La oficina
La oficina no es muy grande, pero está separada del resto del personal por un gran ventanal que habitualmente queda cubierto por un persiana de lamas de similar dimensión. Dependiendo del grado de independencia y luminosidad están colocadas en una posición u otra. Tu relación con tus compañeros es buena, pero dada tu posición dentro de la empresa se destapan algunas animadversiones y recelos hacía tu persona, producto de uno de los más grandes pecados capitales de nuestra sociedad: la envidia. Al ser una compañía grande formada por numerosos empleados cuya estructura siempre es piramidal, entre los compañeros (principalmente compañeras) existe una rumorología sobre tus aficiones, forma de vestir, costumbres que no son del agrado de los comentaristas. "Que si trabajas demasiado, que si tu vida sentimental no pasa por su mejor momento, que si eres algo pedante y/o engreída, que si tu forma de vestir es muy clásica, que eres aburrida, etc". Todo un catálogo de adjetivos propios de aquellos que no han alcanzado el status adquirido por la agraviada. Por está razón, y con conocimiento de esa “popularidad” negativa, proteges tu intimidad y te relacionas únicamente de forma profesional.
Siempre deambulas por tu oficina impecablemente vestida, bien erguida con un halo “arrogante” como para mostrar tu posición frente a la del resto, muestras tus bellas piernas y el color de tu rostro, convenientemente retocado. Sabes que esta actuación aún alimenta más esa aureola de mujer hecha a sí misma.
Aún no está puesto el aire y hace bastante calor por lo que tu vestimenta se completa con una camisa con más botones desabrochados de lo normal y una falda de traje. Ya inmersa en la primavera no llevas medias, tus piernas sólo son vestidas por un zapato sin elevado tacón que lucen esplendorosas, con el mismo ligero tono que tu pecho, que se muestra entre los botones, tono adquirido en tus paseos vespertinos.
Estás centrada en tus informes, absorta, lees y calculas mentalmente al mismo tiempo, sin advertir, en absoluto, lo que ocurre a tu alrededor. Sin levantar ruido alguno, abrí tu puerta y con sigilo me acerqué a ti por detrás sin ánimo de asustar, pero sí de sorprender. Con tu mirada clavada en la documentación, abalancé mis manos sobre tus ojos para evitar que vieras mi reflejo en tu monitor, los tape con firmeza, y para que no empezarás a especular, incliné mi cara sobre tu cuello y apartando un poco tu camisa deslicé mis labios sobre tu piel. La sonrisa que esbozó tu boca delataba que conocías mi presencia, esos labios, esa forma de besar. Al instante, te moviste sobresaltada. Eras consciente que estábamos en tu oficina, que yo no era tu marido y lo más importante, que éramos el centro de atención de todas las miradas pues en ese momento no supiste que hacer, si disimular, cerrar completamente las lamas de tu persianas, proponer marcharnos los dos,... pero yo en cambio, muy tranquilo, te puse la mano sobre tu hombro para evitar que te levantases de tu silla y continué besándote tanto el cuello como una de tus mejillas mientras evitaba que te incorporases. Durante unos segundos peleaste por fajarte y finalmente preferiste mis besos. Me preguntaste:
• Seguro que habrá alguno mirando, ¿verdad?
Y te respondí:
• No te preocupes, más que alguno yo diría que... ¡todos!!
Para relajarte no dude en introducir mis manos dentro de tu camisa para acariciar tus pechos y de esta forma lograr tu permanencia sobre tu silla. Al notar mis manos sobre tus pechos, noté como tu espalda se repartía por tu respaldo, signo inequívoco de relajamiento que coincidía con el crecimiento de tus pezones que se marcaban fuertemente en el sujetador.
En ese momento, supe que la presencia de tus compañeros no evitaría que nos fusionásemos en un sólo cuerpo..... en el fondo nuestra presencia en tu oficina, a ojos de los mismos, te reforzaba frente a ellos. Seguía acariciándote los pechos, unas veces sobre tus sostén y otras metiendo mis dedos dentro de él y tú empezaste a tomar una posición más activa desabrochando mi cinturón a la vez que me acariciabas por encima del pantalón. Fui desabrochando toda tu camisa, hasta terminar, la abrí y la saqué de la falda, retirándola a los lados, pero aún te cubría toda tu espalda y los hombros. Ya habías desabrochado mi pantalón, tanto el cinturón como la cremallera de mi bragueta y asomaba mi calzón simulando la perfecta silueta del monte Fuji. A través de la abotonada bragueta del calzoncillo se descubría la mitad de mi capullo, aún albergado por mi prepucio. Nerviosa e inquieta apartaste cuando encontraste a tu paso, con la única finalidad que fuese tuya, completamente tuya, cuanto antes mejor y sin mediar palabra me acercaste a ti, introduciéndola lentamente en tu boca, hasta el fondo, qué erguido aparecía y desaparecía a tu antojo sin yo poner objeción alguna. Una de tus manos estaba colocada, estratégicamente, sobre mi culo cubriendo mis dos nalgas para que el control fuera absolutamente tuyo.
Al incorporarte puede liberar tus tetas de tu sujetador. Mi miembro estaba cada vez más duro y húmedo, tanto por mis fluidos como por tu saliva. Aparté todos los papeles de tu mesa y te senté sobre ella, ante la atenta mirada de nuestro público, aprovechando que tu piernas cuelgan de la mesa, es más fácil quitarte tus braguitas, sin retirar la falda. Esta, la voy recogiendo en tu cintura hasta que tu sexo queda a la vista, lo acaricio con delicadeza, mis yemas sobre tus labios sin presionar ni introducir nada. Paso mi mano por detrás de tu espalda y te junto a mi, quiero besarte. Al acercarme y quedar pegado a ti, me introduzco levemente dentro de ti, pero por espacio de lo que duran unos besos. Bajamos de la mesa, para sentarme yo sobre ella y te colocas encima de mi con tu culo sobre mis caderas, espalda sobre pecho, quedando mi pene a las puertas de tu vagina.
Apoyas tus brazos por detrás, para mantenerte erguida y tu coño y tus tetas quedan frente al gran ventanal, expuesta totalmente, pero ya no te importa ya que estás entregada, físicamente a mi y visualmente a todos.
Con una de tus manos orientas mejor mi verga a tu entrada y te inclinas un poco más hacía mi con una doble intención, primero es la introducción total de mi falo y la segunda es que tus compañeros puedan presenciar la magnitud de tu sonrosado sexo. A los pocos segundos marcas el ritmo, primero despacio después más acelerado pero sin perder el compás, nuestros ritmos cardiacos comienzas a estar acelerados, nuestra respiración es jadeante así como nuestras gargantas emiten algún ligero gemido.
Me salgo a menudo de dentro de ti debido a la extraordinaria lubricación de tu vagina, pero con la misma facilidad que se sale, vuelve a entrar. Cuando se sale, y como consecuencia de su dureza producida por la inmensa excitación, produce un efecto rebote y se puede apreciar su espectacular brillo adquirido por nuestros fluidos sobre ella.
Una vez de nuevo dentro de ti acompaño tus movimientos para que mueras de placer, estamos los dos a punto de corrernos pero yo deseo que seas tú la que lo haga primero a pesar que tú quieres que nos corramos al tiempo. Como yo estoy al límite, opongo con mi cuerpo el ritmo de tus movimientos hasta casi pararnos; saco mi polla y la coloco entre tus labios vaginales y dejo escapar una gotita sobre ellos. Resbalo mi capullo por todo tu coño ante tu atenta mirada.
Estas a mil y me pides que la meta de nuevo y que termine, que deseas correrte. Sin perder un segundo así lo hago y recuperamos el frenesí de segundos antes. Mis manos rodean tus pechos completamente y sujeto entre mis dedos tus duros pezones al tiempo que tu culo golpea mis caderas repetidamente. Escucho tu respiración acelerada, tus débiles susurros, tus palabras entrecortadas. Presencio como tus dientes superiores sujetan tu labio inferior en signo inequívoco del placer máximo.
Me pides que termine ya, que no frene en absoluto ese ritmo trepidante, pero yo me evado imaginando otra cosa, dejando mi mente en blanco, para aguantar más que tú.
Totalmente recostada sobre mi, e intentando que el placer sea máximo estimulas tu clítoris con uno de tu dedos en compañía de mi polla que invade totalmente tu vagina...y en ese preciso instante te corres irremediablemente con unos gemidos que sobrecogen a todos.
Antes que note la desaceleración cardiaca y relajación muscular, aprovechando aún esos instantes de placer coloco mis manos en tu glúteos y te levanto para recostarte sobre la mesa y sentarme sobre tu cintura quedando mi polla a la altura de tu cara y pecho con la sanísima intención de ver repartida mi leche por todo tu cuerpo.
A pesar de amagar con mi mano, es la tuya la que ha cogido el erecto miembro y lo menea con precisión, quieres toda mi leche sobre ti y lo quieres.... ¡¡ya!! y a pesar del cansancio en tu antebrazo el movimiento es veloz.
Las primeras gotas de mi semen alcanzan tu pelo, el segundo un hilo grueso sella tus labios y ya un chorro se reparte entre tu cara, cuello y tetas. Lo siguiente resbala por tu mano y se introduce entre tus dedos. Sigues con el movimiento, lento muy lento pero con un recorrido completo, desde mi base hasta cubrir mi capullo con toda tu mano. Al final de ese movimiento salen mi última aportación que se derrama en tu escote, entre tus senos. Para que mi placer sea máximo, mi pene, aún sin retirar tu mano, se dirige hacia tus tetas repartiendo mi leche por todo tu cuerpo con especial interés en tus pezones, que los rodeas con mi capullo. Al mismo instante recoges con tu lengua, un resto de la comisura de tus labios.
Desde mi posición contemplo ese brillo adquirido en todo tu pecho y cara, sin dejar de mirarte me derrumbo sobre ti. Nos fundimos en un apasionado beso primero, acaricio tus mejillas después, te abrazo. Nos colocamos de perfil, uno frente al otro y permanecemos contemplándonos durante un minuto.
Tras ese instante, vuelves a ser consciente de quién eres y dónde estás y con la vergüenza que te falto antes no dudas en bajarte con celeridad tu falda ocultando tu sexo. Recoges tus braguitas en el interior de tu mano, me besas de nuevo y te diriges a la puerta de tu oficina, cierras ésta tras de ti y te colocas tu camisa, mojada de mi esperma y que, a modo de transparencia, muestra tus pechos con especial realce de tus pezones.
Y, sin perder un ápice de tu esbeltez, y ante la mirada atónita de tus compañeros, caminas entre sus mesas dirección al aseo.