Desesperación
Le gustaba tenerme por completo.—Ven aquí, mi perrita y sientate en mis piernas —Me dice, mi amo.
Voy gateando hacia él mientras la correa de mi collar se arrastra. Me siento en sus piernas y me ordena quitarme el sostén de encaje, despacio sin apartar la mirada de sus ojos. Él parece burlarse de mi obediencia con una ligera risa, seguido de poner sus manos en mi cintura, subir a mis senos y jalar de mis pezones.
No pude evitar el movimiento deseoso de mi cadera, rozando con su entrepierna. Inmediatamente, me jala del collar y con un tono de voz un poco autoritario, dice:
—No te he dado permiso para calentar tu vulva. Si tanto lo deseas, suplicale a tu amo que te destroce la vagina.
—Se buena chica y ponte en el suelo boca abajo; levanta tu cadera y con tus manos separa tus labios. Deja a tu amo ver tu agujero húmedo excitarse mientras repites en voz alta "Por favor, usa mi vagina, mi señor" hasta que decida si mereces ser follada.
Era humillante para mí tal exposición ante él, pero deseaba llenar mi interior; por ello lo hice sin dudarlo. Mi amo solo disfrutaba en silencio de aquel espectáculo; mientras tanto, yo estaba perdida en esas palabras resonando en mi cabeza, y de repente puedo sentir que mi amo se acerca e introduce sus dedos en mí, haciendo retorcer mi cuerpo de placer. Después de unos segundos, los saca e introduce su pene, haciendo que salgan gemidos de mi boca.
—Qué perrita tan obediente, ¿dejaras que te llene de mi dulce nectar hasta tu utero? Me apetece darte un hijo en este instante —me dice mientras sigue embistiendo con fuerza.
Entre jadeos y con el cuerpo débil, le digo:
— Sí, mi señor. Haz lo que desees, soy tuya.
—Entonces, así será —responde él.