Maldita puntualidad.
Sonia valoraba enormemente la puntualidad en un hombre, le parecía sexy, y era uno de los encantos de Miguel. Aquel sábado a las 10 en punto de la mañana la recogió con su coche destartalado, heredado de su padre, rumbo a la casa rural del Pirineo que habían alquilado. Se conocían hacía tres meses y no habían podido tener un momento de intimidad en condiciones y, para qué negarlo, ella se moría de ganas de follar con él. Las hormonas de los veintipocos nublaban su raciocinio y su mente imaginaba situaciones y fantaseaba, mientras Miguel conducía, Observaba su perfil, su mandíbula cuadrada, su pelo moreno ondulado y aquellas gafas de sol que le quedaban de lujo. Se notaba húmeda y le pareció buena idea frotar su pubis por encima del tejano, al tiempo que hacía lo propio con el paquete de él, que la miraba sorprendido. Una cosa llevó a la otra, y con tanto frote en un momento se encontró agachada (todo lo que el cinturón le permitía), con una polla erecta en la mano y sus labios a punto de arropar aquel glande turgente y lubricado, como su vulva. Ambos se dejaron llevar por aquella situación tan morbosa. La boca se concentraba en aquellos movimientos de vaivén rítmicos, con los labios carnosos rozando en la subida y en la bajada, mientras sus dedos ya habían roto la barrera de la cinturilla de su tanga y se entretenían en el surco dibujado por sus labios menores. Ahí estaba ella gozando, haciéndole una felación de campeonato al tiempo que se masturbaba en lo pequeño de aquel cubículo. Él por su parte apenas podía concentrarse en la conducción y sus neuronas estaban todas enfocadas en aquellos pocos centímetros cuadrados de su anatomía, suspiró y entornó los ojos al tiempo que se corría en aquella boca cálida...Ella era enfermera, haciendo turnos en un hospital de lunes a viernes y el domingo tarde se sacaba un sobresueldo yendo a casa de un hombre de media edad en estado de coma que necesitaba ciertos cuidados, lo que permitía a sus abnegados padres salir al cine a distraerse y a cenar, puntualmente de las 17h hasta las 21h. Con el tiempo, ella había creado cierto vínculo con aquel paciente, incluso, durante la higiene, alguna vez había observado como tenía una erección, algo que ella creía imposible en su estado. La curiosidad la llevó a hacerle maniobras masturbatorias primero y con el tiempo, se atrevió incluso a practicarle alguna felación. Sabía que Miguel no se lo censuraría, por muy extraño o bizarro que pareciera.
La intención de Miguel siempre había sido estudiar medios audiovisuales o cinematografía pero no pudo entrar en la escuela que deseaba. Y no pudo por la puntualidad. La puntualidad del camión que trasladaba planchas de hierro los sábados siempre a la misma hora en aquel cruce 18 años atrás. El camión contra el que Miguel colisionó al entornar los ojos mientras eyaculaba. La plancha de hierro que atravesó el parabrisas e impactó contra su cráneo, dejándolo en coma, mientras que a Sonia no le pasaba nada al estar agachada en su regazo. El sentimiento de culpa que ella arrastraba todos esos años y por el que puntualmente cada domingo le visitaba, le cuidaba y le practicaba una felación, como si con ello pudiera revertir el tiempo o expiar su pecado. La puntualidad con la que unos padres salían al cine a ver, con lágrimas en los ojos, aquellas películas que su hijo nunca podría realizar.
Maldita puntualidad.