La hierba
Era una tarde de verano, justo después de una intensa lluvia que había dejado todo a su paso fresco y vibrante. Las gotas de agua aún brillaban sobre la hierba, creando un tapiz resplandeciente que invitaba a ser explorado. El aire estaba impregnado del aroma a tierra húmeda y a flores recién lavadas, un perfume que insinuaba la promesa de algo especial.Ella salió al jardín, sintiendo el suave roce del césped mojado bajo sus pies descalzos. Cada paso era un pequeño deleite; la frescura de la hierba le provocaba escalofríos placenteros que recorrían su cuerpo. Se detuvo un momento, cerrando los ojos y dejando que el sonido de la naturaleza la envolviera.
De repente, sintió una presencia detrás de ella. Era él, quien había seguido sus pasos en silencio, observándola con una mirada llena de deseo. Con un gesto suave, se acercó y le acarició el brazo, provocando que su piel se erizara bajo su toque. Ella giró la cabeza para mirarlo, y en ese instante supieron que el deseo entre ellos era innegable.
Sin pensarlo dos veces, él la tomó de la mano y la condujo hacia el centro del jardín, donde la hierba era aún más verde y fresca. Allí se dejaron llevar por la pasión; sus cuerpos se acercaron como imanes. La suavidad del césped mojado se convirtió en su refugio mientras se abrazaban con fuerza.
Los besos comenzaron suaves, explorando cada rincón de sus labios, pero pronto se volvieron más intensos. La humedad del aire y la frescura del césped creaban un ambiente electrizante. Ella se tumbó sobre la hierba, y él siguió su ejemplo, quedándose a su lado mientras las gotas de agua salpicaban sus pieles.
Cada caricia era un descubrimiento; sus manos recorrían los cuerpos del otro con urgencia y deseo. La hierba mojada les ofrecía una sensación única: fresca y viva, como si también estuviera disfrutando del momento. Ella arqueó su espalda al sentir sus labios deslizarse por su cuello, dejando un rastro húmedo que encendía aún más la llama entre ellos.
El mundo exterior desapareció mientras se entregaban al placer del momento. El sonido de las gotas cayendo desde las hojas cercanas parecía acompañar su danza pasional. Ellos eran solo dos almas perdidas en un mar de sensaciones; el roce de la hierba contra su piel era tan intenso como los besos que compartían.
Finalmente, exhaustos pero felices, se quedaron tendidos sobre el césped mojado, riendo y disfrutando de la conexión que habían creado. Sabían que ese instante sería uno de esos recuerdos imborrables: una tarde de verano donde el deseo floreció entre la lluvia y el sol, enredados en el abrazo fresco de la naturaleza.