Raquel (I)
Sabía que Ana y Raquel hablaban habitualmente de sexo. Ana me había preguntado en alguna ocasión si me molestaba que compartiese detalles de nuestra vida sexual con su amiga, a lo que yo, sin darle demasiada importancia, había accedido sin mayor reparos. Lo que a continuación os relato, ocurrió un lunes cualquiera del mes de Abril, después una noche de domingo especialmente traviesa. Eran las 15:37 cuando Ana llegó del trabajo. Yo la recibí en la puerta de casa y, sin tiempo para ninguna interacción, Ana me me miró y dijo: - Abre la mano. Obedecí sin cuestionarlo.
Acto seguido, Ana posó sobre la palma de mi mano una prenda arrugada mientras cerraba la puerta de casa con su trasero: - - Raquel te manda recuerdos.
Desplegué la prenda con cuidado. Eran unas bragas de tipo culote de color verde. No eran nuevas. Noté tanta humedad en ellas como si la propia Ana se las acabará de quitar delante de mí.
No dije nada. Las apreté en mi mano, las acerque a mi boca, las olí, y, sin saber bien por qué, hice que Ana se las metiera en la boca.
Ana accedió al juego y noté como sus ojos brillaban. Me arrodillé y le bajé los pantalones vaqueros. Arrastré lentamente su bragas hasta quedar por debajo de las rodillas, disfrutando del delicioso hilo de viscosidad que dejaban a su paso.
Ana me miraba fijamente, con la bragas de Raquel aún en su boca.
Comencé a lamer su piel e introduje mi lengua entre sus pliegues. Le ayude a desplegar una de sus piernas sobre mi hombro. Lamí su vulva tierna y empapada allí mismo, aún de pie, apoyada sobre la puerta que acababa de cerrar unos segundos antes. Me sacié de ella durante varios minutos.
Luego hice que se girara y se abriera las nalgas para mi. Jugué con su culo a mi antojo. Sin poder resistirse, Ana comenzó a masturbarse de forma apresurada, mientras ahogaba sus gemidos sobre la prenda que llenaba su boca. Introduje dos dedos en su coño mientras continuaba lamiendola. No paré de moverlos hasta que noté como una leve corriente rezumaba por mi barbilla.
Ana se giró, jadenado. Me encantó verla así. Aún en el descansillo, despeinada, mirándome fijamente con el pantalón por los tobillos y las bragas de su amiga entre sus labios. Se las saque suavemente de la boca y las coloqué sobre su mano. Sin mediar palabra, comencé a masturbarme sobre ellas mientras mantenía mi mirada sobre los ojos de Ana. En apenas unos segundos, una corrida espesa y abundante caía sobre aquel tejido verde y chorreaba entre los dedos de Ana. Medio desnuda y temblorosa, Ana buscó su móvil en el bolso e hizo una foto de aquel amasijo de tela y fluidos que mantenía sobre su mano.
Conocí todos los detalles unas horas más tarde: Al salir del trabajo, Ana y Raquel habían coincidido en la estación de tren. Sería la primavera, o quizás sólo un descuidado desliz, pero en cuestión de minutos, las bromas pasaron a ser preguntas traviesas, y la preguntas en confesiones. Sin saber por qué, Ana había terminado por contarle los detalles sobre como, hacía no tantas horas, ella se encontraba en nuestro dormitorio, con un un arnés sobre sus caderas, follándome su antojo. Como ella misma me había pedido que simulase una felación sobre uno de sus juguetes y yo, cegado de excitación, había terminado por correrme sobre sus manos para luego lamerlas.
Raquel, visiblemente excitada por el relato, y viendo como su tren se aproximaba al andén, se había escondido torpemente entre dos máquinas de vending y se había quitado las bragas que llevaba bajo su falda vaquera, entregándoselas a Ana mientras se subía al tren: -- Quiero que le enseñes esto a Javi. Ya hablaremos.
Veintisiete minutos más tarde desde aquel momento, Ana entraba por la puerta de casa y me entregaba el mensaje de Raquel, aún húmedo. Ésta, a su vez, todavía sentada en el asiento del tren, recibía una obscena fotografía de lo que una vez fueron sus bragas, mucho más mojadas de lo que ella las dejó, reposando sobre la mano de su amiga. La imagen encendió todos sus sentidos, dilató sus pupilas y le aceleró el corazón. Se levantó despacio, pensó en los pocos minutos que la separaban de su apartamento y, mientras una urgencia incontrolable recorría sus piernas desnudas, escribió un escueto mensaje a su amiga: "Me encanta. Quiero más. ¿Y tú?".