OSCURIDAD SIN LÍMITES
UNA LUCHA POR DERRIBAR BARRERAS MENTALESMiro por la ventanilla del avión al escuchar las palabras del piloto avisando el inminente aterrizaje, y en ese instante recuerdo donde estoy y a lo que he venido. En la puerta del aeropuerto me espera la mayor locura que he hecho en mi vida.
Solo hace un par de semanas que contactamos por primera vez y desde entonces, las llamadas, videoconferencias y mensajes diarios, han sido el modo de conexión que hemos tenido. Eso ha sido suficiente para que mi curiosidad por conocer su forma de vida me atrapara, hasta el punto de viajar más de quinientos kilómetros para estar con él, todo un fin de semana.
Antes de subir al avión, me pide que me coloque el dildo metálico con diamante, que llevo en el bolso, lo cual hace que mi cuerpo empiece a reaccionar. A cada paso noto su peso presionar contra las paredes y no dejo de apretar los músculos que lo rodean, mientras miro a todas partes, en busca de si alguien se habrá percatado de lo que estoy haciendo, aunque en el fondo sé que solo son neuras mías.
Una vez en el coche empieza el juego, donde me quito el tanga y la camisa, por lo que me quedo con una minifalda, sujetador de encaje y los tacones. No quiero ni pensar lo que opinará la gente con la que me encuentro por la calle, desde el lugar donde hemos aparcado al apartamento, que, por suerte, no son más de doscientos metros.
Al atravesar la puerta, estoy tan nerviosa como ansiosa. Dejamos la bolsa de la ropa sobre la mesa y me mira muy serio. Tras recogerme el pelo en una cola alta, me acaricia el cuello y me besa como si no hubiera un mañana, al tiempo que desliza la otra mano por el muslo y la dirige despacio, por debajo de la falda, directo a mi entrepierna.
Con sus dedos acaricia mis labios, los separa y comprueba mi abundante humedad. Eso le complace y tuerce su boca en pro de una leve sonrisa que me demuestra el buen camino que llevamos, gesto que esconde en cuanto se percata.
Alza una de mis piernas para colocarla sobre una silla que hay junto a nosotros y continua su inspección hacia la parte posterior, donde se encuentra el diamante del dildo. Le da unos pequeños golpecitos, lo agarra, mueve, gira y juguetea con él unos segundos antes de volver a soltarlo para darme una palmada en la nalga, algo más fuerte a lo que acostumbro, pero nada que no sea excesivo.
En este punto, mi pulso está altamente acelerado y mi nerviosismo va en aumento continuo, por cumplir con las expectativas que se haya podido hacer. Que no son pocas, pues él está acostumbrado a un juego que no he experimentado jamás y yo quiero vivirlo, aunque sea por una vez en mi vida.
Al agarrarme de nuevo por el cuello, con decisión y seguridad, me susurra la frase más temida y ardiente que podía esperar.
—Eres mía y vas a hacer todo lo que te ordene ¿Está claro?
Sí, así es, suya por cuarenta y ocho horas. Mi respiración se acelera y mi boca se abre para responder de manera correcta. No puedo evitar que se me escape una sonrisa por la situación en la que estoy y los nervios, algo que lamentaré al terminar mi frase.
—Sí, mi señor.
—¿Te parece divertido? —pregunta muy serio.
—No, señor. Lamento mi gesto, no volverá a pasar. — Agacho mi cabeza en concepto de arrepentimiento y sumisión.
Me muestra sus dedos bañados en mi esencia y los acerca a mi boca, acaricia mis labios esparciendo la humedad por ellos y me pide que pase mi lengua por ellos antes de hacer que se los limpie, relamiendo mi propio sabor hasta dejarlos bien pulcros. Algo que comprueba, introduciéndolos en su boca sin dejar de observarme muy serio.
Su actitud de hombre de hielo y altivo, me pone de los nervios, pero que he de apaciguar, si no quiero decepcionarle. Mi calma llega en cuentagotas, siendo la primera, al recibir una de sus escasas palabras de aprobación que recibiré en estos dos días.
—Buena chica. Ahora te mostraré la casa y tendrás diez minutos para prepararte, antes de que sacie mis ganas de poseer, cada uno de esos orificios que tienes, para mi placer personal. ¿Entendido?
—Sí, mi señor.
Y relamiendo mis labios con sabor a curiosidad y nuevas experiencias, le sigo por toda la casa y me encierro en el baño, donde evito mirarme en exceso al espejo, pues no quiero autocriticarme, ya que este encuentro es para derrumbar falsos mitos y creencias personales que han bloqueado mi mente durante demasiados años. Quiero vivir esto y nadie lo va a impedir.
Él me espera en la habitación y yo respiro en profundidad, antes de aparecer por la puerta, sin la falda ni ropa interior, con solo los tacones negros, en cambio no será mi única indumentaria. En sus manos porta un collar de piel que, nada más tenerme a su alcance, me coloca alrededor del cuello. Está sujeto por una cadena que no tarda en agarrar y tirar de ella para acercar mi cuerpo al suyo, quedando ambos en total contacto. Siento su calor, su duro pecho y su aliento en mi cuello, sensación que me calma y me inquieta, por no saber lo que está por llegar, pero pronto descubriré.
Sin intercambiar palabras, me va manejando como quiere, hasta que su primera palabra anticipará a todas las siguientes, dirigiéndose a mí como su zorrita, putita o guarrilla. Pese a la connotación que se suele dar a estas palabras, mencionadas con su voz grave y dominante, hacen que mi sexo reaccione y me excite más, con cada una de las veces que lo menciona.
Como ya me advirtió, durante el tiempo que estoy bajo sus órdenes, mi único vestuario es el que llevo, y se dedica, siempre que él así lo desea, a invadir mi boca, sexo y culo, tanto con su lengua, miembro o juguetes que tiene a su alcance. Todo es muy morboso a la vez que intransigente, excitante y cruel, una agotadora desconexión que me calma y me enerva a partes iguales. Sí, parece contradictorio, algo que no es de extrañar, teniendo en cuenta mi naturaleza rebelde e independiente, bajo las órdenes de alguien tan oscuro, como lo es... vamos a llamarlo... Sr.D.”.
Tantas horas entre las cuatro paredes dan para mucho, aunque tras cada sesión me siento extraña, con una especie de saciedad exhausta, acompañada de una soledad cálida. Es complicado de expresar, lo que puede llegar a hacerte sentir un juego como el que estoy descubriendo, lleno de placer, contradicciones y tan perverso como gratificante.
En ocasiones el dolor se hace molesto, en otras pasa desapercibido mientras recibo un placer brutal y el mejor de todos es el que me provoca un orgasmo descomunal. Sí, porque a veces, el propio “dolor”, se confunde con el goce si se estimula de manera correcta.
Tumbada en la cama, con los ojos cerrados y fatigada, pasan por mi mente algunos de los actos realizados.
Con mis manos a la espalda y mi boca repleta de saliva, humedezco cada centímetro de dureza que penetra por completo en mí, durante largos minutos, una y otra vez entra y sale con su mirada clavada en mí, acaricio con mi lengua su punta y escucho palabras de alabanza como... —Muy bien, así se hace, trágala entera. Eres una guarra muy obediente. Me encanta lo zorra que eres. — Para justo después darme la vuelta y penetrarme de manera firme y enérgica, con la mejilla sobre la almohada y las nalgas al descubierto, preparadas para recibir su mano, en el momento menos esperado, mientras mi sexo se adapta a la frenética fricción que recibe y mi clítoris es golpeado por sus testículos, haciendo que el placer reduzca cualquier otro estímulo que se oponga, al fuego que siento por dentro y creando una nueva excitación más intensa de la recibida con anterioridad.
No tardo en sentir como mi entrada posterior es invadida por algo sólido a la vez que suave. Su ritmo se ralentiza y ambos sentimos el aumento de la presión. Y vuelve a acelerar la velocidad, esta vez en ambos orificios, lo que aumenta también el placer. Hasta que repite la acción de su mano contra mi trasero, esta vez se siente de mayor intensidad, sin embargo, el dolor que corre por mi cuerpo no es un impedimento para continuar excitada, al contrario, hace que mis puntos nerviosos se activen y me sensibilice más.
Si pensaba que esto ya no podía alargarse, estaba equivocada. Sin esperarlo, se detiene, sale de mí y me levanta para colocarme unas pinzas en los pezones. Las comprueba con pequeños tirones y, una vez cerciorado que están bien sujetas y apretadas, me tumba sobre la cama, alza mis piernas y enciende el dispositivo que tengo en mi interior, el cual comienza a moverse lentamente, a la vez que placentero.
En contra de lo que espero, no me penetra, si no que baja mis piernas y hace que me siente, lo que intensifica el contacto con el vibrador que llevo dentro. Se coloca frente a mí y vuelve a introducir su hinchado pene en mi boca, lo saboreo, trago y acaricio con mi lengua, bañándolo por completo como a él le gusta, hasta sentir como gotea sobre mis muslos. De vez en cuando noto como juega con la cadena que une ambos pezones, tira de ellos ligeramente y acaricia la punta que sobresale de las pinzas. Su mirada habla por sí sola, está disfrutando y eso me excita mucho. Él lo sabe y se separa con el propósito de penetrarme sin compasión, rudo y profundamente, golpeándome la entrepierna una y otra vez. Se separa de mi para palmear la zona repetidas veces y con energía, algo que me enciende a un mayor grado, para retomar su penetración. Acción que reincide una y otra vez, creando una impaciencia por culminar, que me desespera.
A pesar de su conducta severa y ruda, ardo en llamas y ansío mi orgasmo como nunca lo he deseado. En cambio, mi sorpresa llega cuando sale de mí, para acercarse a mi rostro, masturbándose y reclamando con voz acelerada... —Abre la boca puta, enséñame la lengua y pídeme que me corra en ella. — Y así lo hago, antes de sentir como descarga su semen en ella, bañándome parte del rostro, cuello y pecho. Todo parece llegar a su fin. Espero paciente. El tiempo se hace eterno mientras retira sus restos de mí, retira el vibrador y libera mis manos. Al desaparece por la puerta, mi cabreo incrementa a cada minuto que pasa, aunque no lo demuestro.
Miro al techo, debatiendo sobre cómo abordar el tema. Opto por levantarme y salir de la habitación. Todavía no he alcanzado la puerta, cuando aparece y se frena al verme de pie, avanzando en su dirección. No pronuncio palabra. En la habitación retumba, con seguridad, una orden que no discuto. — Vuelve a la cama. — Y eso hago. Se tumba sin dejar de mirarme y obedezco cada uno de sus mandatos.
Me coloco sobre él, lo unto de aceite por completo y acaricio su resbaladizo cuerpo con mis manos, brazos y cuerpo entero, cuando ambos estamos bien embadurnados, me doy la vuelta, quedando de espaldas, y continuamos frotando nuestros cuerpos. Coloca una polla de silicona en mi boca y me hace humedecerla al igual que he hecho con la suya, sin dejar de acariciar mi cuerpo con la otra mano. Me lo da y acaricio mi entrepierna antes de introducirlo. Lo muevo y me doy placer mientras juega con las pinzas. Estoy cerca del orgasmo y él lo intuye, incrementa la presión en las pinzas, me permite acariciarme el clítoris y estira de las cadenas, lo que hace inminente mi clímax. Escasos movimientos hacen que mis gemidos aumenten y sus manos estiren sin piedad de la cadena, originando un rampazo por todo mi cuerpo, que me hace explotar en gritos de absoluto placer desmesurado.
El mundo se difumina y me hundo en el colchón, extenuada y sin fuerzas.
Tras varios episodios más de experiencias, jamás vividas antes, regreso a mi casa, debatiéndome entre finalizar este episodio, alejar de mi vida al “Sr.D.” o repetir esta experiencia en la mayor brevedad posible. Todavía me lo planteo, pues he obviado lo más duro de mi experiencia y los actos menos aptos para la mayoría de la gente. De todas formas, ese no es el caso, lo que opine el resto no es importante y lo que sucedió en realidad, únicamente lo sabemos nosotros dos. El mayor dilema reside en que, mi mente no quiere lo que me ofrece y mi cuerpo lo echa de menos, demasiadas noches de soledad. Una sensación que me atrapa en la oscuridad de sus abrazos.