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El día que dejemos de censurar el arte

Mi experiencia con la censura como artista erótico

¿Cómo es ser artista erótico en el siglo XXI? Sebastià Martí, artista gráfico, relata en este artículo su experiencia con la censura de las redes sociales y cuenta cómo la autocensura ha moldeado su proceso creativo. Para él el arte debe ser arriesgado y siempre es mejor mostrar la verdad de nuestro tiempo a través de nuestras obras a pesar de los desafíos que se nos presenten. Descubre las obras del artista y disfruta de una buena dosis de arte erótico, explícito y sin censura.

Por Sebastià Martí

El día que dejemos de censurar el arte

Soy ilustrador de profesión. Durante 25 años he tenido un pequeño estudio de ilustración, Escletxa. Mis trabajos han sido principalmente para agencias de publicidad, editoriales y empresas. Desde hace unos años intento que mi pasión por la pintura y el dibujo abarquen los temas que me interesan, fuera del encargo puramente comercial. Trabajo tanto en forma analógica como en digital. Los temas que toco y los estilos son diferentes. Eso, a veces, supone un problema para que me reconozcan como autor. Ser ese conjunto es lo que me hace peculiar.
 

Cuentas de IG:
Pintura: @Sebastia.marti
Sexo: @Morbografiass
Humor: @Soy_basura71
Ilustración comercial: @escletxa

Un rebelde con causa

Cuando estudiaba artes gráficas en los Salesianos de Sarrià participé en un concurso de dibujo. No recuerdo si había alguna premisa, pero sí recuerdo, más o menos, la imagen del dibujo que hice: un cura azotando a un niño en el culo con una vara. En la pared del fondo había gente crucificada. Lo trabajé con los clásicos rotrings de la época, negro tinta sobre papel blanco. Me llamaron al despacho del director, me riñeron y me preguntaron si tenía problemas en casa. En esos momentos me sentí un rebelde. Esa fue la primera vez que mi obra tuvo un encuentro con la censura.

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Curas y redes unidos por una misma causa: la censura

Mi segundo encuentro fue ya con Instagram. Tenía varias cuentas, una de ellas se llamaba "de moral distraída", (me lo copié del libro La Sra. Rius, de moral distraída) y era una cuenta muy, muy distraída. De hecho, era tan distraída que cada imagen que subía estaba llena de topos negros tapando pezones y genitales. En poco tiempo alcanzó los 11 K seguidores y la cosa pintaba exponencial.

Un día, sin previo aviso, ¡zas!, cuenta borrada. Yo ya me veía triunfando en redes con mis dibujos picantones. Ya habían aparecido los primeros haters (un signo de que estás haciendo bien las cosas). Tíos airados quejándose de alguna imagen en la que ella lo penetraba analmente a él. Mientras fue a la inversa no hubo problema

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Mi peor enemiga, la autocensura

Mi tercer encuentro fue con la autocensura. Siempre que la censura viene de fuera (es decir, cuando los que deciden qué se puede o no se puede mostrar son ajenos a mí) me resulta fácil quejarme de la hipocresía de algunas redes sociales, de algunas galerías, de las instituciones. Basta con no estar de acuerdo con ellos e, incluso, tener una actitud activista y remar a favor de la libertad de expresión artística. Lo cierto es que esa gente me irrita, me molesta que juzguen a los demás con su vara de medir.

En cambio, lo me resulta difícil de gestionar emocionalmente son las situaciones en las que la responsabilidad es mía, es decir, cuando soy yo el que debe decidir qué es lo que muestro en una determinada escena. Porque cuando haces pública una obra estás contando cosas y no siempre eres consciente de su significado, desde luego no lo controlas.

Hace veinte años, en un contexto de cómodo privilegio, no me planteaba nada, nadie de mi entorno era especialmente crítico con lo que ilustraba o con el arte erótico.

Influenciado por el mundo, tan masculino entonces, de los cómics, tenía barra libre para divertirme dibujando sin cuestionarme nada. Hace diez años mi mirada cambió y vi que tenía que reflexionar un poco más sobre lo que creaba.

Pensé tanto en eso que me obsesioné un poco y me autocensuré. Solo podía ver las críticas, la mayoría justificadas, que recibiría cuando mostrara mis dibujos. Sentí la necesidad de compensarlo todo: si dibujaba un trío con dos mujeres y un hombre, debía también hacer uno con dos hombres y una mujer. Si ilustraba una felación desde la mirada típica del hombre, debía prestar atención a la mirada de ella y hacer la escena inversa. Si todo olía a hetero debía mostrar algunas escenas con gais, y si era lésbico que no quedara demasiado porno para tíos, y así con todo. Ante las dudas paré y me dediqué a los paisajes por un tiempo.

El día que dejemos de censurar el arte
 

Es propio de los pusilánimes, ante la duda mejor la censura, la autocensura. Los argumentos siguen siendo válidos, son correctos. Una década después, sigo siendo sensible a las mismas objeciones. Solo han cambiado un par de cosas: la primera, la aceptación de que la cagaré en un momento u otro y siempre puedo reconocerlo y modificarlo.

La segunda y más importante, que no soy el responsable de representar las fantasías de todo el mundo. Me interesan las mías y especular con algunas otras. Las mías están contaminadas por el porno y los cómics, todo bajo el paraguas del patriarcado. Ahora soy consciente de que se puede notar en mi obra.

Lo que quiero decir con todo esto es que el arte debe ser riesgo. Y la censura, la autocensura, solo esconderá lo que ya soy igualmente. Creo que debo asumir ese riesgo y continuar.
El día que dejemos de censurar el arte
 

Ante la censura, rebeldía

Una vez hecha la reflexión de cómo encarar la autocensura, mi posición ante la censura general en el mundo del arte es la misma: puede que lo que se muestre esté mal, bien, medio mal, sea polémico, pero siempre es mejor mostrarlo. Me gusta que los artistas nos hablen de su tiempo con sus obras, no serán nunca ajenos a su biografía y a su contexto. Y ahora, si me disculpáis, seguiré con algo que tengo entre manos.

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¿Qué te han parecido estas ilustraciones? ¿Qué opinas de la censura de las redes? ¿Cuál crees que es el futuro del arte erótico? ¡Comparte tus opiniones en el foro!

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