El día de muertos
En el corazón de un pueblo mexicano, donde las calaveras de azúcar adornaban las mesas y los aromas de pan de muerto flotaban en el aire, la noche del Día de Muertos se vestía de misterio y magia. Las luces parpadeantes de las velas guiaban a los vivos y a los muertos, creando un sendero que conectaba dos mundos.Entre los espíritus que vagaban por las calles, había dos que esperaban este momento desde hacía siglos. Xochitl, con su vestido blanco ondeando como un susurro en el viento, había estado buscando a su amado desde que sus almas fueron separadas. Su risa melodiosa resonaba en la noche, mientras las flores de cempasúchil iluminaban su camino.
Al otro lado del pueblo, en un rincón donde las sombras danzaban, estaba Tlaloc. Su figura era imponente y su presencia emanaba una energía que atraía a todos a su alrededor. Había sido el guardián de su amor durante generaciones, esperando pacientemente la noche mágica en que pudieran reunirse.
Cuando sus miradas se encontraron por primera vez entre la multitud de almas errantes, el tiempo se detuvo. Un torrente de recuerdos les envolvió: risas compartidas, caricias furtivas bajo la luna llena y promesas susurradas al oído. Sin pensarlo, Xochitl se acercó a Tlaloc, sus corazones latiendo al unísono.
-Te he esperado tanto tiempo- murmuró ella, su voz suave como el viento nocturno.
-Y yo a ti- respondió él, acercándose más.
Sus manos se entrelazaron como si nunca hubieran estado separadas. La electricidad entre ellos era palpable; un fuego antiguo resurgía con cada roce. A medida que avanzaba la noche y las estrellas brillaban intensamente sobre ellos, se alejaron hacia un claro iluminado por la luz de la luna. Allí, rodeados de flores y el eco distante de risas festivas, dejaron atrás las preocupaciones del mundo terrenal. El aire estaba cargado de una sensualidad etérea.
Tlaloc tomó el rostro de Xochitl entre sus manos y la miró profundamente a los ojos.
-Esta noche es nuestra- dijo con voz grave y seductora.
Ella sonrió y lo besó suavemente; sus labios se encontraron como si fueran imanes después de años de anhelo. El beso se intensificó rápidamente. Sus cuerpos espirituales comenzaron a fusionarse en una danza etérea que desafiaba la gravedad. Las flores circundantes parecían cobrar vida ante la pasión que emanaban; pétalos brillantes giraban a su alrededor como mariposas doradas.
Xochitl sintió cómo Tlaloc la envolvía con su energía cálida; cada caricia era una promesa cumplida. Se dejaron llevar por el momento: sus manos explorando cada rincón del otro mientras sus risas resonaban en el aire nocturno.
Los ecos de los festejos del Día de Muertos se desvanecieron mientras ellos se entregaban al placer eterno; dos almas que finalmente encontraban su camino hacia casa. En aquel instante mágico, donde el tiempo no tenía poder sobre ellos, celebraron su amor con una pasión ardiente e inolvidable.
Así entre risas y susurros, entre caricias y promesas renovadas, en un rincón del universo donde los vivos celebran a los muertos, dos espíritus danzaron juntos como si nunca hubieran estado separados.