Amanecer
Amanece y siento tu cuerpo a mi lado. Siento paz al notar tu respiración tranquila y me estiro suavemente a tu lado con tranquilidad y te despiertas. Estiras tu brazo y me recoges, me acercas y curvas tu cuerpo para adaptarlo al mio. Seguimos desperezándonos, dejando a nuestros cuerpos y nuestros sentidos activarse poco a poco. Y descubrir esa electricidad que se forma entre nuestros cuerpos, sentir el aroma del sexo de la noche anterior, el sabor en mi boca. Abrirla junto a tu cuello y volver a saborearte. Dejar que mis manos te descubran. Sentir como tu piel se estremece y, cual página en Braille, leer tu deseo que despierta.Sentir ese fuego que se ha mantenido durante el sueño y avivarlo lentamente afirmando esa erección matutina que busca tu calor. Tu boca que se abre con un suspiro haciendo que tu pecho se hinche cogiendo aire. Tus dedos que se escurren por mi pelo cogiendo mi cabeza para dirigirme hasta tu placer. Mis manos que amasan tus pechos descubriendo tus pezones hinchados que arañan mi pecho llevándome a la locura.
Y giramos en un baile en el que me abrazas con tus piernas tirando de mi cadera esperando sentir mi peso sobre ti. Mi cuádriceps tenso entre tus piernas, con fuerza sube y baja siguiendo el ritmo de tu danza a la que se unen nuestras lenguas que giran enloquecidas. Cuando me abrazas acariciando mi espalda, arqueo mi cuerpo y nos acoplamos como si de un rompecabezas se tratase. Un ajuste perfecto que crea un nuevo cuerpo de deseo celestial, de fuego imparable, de sensaciones infinitas. Sin vuelta atrás, aquel suave baile que mecía nuestros cuerpos se acelera al ritmo de los visillos que vuelan con la brisa de la mañana filtrando la primera luz del día. Esa brisa no para y de su suave vuelo surge, poco a poco, una tormenta de placer, una llamarada que nos hace arder en una combustión espontánea de deseo y sexo de la que nace una nueva coreografía en la que nuestros cuerpos se baten en duelo feroz, arriesgado, profundo. El calor de nuestros cuerpos se hace inaguantable y el sudor nos cubre lubricando nuestra piel haciendo aún más placentero cada roce, cada caricia. Tus gemidos me excitan y tus besos me enloquecen. Siento que pierdo la cabeza y mi cuerpo, asilvestrado, comienza a bailar a su ritmo, salvaje, incontrolado. El ruido del choque de nuestros cuerpos se une a tus gemidos y no puedo evitar dejar salir un rugido de placer y excitación. Sí, aciertas al percibir que mi máximo placer está próximo y comienzas a tocar tu clítoris, hinchado y sabroso. Notas como mi calor te inunda y tiro de tu cuerpo en un animal intento de atravesarlo que te provoca un estado de excitación tan profunda que te lleva a sentir un orgasmo que nace del cuello de tu útero, comprimido por los movimientos de nuestros cuerpos y ahora se expande en una explosión de placer.
Sin abandonar nuestra postura, aún unidos por el más íntimo rincón de nuestros cuerpos, como dos peces fuera del agua, boqueamos jadeantes y nos besamos aún con ganas de más, con más ganas el uno del otro, con más ganas de nosotros. Recorro la suave piel de tu cuerpo, brillante por el sudor, precioso y radiante. Tú me miras directamente a los ojos y no soy capaz de descubrir todo lo que dice esa sonrisa. Nos separamos lentamente pero en un instante te giras y quedas abrazada sobre mí. Aún es temprano y volvemos a quedarnos dormidos mecidos por la suave brisa que minutos antes nos acompasaba y siento que eres capaz de hacer que amanezca más de una vez al día.