A 4 manos, un sádico y una vainilla
Era una tarde lluviosa en un pequeño pueblo del norte de España, donde las montañas se alzaban como gigantes en la niebla y las carreteras eran más caminos perdidos que vías transitadas. Julián, un viajero cansado, decidió detenerse en una tienda que encontró en su camino. El letrero de madera, colgando torcido, decía "El Sendero". Al entrar, un tintineo de campanas antiguas anunció su presencia.La tienda estaba en completo silencio y parecía que hacía mucho tiempo que nadie había entrado, un escalofrío erizó cada poro de su piel e incluso cierta excitación en su pene, al mismo tiempo que sus ojos se posaron en la dependienta tras el mostrador. Era una mujer de rostro juvenil con una mirada de haber vivido muchas experiencias y llena de fuego, su pelo era largo y sedoso y se posaba sobre lo que se intuían unos preciosos pechos como melocotones maduros.
Sus ojos verdes brillaban con un fulgor enigmático. No le sonrió, pero hizo un gesto con la boca, mostrando un interés que Julián no percibió. Sus labios pintados de morado destacaban más todavía su pálida piel con la tenue luz de la tienda, que estaba sumida en una penumbra acogedora. El aire olía a hierbas secas, velas apagadas y algo más, un aroma indescifrable que despertaba algo primitivo en su interior.
—Bienvenido, forastero —dijo con una voz grave y rota que a priori no encajaba con el resto de su imagen—. ¿Qué puedo hacer por usted?
Julián se quedó sin habla unos segundos, no era capaz de articular palabra ante la presencia de aquella mujer, además cada vez se sentía más excitado sin poder controlar su deseo.
Finalmente consiguió decir: - Hola, estoy buscando un lugar donde poder descansar y comer algo para reponer fuerzas.
Ella le indicó con una mano, un elegante rincón al fondo de la tienda donde había una sola mesa con un par de sillas, con el mantel ya colocado, y antes de que pudiera moverse, la mujer sacó de debajo del mostrador una botella de cristal oscuro.
—Este es un vino especial de la casa —explicó—. Hecho con uvas de nuestras tierras y mezclado con hierbas que solo crecen en este valle. Es perfecto para una noche como esta.
La mujer sirvió un vaso y se lo tendió. El sabor era fuerte, intenso, con un matiz amargo y un inesperado regusto afrutado. Bebió sin reparos, dejando que el calor del alcohol lo reconfortarse.
—¿Qué te trae por aquí? —preguntó ella, acercándose lentamente, sus dedos rozando apenas el brazo de Julián.
—Turismo, supongo. Quería escapar de la ciudad.
-¿Qué pretendes encontrar en tu escapada?- Dibujando una hermosa sonrisa en su cara y mirando fijamente de nuevo en sus ojos.
Julián volvió a quedarse prendido de su mirada, hacía que todos sus músculos se tensaran y perdía el control de sus pensamientos.
• Volver a sentirme vivo- dijo sin pensar.
Se sorprendió de su respuesta, ya que no era consciente ni de lo que quería ni buscaba. Ella soltó una dulce carcajada. El vino empezó a hacer efecto, pero no de la manera habitual. Julián sintió una extraña pesadez en los párpados y su mente comenzó a desdibujarse. Los pensamientos se hacían lentos, y una languidez placentera inundó sus sentidos. La mujer lo observaba con ojos hambrientos mientras él luchaba por mantenerse consciente.
—Tranquilo —le susurró, acariciando su mejilla—. Solo relájate.
Cuando despertó, se encontró rodeado por la tenue luz de velas dispuestas en círculo. Estaba en una habitación diferente, más amplia y con un aire antiguo, cargado de misterio y de olor a leña quemada. A su alrededor, otras mujeres, semidesnudas y cubiertas de extraños símbolos pintados con lo que parecía ser sangre, lo observaban con deseo e intensidad.
La puerta de la estancia se abrió y apareció ella de nuevo con un vestido semitransparente que dejaba intuir sus formas, lo que provocó de nuevo una erección en Julián.
-Ya te has despertado, ¿Listo para sentirte vivo?
Sin esperar la respuesta ella, soltó un grito gutural y al unísono todas las mujeres empezaron a danzar en círculos. Los movimientos eran sensuales y excitantes, Julián desconcertado ante tal danza, no conseguía mover su cuerpo, solo veía como su pene se iba endureciendo poco a poco, las mujeres le observaban y al ver este hito, intensificaban sus movimientos.
Ella, la dependienta se acercó a él y le susurro al oído -Podemos jugar con tu placer, ¿Quieres?-
-Sí- dijo Julián, ya que su excitación era máxima.
—Bienvenido a nuestro rito, esta noche, te unirás a nosotras en una celebración que va más allá de lo que jamás has experimentado.
Las mujeres se acercaron, sus cuerpos tocando el suyo con suavidad, despertando cada nervio de su piel. Julián, paralizado entre el deseo y el miedo, no pudo resistirse cuando la dueña de la tienda lo besó con una pasión arrebatadora. Pronto, los límites entre la realidad y el ensueño se desdibujaron, y Julián se dejó llevar por el aquelarre, donde el placer y la oscuridad se mezclaban.
El cuerpo de Julián empezó a moverse por sí mismo al ritmo de los tambores que sentía retumbar en sus oídos. La imagen de la situación era bastante esperpéntica. Los ojos de Julián, desorbitados y dilatados, seguían los destellos de luz que no existían, y su cuerpo, limitado por las ataduras, se movía en espasmos ridículos que ni siquiera iban al compás de los cánticos. Su cabeza giraba en círculos lentos y descoordinados, mientras sus manos se retorcían como si tocaran un piano invisible, creando un espectáculo grotesco de movimientos sin sentido, como una marioneta rota atrapada en un sueño febril.
Las mujeres pararon su ritmo, se quedaron mirando la escena que ofrecía Julián, se miraron entre sí y empezaron a reír por los movimientos que realizaba, durante los siglos que llevaban realizando el rito nunca una ofrenda había actuado de tal manera, se apiadaron de su alma y le dejaron elegir.
Ella abrazó su cuerpo para que parase el espectáculo y le dijo: - Julián eres un alma libre, puedes elegir o quedarte con nosotras por la eternidad como esclavo sexual a nuestra merced u olvidar para siempre todo lo ocurrido en estas horas y volver a tu vida de siempre. Antes de decidir vas a probar nuestros cuerpos. Le cogió del cabello y lo hizo arrodillarse en el suelo, volvió a notar su cuerpo completamente paralizado y su pene excitado.
Todas las mujeres dejaron caer sus vestidos y una a una se acercaron a él depositando su coño en su cara y obligándole a lamer hasta que se corrían. La excitación de Julián era tal, que se corrió varias veces hasta que pasó por su cara la última mujer.
Y tú, lector, ¿Qué elegirías?
Escrito por @*****ado y una servidora