El semáforo
Era una tarde calurosa en la ciudad, y el tráfico se detenía en un semáforo en rojo. En el coche, un chico de mirada intensa se encontraba atrapado en sus pensamientos. Frente a él, al otro lado de la calle, había una chica que capturó su atención de inmediato. Su cabello caía libremente sobre sus hombros y el viento jugaba con él, mientras su vestido ligero se movía suavemente al ritmo de la brisa.Mientras aguardaba, su mente comenzó a divagar. En ese breve instante, se imaginó cruzando la calle hacia ella. Con cada segundo que pasaba, la idea se volvía más tentadora. ¿Qué pasaría si se acercara y le sonriera? El simple pensamiento hizo que su corazón latiera más rápido.
Visualizaba cómo ella lo miraría con curiosidad, sus ojos brillando con una mezcla de sorpresa y interés. Se imaginó presentándose, rompiendo el hielo con una broma ligera. Pero en su mente, las cosas iban más allá de las palabras; empezaba a soñar con lo que sucedería después.
El semáforo seguía en rojo, y cada segundo parecía una eternidad. En su fantasía, la invitaba a dar un paseo por el parque cercano. Mientras caminaban juntos, sus manos se rozarían accidentalmente, provocando descargas eléctricas que lo dejaban sin aliento. La tensión entre ellos crecía con cada paso.
En su mente, se visualizaba en un rincón apartado del parque, donde las sombras ofrecían un refugio íntimo. Allí, acercándose lentamente a ella, sus ojos buscaban los de ella en busca de aprobación. La chica sonreiría tímidamente y él no podría resistir la tentación de inclinarse hacia ella.
El tiempo parecía detenerse mientras imaginaba cómo sus labios se encontrarían por primera vez. Una mezcla de deseo y dulzura inundaría el aire entre ellos. Se veía a sí mismo acariciando su rostro suavemente antes de dejarse llevar por el momento; un beso lleno de pasión que encendería todo lo que había estado acumulándose entre ellos.
Pero justo cuando el semáforo comenzaba a cambiar a verde, la realidad lo sacudió de su ensueño. La chica le lanzó una última mirada antes de cruzar la calle y desaparecer entre la multitud. El chico sonrió para sí mismo, sabiendo que aquel instante efímero había despertado algo dentro de él: la promesa de que a veces los encuentros más breves pueden dejar huellas profundas en nuestra imaginación.
Con el corazón aún acelerado por la fantasía vivida en ese minuto escaso, arrancó el motor y siguió su camino, llevando consigo la chispa del deseo y la posibilidad de un encuentro futuro que podría ser real.