Cruce de caminos
Una app cualquiera, de chats grupales.Ella, de mente abierta. El resto, no tanto.
Y al protagonista de esta historia le llamó poderosamente la atención esa manera de expresarse.
Una mujer que habla libremente sobre sus gustos y su sexualidad, ¿por qué tendría que estar callada y reprimir esos comentarios?
Las conversaciones privadas entre ellos fueron fluyendo sin apenas darse cuenta, entre confesiones personales y vivencias sexuales. Y el morbo, esa química que es como el viento y que no se puede ver pero sí sentir, iba aumentando los grados de temperatura en ambos.
Sin darse cuenta, se dejaban llevar y se bombardeaban con audios, llamadas y videollamadas...cada cual más comprometida que la anterior, en sitios insospechados. Lejos de quedarse saciados, sus cuerpos pedían más y más. Y ahí llegó el momento de verse en persona: no sabían cómo podría reaccionar cada uno.
Pero fue mágico, con una sonrisa a lo lejos y un abrazo al acercarse se dijeron todo sin palabras.
Se sentaron y hablaron, autoengañándose, cuando en realidad querían devorarse mutuamente.
Llegaron a la habitación del hotel y se quedaron mirando fijamente, saboreando el momento. Sin previo aviso, sus labios se habían encontrado y el tiempo se había congelado. Era lo único frío en esa habitación.
Él le ayudó a quitarse la ropa con delicadeza y ella le empujó sobre la cama. Ahora tenía delante, en cuerpo y alma, eso con lo que tantas noches había humedecido sus sábanas. Y empezó a besarle cada centímetro, recorriéndolo sin GPS como si le conociera de toda la vida.
Y, al levantar su cabeza, vio cuánto había conseguido excitarle. Sin pensarlo dos veces, se lanzó hacia su polla, besándola y lamiéndola de tal manera que él necesitaba agarrar fuertemente las sábanas para que esa primera vez no fuera fugaz. Ella, lo notaba y decidió llevarle al límite: llegaba hasta la base y le miraba fijamente, haciéndole gritar de placer.
"Tu turno", le susurro al oído. Y él se lanzó hacia su coño, pidiéndole que se pusiera cómoda y le dejara hacer su trabajo. Empezó besando y mordisqueando sus muslos, usando su lengua para rodear su coño. Ambos labios se encontraron en otra posición esta vez y él relajó su lengua, moviéndola de arriba a abajo y succionando con delicadeza ese clítoris que había salido a saludarle.
Se incorporaron y se dieron la vuelta en la cama, quedando frente a una pared de espejo en la que se multiplicaba la excitación, sobre todo al estar ella a cuatro.
El ritmo, el sudor y los gemidos era un cóctel explosivo que avisaba sobre lo que se avecinaba. Ella empezó a contraerse y no pudo aguantar más, él estaba a punto de acabar y, al verlo, ella se dió la vuelta y le pidió que le diera en la boca ese premio por el que tanto había esperado.
Las risas flojas, los besos y las confesiones les acompañaron durante el resto de la noche y el día siguiente.
Y, al despedirse, se hicieron una promesa: cuidar esa conexión y esa química con todo el cariño del mundo, sin importarles nunca el qué dirán.