RÁPIDO, MUY RÁPIDO…
Al fin se encontraron, después de 10 días sin verse.Él estaba nervioso, ella también, hacía mucho tiempo, de hecho, creo que nunca habían estado tantos días sin verse…
Había estado esperándola por casi media hora a que llegara, sentado en un banco, en el rincón de una pequeña plaza, bajo unos árboles que le daban cobijo, al tiempo que les proporcionarían un mínimo de intimidad para lo que iba a ocurrir, culpa de un atasco a la vuelta de vacaciones, como no…
La sonrisa iluminó sus rostros en el mismo instante en que se vieron. El se levantó y la besó, beso que ella le devolvió al tiempo que se abrazaban. Hay que decir que a ella sus abrazos le gustan mucho, se siente segura, protegida, plena… cuando él la abraza, es una sensación de plenitud que le cuesta describir.
Se sentaron, pero no como dos personas normales que se acaban de encontrar, sino como dos colegiales… él sentado en aquel banco del parque y ella encima suyo, cara a cara, frente a frente.
Bajó la mirada y, a causa de la falda vaquera corta que ella llevaba, atinó a ver la tela de su tanga, y creo que ella se dio cuenta, porque abrió un poco más sus piernas, sin que hubiera necesidad para ello, al tiempo que le miraba con esa sonrisa picarona y juguetona de la que sabía hacer tan bien gala.
Empezaron a besarse de nuevo, pero ahora de otra forma, más lascivo, más profundo, con más deseo, más… sexual.
Ella sabía perfectamente lo que quería, y él también.
No tardó ni un minuto en deslizar su mano por entre la tela de esa falda, hasta encontrar el tejido de ese tanga que ella se había preocupado tanto en poner al al ante de su vista y, por qué no, de su mano.
Al instante de apoyar sus dedos encima de la tela, ella se estremeció, cerrando los ojos y emitiendo un leve suspiro que hacía prever lo que iba a pasar a continuación…
Los dedos empezaron a deslizarse arriba y abajo, izquierda a derecha, en círculos, como él sabía que le gustaba a ella.
La temperatura seguía subiendo, los dos empezaban a sentir un calor que manaba de su cuerpo de una forma casi incontrolable, fundiéndose en un solo cuerpo, una sola mente con un sólo propósito, placer.
La humedad había ya empapado la tela del tanga, de hecho, cuando se había sentado encima de él ya se encontraba húmeda, y dispuesta a hacer lo necesario para obtener el placer del que se habían privado los dos durante, ahora se habían dado cuenta, demasiados días.
Él seguía moviendo sus dedos cuando ella comenzó a contornearse, cada vez de forma más evidente, dejándose llevar cada vez más por el placer que le estaba causando.
Se besaban, ella se aferraba a su espalda, como si fuera la última rama que le separara de caer al precipicio. Sus gemidos eran cada vez más altos, sus piernas empezaban a no responderle, cuando él apoyó sus labios en uno de los pezones que luchaban por salir de su camiseta.
Para ella fue como un aviso, desabrochó los botones de su ropa y sacó a la luz ese pezón, deseoso de que lo lamieran, mordieran, chuparan, hasta el éxtasis.
Él no se hizo de rogar, lo metió entre sus labios y sacó su lengua para disfrutarlo, lo chupó, lo mordió, lo lamió, como si fuera su último alimento.
“Amor, méteme los dedos, por favor, lo necesito”
No hizo falta más. Con dos dedos apartó el tanga, y lentamente los hundió en el interior de la vagina de ella. Estaba caliente, húmeda, temblorosa, deseosa de que él le hiciera lo que le había pedido.
Con su dedo gordo presionaba la zona del clítoris, mientras su índice y corazón se arqueaban hacia arriba y acariciaban su punto g, consiguiendo que ella perdiera absolutamente el control de su cuerpo, en realidad, hacía ya rato que lo había perdido, estaba sumida en un estado continuo de éxtasis que hacía días que no recordaba.
Él seguía chupando sus pezones, si, ahora los dos, ella había maniobrado para sacarlos a la luz, y se aferraba a su cabeza, presionándola para sentir su lengua y labios por todo su pecho.
No tardó mucho, un escalofrío de placer recorrió su espalda justo antes de decir “¡¡¡amor, sigue, no puedo más, me corro, me corro, me corro!!!”
Él aceleró sus movimientos justo en ese momento, y todo el cuerpo de ella experimentó un fuerte temblor, un temblor que solo podía deberse al orgasmo experimentado por sus dedos, los dedos del hombre que tan bien la conocía y que tantas veces le había proporcionado ese mismo placer. Su vagina se contrajo varias veces, no supo cuántas, ninguno de los dos lo supo, para detenerse a los pocos instantes, pasando a experimentar un temblor en las piernas del que le costó unos cuantos segundos reponerse.
Él sacó los dedos de su vagina, y se los dio a ella para que los chupara, cosa que ella hizo, con la expresión de sumo placer en su cara, satisfecha, plena, sudorosa, para luego besarle a él compartiendo los fluidos recién salidos de su cuerpo.
No se dieron cuenta de si alguien los había visto, pero les daba igual, ese momento de placer sublime ya no se lo quitaría nadie.