Calor de verano.
La tarde se hacía eterna con aquel sofocante calor. Después de comer, todos nos escondíamos en nuestras habitaciones en un absurdo intento de evitar el calor y que molestáramos al abuelo que dormitaba frente al televisor donde emitían el Tour de France. Aquel calor se unía al olor de la madera antigua y el aceite que recubría los muelles del viejo somier haciendo el aire espeso pero agradable. El sudor por el cuerpo resultaba una caricia si sabías concentrarte en las gotas cayendo por la espalda. El crujir de la vieja casa, el sonido del comentarista de la televisión a lo lejos, el ruido del tejado y del desván hacían de ruido blanco que ayudaba a relajarse.
Con las piernas estiradas sobre la cama, apoyando la espalda en la pared de piedra del viejo edificio, releía mis comics de La Patrulla X. Alguna vez mi imaginación volaba y sentía la presencia de alguna de aquellas heroínas enfundadas en sus trajes elásticos con sus botas altas de tacón y escotes imposibles. Lógicamente, mis manos ayudaban a que aquella experiencia fuese más intensa. Aquella tarde, entre aquel silencio, escuché unos murmullos y mi curiosidad fue creciendo hasta que me senté cerca de la pared por la que mejor se escuchaba aquel sonido.
-Buf, me estás poniendo muy cachondo.
-¿Tienes condones?
-¿Estás segura?
Asombrado, agudicé más el oído y descubrí que el tonto de mi primo Jaime se había colado en la habitación con Paula. Paula era una preciosidad de chica rubita de ojos verdes, muy menuda y de aspecto frágil pero atrevida y de carácter fuerte. Sus abuelos eran vecinos de los míos de toda la vida y siempre andábamos juntos. Cuando apareció por casa aquella tarde, no me sorprendió verla porque podría estar allí acompañando a cualquiera. La conversación se entremezclaba con sonidos de besos, de cuerpos que se movían al unísono sobre los muelles de una cama antigua, todo casi inaudible, pero no había duda. Cuando ella comenzó a gemir de placer, yo ya tenía mi polla entre mis manos y el cómic a un lado. Cerré los ojos y la vi frente a mí como tantas otras tardes en el parque. El sudor caía por mi frente y mi espalda. Abrí mis labios esperando los suyos y escuché como se corrían los dos lo que provocó que, acto seguido, mi mano se cubriera de abundante esperma caliente.
Cuando sentí que había terminado, fui a hurtadillas hasta la puerta intentando llegar al baño para lavarme sin hacer ruido. Al llegar a la mitad del pasillo, Paula salió de la habitación y se quedó mirándome. Rápidamente puso un dedo sobre mis labios mandándome guardar silencio. Luego bajó la mirada y, viendo mis manos, volvió a mirarme a los ojos y me sonrió arqueando las cejas. Llevó el dedo que sellaba mis labios hasta mis manos y luego lo chupó entornando aquellos ojos preciosos con gesto de placer. Luego se dio la vuelta, dejando su aroma rodeándome, y la vi salir de la casa contoneándose en silencio por la puerta del patio mientras yo la miraba inmóvil asombrado.