La higuera
María estaba por su pueblo de pasada, con ropa cómoda y gesto relajado. Volvía de darse un chapuzón en el río cuando pasó junto a la higuera que tan bien conocía. Estaba a rebosar de su dulce fruto y no pudo evitar coger uno y hundir sus dedos en esa carne delgada, dulce, jugosa... sus ojos se entornaron antes de llevárselo a la boca y deleitarse con esos jugos suaves y crujientes que llenaban su boca y rellenaba sus sentidos, concentrándolos en la dicha de llevar gratos recuerdos y momentos ya vividos a su memoria.
¿Cuánto hacía que alguien no la saboreaba como ella estaba haciendo con ese higo?
¿Cuánto que unos dedos no se clavaban de esa manera en su propio fruto?
Se descubrió la piel erizada y el cuerpo caliente ante esos pensamientos.
Deseaba que alguien la mirara y deseara comerla con el deseo que ella misma había experimentado al pasar junto a la higuera.
Que unos dedos se cerraran entorno a su muñeca mientras otros buscaban en su interior ese dulzor suave y crujiente que ella misma estaba experimentando en ese momento en el interior de su boca.
Tragó con dificultad, pues el pensamiento le había dejado la garganta seca y sacó la lengua hundiéndose en el higo que su mano sujetaba y cerrando los muslos de manera inconsciente mientras notaba como su clítoris demandaba esa pasión con que ella seguía gozando del fruto cogido al azar.
Una vez terminado, sus dedos estaban chorreantes, cálidos y dulces y lamió las gotas que los rebosaban, cerrando los ojos y volviendo a contener el estallido de sus muslos antes de reponerse e ir hacia la fuente a llenar de agua dulce sus labios y lavar su mano, su boca y refrescar aquellos pensamientos previos a llegar a casa donde la esperanza de que aquello sucediera se agrietaría de nuevo al ver a su marido dormitar en el porche o cualquier otro lugar y dándose cuenta de lo poco que disfrutaba con él de su desbordante imaginación.