, porque nada es suficiente, porque se están perdiendo los buenos valores. Pero no se trata de nada de eso.
La pregunta sobre por qué se comparte el placer sexual es una pregunta tramposa, porque parte de la premisa de que se trata de una forma de placer distinta al resto, como si no fueran todos los placeres una variación de la celebración de la vida misma. Lo que sucede es que no todos los placeres se moralizan igual. Y ahí es donde reside su radicalidad y
sabor: en el desafío de las normas que lo pretenden ver como una cosa al margen del resto del disfrute la vida.
Si le quitamos la mirada moralina, la razón por la cual compartimos el placer sexual es la misma que el resto: compartimos el placer porque el placer es vida y la vida sólo vale la pena cuando se comparte.
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