Dedicado a Lunalobo

*****mon Hombre
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Dedicado a Lunalobo
Era jueves y estaba en Vitoria por trabajo, y tenía previsto disfrutar del fin de semana sin regresar a casa. Mi mujer llegaría al día siguiente. Pensé que hacer si quedarnos en Álava o visitar San Sebastián...bueno mañana tomaríamos la decisión.
Llegó el viernes y una vez juntos, me preguntó dónde quería ir, que si tenía alguna idea, el fin de semana se presentaba con buen tiempo y era el perfecto para viajar.
Después de pensar un rato propuse bajar para el sur, volver a Madrid y llegar a hasta…!Toledo!
Sorprendida y a la vez pensativa, pregunto:

• ¿Toledo? Hizo un gesto a modo de aprobación, ...la gustaba la idea.

Yo, como argumentación, le conté que el tiempo le teníamos asegurado, qué aprovechariamos para hacer el camino Schmidt, incluso subir al monte Abantos, y que mayo es un buen mes ya que el clima es agradable, cuando en verano el calor es sofocante.
Como eran tres días, accedió sin más miramientos. La idea era conducir a primera hora del viernes hasta Madrid y durante el día, realizar cualquiera de las dos actividades propuestas y a última hora de la tarde viajar a Toledo y pernoctar allí. Así lo hicimos.
El día en Madrid, a pesar de realizar un buen trecho del camino, pasó sin pena ni gloria.
El domingo por la mañana me desperté temprano, estaba intranquilo, el nerviosismo propio de quién va conocer a alguien. Me duché y me afeité mientras mi mujer aún dormía. Eran las 11 de la mañana y mientras ella se preparaba yo aproveché para visitar Toledo. Hacía una mañana muy agradable, el sol lucia pero no calentaba excesivamente, empecé recorriendo el centro a paso tranquilo, pensando que estas mismas calles y plazas habrían sido recorridas por ti en innumerables veces, habrías jugado en ellas, paseado con amigas, algún novio, volviendo a casa con la sola compañía de la luna. Atravesé calles, plazas, glorietas, parques, me detuve ante algún palacio, visité un par de iglesias, bebí en una fuente….
Mi teléfono sonó, mi mujer estaba preparada. Volví pero no sobre mis pasos, utilicé otras calles para la vuelta ya que fui más directo y utilice mucho menos tiempo. Ella me esperaba a la puerta del hotel Carlos V, disfrutando del mismo sol sobre sus mejillas y una vez que alcancé a verla salió al encuentro. La conté lo que había visto, el encanto de la ciudad, y ella con casi mi mismo interés, volvimos a recorrer las calles que más me habían gustado, así como la Catedral, la Puerta antigua, el Alcázar y el Barrio Judío. Pero decidimos, en detrimento del Mirador por su lejanía, centrarnos en el Casco Histórico. Tras unas cuantas horas de visitas, cerca del Alcázar encontré la terraza de Bú, y la comenté la posibilidad de sentarnos allí. Al principio no estaba muy convencida, pero cuando la vio la decisión fue unánime. Vi que se alternaban sillones de jardín a modo chill out, como sillas altas rodeando pequeñas mesas, normalmente no excedían de tres, dado la limitación del espacio. Miré disimuladamente para ver si estabas tú como si mi interés estuviese centrado en encontrar la mesa con las mejores vistas. Me senté, estratégicamente, en la mesa al lado de la puerta, la que iniciaba la batería mesas del otro lado y sabía por qué.
En unos instantes te descubrí sentada en la última mesa de la fila contraria junto a tu pareja. Vestías una preciosa blusa negra, abierta por un par de botones para que asomara ese pequeño collar de perlas blancas que siempre te acompaña. Desde mi posición no podía advertir como era tu pantalón y tus zapatos se perdían entre las patas de la mesa.
A pesar que ya esperabas mi visita, en el momento de sentarnos no nos advertiste ya que hablabas con una amiga, la típica situación de alguien que saludas, que apenas se para, de pie al lado de la mesa cuya conversación dura lo que marca la cortesía.
Sin embargo, tu marido estaba absorto mirando un folleto recogido antes de sentaros en la terraza. Giraste de nuevo tu silla, enfrentada a la mesa y cuando la acercabas a ésta, me viste. No fijaste la mirada, yo tampoco. Volviste la cabeza a tu marido, pero te diste cuenta que estaba a lo suyo. Mi mujer, estaba pendiente del móvil casi todo el tiempo, de vez en cuando me comentaba algo pero sin levantar la mirada del aparato. A partir de aquel momento podíamos disfrutar de disimuladas miradas cómplices. Así estuvimos varios minutos, momento en el cuál apareció el camarero. En vuestra mesa las consumiciones ya estaban servidas. Yo pedí un bitter y mi mujer una coca-cola, nos ofreció algo de picar pero lo rehusamos. Con la tapa que acompañaba la consumición ya teníamos suficiente.
Entre sorbo y sorbo disfrutaba de la cálida mañana así como de tu presencia, no tenía ninguna prisa, es más, mi pretensión era prolongar mi estancia lo máximo posible. Jamás había consumido un refresco con tragos tan cortos y lentos, separados por un buen número de segundos.
Como ya habíamos acordado, todo se desencadenaría a partir del final de la segunda consumición. Durante ese tiempo, que podría superar los 30 minutos no había dejado de mirarte, no posaba mi mirada sobre ti durante más de 2 segundos, y el mismo tiempo que te dedicaba a ti lo devolvía a otro lugar de la calle. Pero contabilizando todas mis miradas bien superarían varios minutos.
Le comenté a mi mujer que tal estaba, ella me respondió que fenomenal y la pregunté si tomábamos otra consumición en el mismo lugar. Me dijo que sí. Ante ésta respuesta seguí el plan A. Si ella me hubiera dicho que prefería otra terraza, o pasear otro poco, hubiera activado el plan B, que consistía en pedir algo de comer, insistiendo que como no había desayunado, me había entrado hambre de repente.
Reclamé la presencia del camarero de nuevo, y le solicité la repetición de la consumición anterior.
Llevaba nervioso desde que me levanté hacía ya horas y éste cosquilleo iba creciendo. Aparentaba una tranquilidad y normalidad que en nada se parecía a agitación interior. Cuando ya llevábamos casi una hora sentados, después de un intercambio intenso de miradas, te levantaste. Le indicaste a tu marido que ibas al baño, él asintió con la cabeza casi sin mirarte y sin pronunciar palabra alguna.
Justo en ese instante, le repetí, casi idéntica, la misma frase a mi mujer, que iba al baño.
Rodeaste la mesa y te dirigiste a la puerta de entrada de la cafetería, en ese momento yo me incorporé y nuestros cuerpos a pesar de no rozarse estuvieron separados por escasos milímetros. Nos miramos casi por obligación, al pasar tan cerca. Como interrumpí tu camino intencionadamente, te pedí disculpas educadamente, dejándote pasar con el gesto caballeroso de cederte el paso indicándote la dirección. Proseguiste tu camino al baño despacio y yo tras tus pasos. Antes que llegara el camarero a ponernos la segunda consumición ya me había levantado para observar la afluencia en el interior. Con la disculpa de ir a ver los alrededores y mientras me dirigía, pude ver a través de los ventanales que nadie permanecía en el interior. Unos minutos después regresé a la terraza a la espera que te levantaras.
Había una puerta que separaba un hall de las puertas de los dos baños, el de caballeros y el de las mujeres. Una vez que ambos cruzamos el umbral de esa puerta y ésta se cerró tras nuestro te detuviste y te giraste hacia mí. Ambos estábamos nerviosos y la única forma que encontré para tranquilizarnos fue sujetarte suavemente el brazo izquierdo.
Por fortuna se podía escuchar si alguien recorría el pasillo formado entre las mesas, con dirección al baño con lo que nuestra estancia en ese pequeño espacio podía ser más relajada.
Estábamos emocionados y no parábamos de mirarnos, me acerqué a ti y con mi mano acaricié tu mejilla, al tiempo, mis labios se posaron delicadamente sobre los tuyos, y éste beso fue aumentando en intensidad mientras nuestros cuerpos se fundían, prácticamente, en uno. Así estuvimos durante 30 o 40 segundos, después otro instante para contemplar nuestros rostros. Volví a coger tu brazo te giré sobre ti misma y dejé que tu espalda reposara sobre mi pecho, incliné mi cabeza y mis labios, buscaron tu largo y suave cuello. Marcaba pequeños besos recorriendo tu piel a la vez que tu cuerpo estaba recogido entre mis brazos y mis manos rodeaban tus túrgidos pechos. Ya llevábamos dando rienda suelta a nuestros sentimientos un par de minutos, que fueron tan intensos que permanecerán en nuestro recuerdo para siempre.
Así estuvimos el tiempo de dura una asistencia al baño y momentos antes de salir cada uno entró en su respectivo aseo, para recomponer nuestras prendas aprovechando los espejos. Nos encontramos de nuevo en el hall, nos miramos nuevamente y te di un tierno beso en tu mejilla a modo de despedida. Salí yo primero e instantes después lo hiciste tú, una vez que yo ya estaba sentado en mi mesa.
Permanecí en mi mesa junto a mi mujer unos diez minutos más, durante los cuales volví a mirarte a menudo sin fijar la atención como durante la hora anterior. Tú ibas a aguantar en tu mesa un poco más así que yo le espeté a mi mujer:
• ¡Nos vamos ya!
Me gustaría permanecer allí más tiempo contemplándote pero sin la posibilidad de poder arrebatarte otro beso sería insoportable.
Mi mujer respondió afirmativamente, quería seguir viendo la ciudad. Nos levantamos, colocamos las sillas bajo la mesa y me dirigí, de nuevo, al fondo con el pretexto de mirar unas fotos colgadas en la pared. De ésta manera podría verte una última vez. A la altura de tu mesa, en un intencionado tropiezo, golpeé la pata de tu silla. Te volviste y asiéndote por el brazo para que no cayeses, te pedí encarecidas disculpas. Con ésta triquiñuela, nuestras miradas se volvieron a encontrar y mi brazo resbaló hasta acariciar tu mano. Nadie se percató de ello.
Mi mujer caminaba unos cuantos metros por delante de mí durante el incidente. La avisé para que cambiara totalmente la dirección. Quería rodear de nuevo el Alcázar.....
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