DESEOS: Un rayo de luz
Entró a la tienda. Buscaba algo, no sabía exactamente el qué. Simplemente salió a la calle con la idea de encontrar un sitio que le motivara en su búsqueda.Desde hacía tiempo Daniel estaba pensando en mejorar su habilidad con la fotografía. Había visto muchos vídeos, unos más cortos y otros no tanto, algunos se hacían pesados y otros más ligeros, de aquí y de allá, de este y de aquella autora,... y lo único que había sacado en claro era que tenía que comprarse un aparato mejor que su teléfono móvil para poder plasmar las imágenes que iban y venían por su cabeza.
El día estaba raro, tan pronto llovía como salía el sol, eso sí las luces eran preciosas y los colores maravillosos. Los grises se entremezclaban con otros colores más vivos y todo se iluminaba con los pocos rayos de sol que se colaban entre las nubes.
Llegó a ese lugar despistado, tranquilo y como por casualidad.. Parecía un lugar antiguo y desarreglado, aunque todo estaba en perfecto estado.
Daniel empezó a recorrer la tienda con su mirada. Desde la entrada se podía ver un mostrador al fondo y allí, sentada al otro lado de una mesa alta, había una persona trabajando. No se veía qué estaba haciendo exactamente y parecía más concentrada en cacharrear con lo que fuera que tuviera entre las manos, que en atender a la posible clientela.
“¿Se habrá dado cuenta de que hay alguien más aquí?” pensó Daniel, sorprendido de que ni siquiera hubiera levantado la vista de la mesa. Tanto al abrir como al cerrar la puerta sonaron unas campanitas pero parecía como si nadie se hubiera dado cuenta de ello. Desde su posición, aún en la puerta, Daniel no podía ver qué estaba haciendo el supuesto trabajador pero por su aspecto con gafas de lupa, linterna, y algún que otro sonido metálico que salía de ahí, se intuía que era el técnico del taller y estaba reparando algún tipo de aparato.
Daniel decidió sobreponerse a la incertidumbre y, soltando un alto y sonoro “Hola”, empezó a adentrarse aún más en esa tienda especializada en fotografía que había encontrado casi por casualidad. Era un espacio amplio, aunque apretado, y daba la sensación de que habían querido aprovechar hasta el último recoveco del lugar. A ambos lados del mostrador se erguían grandes estanterías que llegaban hasta la entrada y estaban llenas de objetos.
Desde su posición, de espaldas a la puerta y unos grandes ventanales, Daniel veía un mundo de posibilidades por todo el lugar así que empezó a acercarse, vagando de aquí para allá, mirando y tocando aquello que le llamaba especialmente la atención. Había cámaras enteras, cuerpos, unas más modernas y otras claramente de coleccionista, objetivos, filtros, trípodes,... y un montón de otros cachivaches que no podía ni imaginar para qué servían exactamente. Pasando de un pasillo a otro, encontró una nueva estantería y más objetos a la venta. “Esto va a ser difícil, ¿para qué tanta parafernalia? Y encima no es nada barato… Igual vuelvo a lo que ya conozco y dejo de complicarme”, pensó empezando a darse por vencido.
Daniel se estaba alejando cada vez más de la puerta y notaba cómo la luz que provenía de las grandes cristaleras de la entrada se iba perdiendo entre tantas estanterías repletas de objetos y cajas. En esa parte de la tienda incluso parecía que el ambiente se volvía algo lúgubre. Y ahí, entre cosas que no entendía, con muchas dudas y esos objetos antiguos aún a la vista, apareció su desesperanza. Ya no miraba con tanto interés lo que la tienda podía ofrecer, simplemente se dejaba llevar sin observar realmente. Además, no había mucha claridad y cada vez aparecían más cajas cerradas y menos objetos interesantes. La tranquilidad con la que había entrado se estaba convirtiendo en incomodidad y mirándose los pies pensó “Me voy, encima parece que nadie te atiende aquí”. Estaba ya dándose la vuelta cuando, al levantar la vista, de repente lo vió.
Al final de ese pasillo y por detrás de la última estantería, un rayito de luz bailaba entre las sombras. Se dió cuenta de que la tienda no acababa ahí y su curiosidad empezó a ganar la partida a la desesperanza. ¡Aún había más zonas que explorar! Sorprendido con el giro de los acontecimientos, decidió acercarse más hacia ese lugar donde parecía haber un pequeño oasis. “¡Curioso! Echaré un último vistazo antes de irme”, decidió.
A medida que se acercaba intentaba entrever a través de la estantería qué más había ya que, entre esos objetos y por detrás de tantas cajas que no dejaban pasar la luz, podía apreciarse una especie de zona de estar. “Ay Dan”, se dijo a sí mismo ”estabas tan distraído con tus pensamientos negativos que casi te pierdes esta aventura,... ¿Será una tienda de estas que también hacen cursos o tienen encuentros? Tengo tantas ganas de aprender, creo que me gustaría conocer a alguien con quien poder hablar de estos temas y, quien sabe, hacer quedadas, sesiones fotográficas,...” seguía pensando, volviendo a sentir la ilusión crecer en él mientras observaba desde su posición y buscaba qué más había allí.
Se podían apreciar un gran ventanal, muchas plantas, algún que otro sillón, una gran mesa en el centro,.. Entonces llegó al final del pasillo y entró a la zona quedándose impresionado por el espacio que había encontrado. Estaba claro que quien fuera que había diseñado esa tienda había preferido dejar un ambiente amplio aquí aún a costa de que el resto del lugar pareciera más pequeño y desarreglado. Sus ojos recorrieron el lugar, maravillado con lo luminoso, bonito y tranquilo que parecía, hasta que se dio cuenta de que ahí había alguien más.
Al fondo de la habitación había una mujer leyendo en un sillón orejero que estaba claro que había tenido épocas mejores. Desde luego tenía que conocer el lugar porque parecía que debía llevar un buen rato allí, medio sentada y medio tumbada, estaba graciosamente repantingada en el asiento con las piernas subidas al cojín y aparentaba estar descansando cómodamente cruzada de medio lado. Ella parecía ausente, concentrada en la lectura, un libro viejo que apoyaba en su regazo y sujetaba con una mano mientras la otra jugueteaba con un mechón. Eso atrajo aún más la atención de Daniel y se fijó en su cabello: la luz daba de lleno en una melena rubia que caía por un lado de su hombro y hacia abajo, reposando tranquilamente por todo su costado. Estaba medio de espaldas así que apenas podía ver sus rasgos pero le transmitía tranquilidad, calma, esa melena brillante a la luz del sol le pareció lo más bonito de todo el sitio y pensó: “Así que esto es la famosa inspiración, ¿será que estoy empezando a desarrollar mi mirada creativa? Ojalá tener una cámara a mano porque menudo fotón”. Él, estando en un lugar lúgubre y tenebroso pero lleno de aparatos fotográficos, encontró la luz y sin embargo no tenía nada para poder capturar esa hermosa visión. Entonces se rió de la ironía de sus propios pensamientos, una carcajada corta y sonora que se oyó fuerte por toda la sala llamando la atención de la mujer.
Ella se alertó, incorporándose y girando rápidamente sobre el sillón para buscar con su mirada quién o qué había producido ese ruido. Entonces le vió. Al fondo, en la entrada de esa misma sala, había un hombre entre nervioso y cautivado. Se miraron fijamente por un momento hasta que ella rompió el silencio diciendo: “Hola, ¿buscas algo?”.
“Claro que busco algo, aunque ya no sé el qué” pensó Daniel. Sus pensamientos y sus nervios iban a la misma velocidad, sentía que si hablaba se iba a entrecortar y que no sabría cómo hacerse entender. Se daba cuenta de que se estaba bloqueando y lo peor de todo es que no era la primera vez que le ocurría. “Mierda, no, no, otra vez no. ¿Por qué he soltado esa carcajada?” pensó para sí mismo.
Fue en otra ocasión, en esa fiesta, con aquellas personas, cuando conoció a la mujer de pelo oscuro. Había estado curioseando el lugar y viendo al resto de personas que por allí deambulaban hasta que dió con esa chica. Un pelo oscuro, aquel vestido y esa forma tan particular de mirar… aún no podía quitarse esos detalles de la retina y eso que ya hacía tiempo que habían desaparecido. Él estaba hablando con un grupo de personas cuando ella apareció, se acercó y le dijo: “Hola, ¿buscas algo?”. Posiblemente ella se habría acercado por esa mirada que Daniel tiene de curiosidad y que suele cautivar nada más ser recibida, pero los nervios le jugaron una mala pasada cuando intentó hablar. Paralizado, estaba tan cautivado que no pudo acertar a decir ninguna palabra y, lamentablemente, ahí se quedó la cosa. Tan solo habían transcurrido unos segundos mientras Daniel navegaba por sus recuerdos y ya había revivido todo en su cabeza en apenas un instante.
Volviendo al momento presente y saliendo de sus pensamientos sobre el pasado, decidió que no iba a dejar que ocurriese algo así de nuevo. Se armó de valor y haciendo uso de su mirada curiosa y sonrisa cautivadora acertó a decir: “Claro, aunque si me pudieras ayudar, te lo agradecería”. Sentía que todo aquello tenía sentido, que lo que ocurrió la otra vez fue un momento cautivador que la vida le ofreció y que saber aprovechar esta nueva oportunidad era una forma de reconciliarse con ese lapsus del pasado.
Su cabeza buscaba rápidamente cómo avanzar en esta situación y, de pura anticipación, se le erizó la piel y sintió cómo las mariposas se golpeaban contra las paredes del estómago mientras su mente empezaba a correr a toda velocidad. “Este momento no puede desaparecer sin más, tengo que inmortalizarlo de alguna manera”, pensaba Daniel, y alcanzó a decir seguidamente: “Tal vez puedas aconsejarme”.
La mujer de la dorada melena se terminó de levantar, dejando ver unas piernas fuertes que, con paso firme y movimientos felinos, la fueron acercando y acortando la distancia entre sus cuerpos.
“Todo depende de lo que necesites”, dijo ella sin ningún atisbo de nerviosismo.
“Pues…, pues…, eh, quería un aparato, sí.”, dijo él.
Una pequeña sonrisa apareció en los labios de la mujer, que estaba pensando en los diferentes aparatos que podría ofrecerle, y detuvo sus pasos aclarando: “Hay muchos tipos de aparatos. Supongo que, estando en este lugar y habiendo entrado hasta aquí, buscas algo más personal”, dijo ella con una mirada directa y curiosa, aún estaba decidiendo qué esperar de ese encuentro fortuito.
“Bueno… sí, no... quiero decir… entré a la tienda y seguí el pasillo, ¿tal vez molesto?”, se disculpó. En ese momento Daniel dudó, pensando que quizás la estaba incomodando, que ese lugar no fuera un espacio público de la tienda y que no debería haber entrado ahí.
“No tienes porqué disculparte”, contestó ella con una sonrisa mientras seguían mirándose a los ojos.
Sentían cómo empezaba a surgir una conexión de tanto contemplarse directamente. Además, había algo que les cautivaba, quizás era la curiosidad mutua o que no sabían aún descifrar esas nuevas miradas, ¿había deseo? ¿Era una simple explosión química de sus cuerpos o cabría espacio para la ternura?
Daniel consiguió salir de su nerviosismo y decidió que aquella mujer, que se había convertido en su inspiración y a la que quería retratar de diferentes maneras, parecía entender lo que necesitaba. Pensaba en sus labios, en esa manera de andar y en cómo no podía ni quería parar de observar cada movimiento de ella. Con esos pensamientos y absorto en la mirada de ella, Daniel había empezado a moverse inconscientemente, acercándose más y terminando de recorrer el poco espacio que ella había dejado entre medias. Podían olerse, incluso notaban el calor que emanaba del otro cuerpo, y eso hizo que una electricidad les recorriera de arriba a abajo. Esa sensación era compartida aunque aún no lo sabían porque trataban de disimularlo, pero la química de los cuerpos estaba empezando a funcionar y eso era algo imparable.
“Y bien, ¿qué tipo de fotos quieres hacer?”, preguntó ella despreocupadamente, manteniéndose firme en el lugar donde se había detenido hacía un momento como una cazadora esperando a su presa.
“Bueno, estaba pensando en primeros planos, en retratar la vida cotidiana, lo que pasa a mi alrededor”, dijo Daniel automáticamente.
La sonrisa volvió a bailar en los labios de aquella mujer cautivadora. “Creo que podríamos encontrar algo” dijo ella moviéndose por fin para dirigirse hacia la entrada, alejándose de Daniel para ir de vuelta a la zona de las estanterías. Pero juguetona, no dejó de mirarle mientras pasaba a su lado y aún mantuvo el contacto visual, hacia atrás y por encima del hombro, para asegurarse de que él la seguía.
Obviamente él la siguió, cautivado por completo y aprovechando el momento para observarla ampliamente. Ella había vuelto a girarse para ir caminando hacia delante y su melena acompañaba cada movimiento... “Y qué pelazo” se dijo a sí mismo. De nuevo esa melena llamó su atención, era tan larga que le llegaba por debajo de la cadera y, a cada paso, iba danzando sobre la línea de un hermoso trasero que Daniel ya estaba deseando probar. Ella vestía un top oscuro de manga corta que dejaba entrever una pequeña parte de la piel de su cintura, donde comenzaba una falda negra de estas que caen con un suave vuelo que se va abriendo hasta medio muslo y se revuelve con cada mínimo movimiento. Los músculos de sus piernas se contraían al caminar, marcándose en esa hermosa piel clara, unas piernas fuertes que acababan en unas coloridas zapatillas deportivas, algo desgastadas pero bien cuidadas. “Una chica práctica y elegante, me gusta".
“Te puedo ayudar con el manejo, es fácil, sólo tienes que tener claro lo que quieres retratar”, iba diciendo ella mientras se dirigía hacia las estanterías. “Por cierto, me llamo Eva" dijo girándose de nuevo con una sonrisa en la boca y lanzándole un guiño de ojo.
Daniel sintió un golpe en el estómago y respondió rápidamente “A ti”. Por un momento el tiempo se detuvo, se miraron en silencio, la tensión sexual seguía en aumento. Ella no sabía si había escuchado bien y él decidió lanzarse de lleno “Ahora mismo es lo único que tengo claro”, dijo acompañando sus palabras de toda la intención que le corría por las venas.
Se quedaron en medio del pasillo, durante un segundo el mundo entero se detuvo, ese tipo de segundo donde dicen que pasa un ángel. Sus pensamientos iban a toda velocidad y se miraban fijamente de nuevo. Frente a frente. Sus respiraciones pesadas. El ambiente se estaba volviendo cada vez más intenso y sobraban las palabras ya que sus cuerpos gritaban lo que sus labios aún no se atrevían a pronunciar.
La erección de Daniel había empezado a crecer desde que observó ese andar de melena y falda juguetonas, y en este momento ya podía hacerse notar claramente a través de los pantalones de tela. Eva le lanzó una mirada hambrienta y sus pezones se irguieron orgullosos llamando la atención de la mirada de él, que podía apreciarlos perfectamente a través de la camiseta ya que ningún sujetador obstruía a esos hermosos pechos. Ya no tenían forma de esconder su deseo y además, a la vez y sin saberlo, decidieron que tampoco tenía mucho sentido.
Entonces, Eva ofreció su mano a Daniel ¿o fue Daniel quién comenzó a moverse para alcanzar la mano de Eva? En cualquier caso volvieron hacia la habitación sin mediar palabra, dirigiéndose hacia el sillón en el que ella había estado leyendo. Una vez allí, Eva puso sus manos firmes en el pecho masculino empujándolo suavemente para que fuera él quien tomara asiento primero. Antes de dejarse caer, Daniel pudo alcanzar a ver la lectura que ella estaba degustando, <<Delta de Venus>>, y recordó que alguien le había hablado bien de ese libro... Era una mezcla de relatos curiosos y explícitamente sexuales que ofrecen una visión libre de las relaciones humanas, en la que el erotismo y el ansia de placer no excluye ni la belleza ni el sentimiento, ni la amistad ni la búsqueda de la autenticidad.