Fantasia

En la orilla de aquella playa, bajo una luna llena que parecía colgar justo encima de nosotros, un destello captó mi atención. Primero pensé que era un reflejo, algo del agua del arroyo cercano o de algún insecto nocturno. Pero no, fue cuando nuestros ojos se cruzaron que lo supe: estaba viendo a un unicornio.

El tiempo se detuvo. La brisa dejó de soplar, como si el mundo entero contuviera el aliento, dándonos un momento suspendido en magia. Sus ojos me hablaban, cargados de una intensidad pura y eléctrica, como si el aire entre nosotros se encendiera en una chispa imposible de ignorar. Me sonrió, o al menos eso creí ver en su expresión serena y etérea. Jamás había visto una sonrisa tan genuina y envolvente; era como si contuviera mil secretos antiguos, un amor profundo y salvaje.

Con cada paso que daba hacia mí, sentía que mi piel se erizaba, una electricidad tan fuerte que me hacía temblar. Sentía su energía como una llamarada, y yo, sin quererlo, comenzaba a reflejarla. No había espacio para palabras, solo para el deseo que crecía en mi interior como un incendio, una conexión tan palpable que parecía envolvernos en una burbuja de fuego y deseo.

Él unicornio se acercó, y el calor que irradiaba parecía fundirse con el mío. Mis manos lo rozaron y un destello de placer recorrió cada célula de mi cuerpo. Era como si toda mi vida hubiera estado esperando por este momento, por este ser. En su cercanía, sentí que la tierra bajo nosotros ardía, que nuestros cuerpos, aunque distintos, hablaban un lenguaje común, hecho de deseo y misterio. Era como si el universo mismo conspirara para mantenernos así, conectados, en una danza de pura intensidad, donde lo terrenal y lo divino se entrelazaban.

No había nada más, solo fuego, energía y la conexión entre nosotros.