A ríos por mi piel
He de reconocer que nos sienta bien salir de casa sin tener que estar pensando en nada más que en disfrutar los dos. Esta noche estás espectacular, con el pelo suelto y la barba rasurada, tu polo oscuro y esos ojos pardos tras los cristales tintados que te otorgan un aspecto de actor de los años 80. Con ese porte que gastas, quién no se daría la vuelta para disfrutar del paso que tienen tus andares. Aunque, conste, que yo no me quedo atrás, y a juego con mis uñas pinto mis labios antes de enfundarme en ese vestido de tu color preferido, el cual me ves puesto por primera vez. Y parece que no me sienta mal, porque antes de entrar en el restaurante puntualizas que cierto grupo de hombres en una mesa se ha girado al vernos entrar...Ya sabes cómo me gusta provocar.
La cena simplemente es deliciosa, con tintes románticos, a la luz de una vela que ilumina nuestros rostros. Aunque siempre se agradecen esos momentos, ciertamente hace tiempo que dejamos el romanticismo de lado. Nuestra conversación es divertida, y reconozco que desde que abrimos la relación, nunca nos ha faltado un tema para hablar. Tras ponernos al día (que a veces parece mentira que, viviendo bajo el mismo techo, haya tantas cosas por decir), decidimos ir a tomar una copa. Esta noche estamos cansados como para terminar en un club, aunque sé que si te tiento lo suficiente podríamos acabar en él. La noche será tranquila hoy...
… Al igual.
Tras tomar un cóctel con vistas a la ciudad, regresamos a casa. Durante la velada, te he estado contando cierta fantasía que me encantaría realizar, aunque entiendo la complicación que puede acarrear. Y es que el mundo de los sentimientos es complejo, y a veces una idea que nos seduce puede chirriar cuando entra en conflicto con nuestro plano emocional.
• "Sabes que me encantaría estar con vosotros dos, a solas..."
La idea me martillea en la cabeza sin descanso cuando la pienso. Y no voy a negar que la humedad se me escapa de la ropa interior cuando en mis momentos de placer a solas imagino a los dos hombres que me volvéis loca cumpliendo mi fantasía. Mezclar tantos planos y tantas emociones en una misma coctelera puede ser complicado si no se gestiona todo correctamente. Pero, aún así, mi esencia sigue intacta, y mi vicio se dispara cuando en mi imaginación te veo sentado, observando pacientemente sobre un sillón, con tus grandes y fuertes manos acariciando la tapicería, la camisa a medio desabrochar y la expresión serena. En lo que, mientras tanto, tu adorada mujercita gime descompuesta, entre gotas de sudor, el maquillaje corrido y el pelo hecho unos zorros, su enésimo orgasmo sentada sobre la boca del hombre que la pasea a punta de lengua por los vértices de la locura. Y una vez saciada y preparada para que me veas estremecer, clavo mi mirada en tus ojos que, sin tocarme, me follan desde el sofá. De rodillas a modo de penitencia, con las manos cruzadas, grito y exclamo lo mucho que me gusta lo que estoy sintiendo mientras esas otras manos se aferran a mis caderas con fuerza. Y es el momento en el que te pones tenso, cuando te expreso que su dureza me atraviesa por el camino que marcan los húmedos y suaves labios de mi coño...
Cómo suspiro por vivirlo.
En casa, paso un momento al baño y le doy las buenas noches a la distancia al co-protagonista de mis desvelos. Y, al salir, me tumbo sobre la cama, envuelta en mi imaginación, cubierta por un fino y corto camisón. Entras en la habitación y ves la escena. Y es que a una, que le gusta provocar, sabe que sin la ropa interior puesta puede dejar entrever ciertas cosas que no dejarían indiferente a cualquier mortal. Con las mismas, y a pesar de mi cansancio, entre la oscuridad siento cómo tu cuerpo invade el mío. Hoy no habrá preliminares, porque ya los hemos tenido en nuestro juego, y ambos queremos sentirnos el uno dentro del otro. Besándote la piel que le cubren las venas del cuello y sintiendo tu respiración pesada, paseo mi afilada y peligrosa lengua por el pabellón de tu oreja. Y es tal tu excitación, que a cada empuje siento cómo me invades más y más con tu erección. Tus manos se aferran a mí y comienzo un juego donde hilo palabras, una tras otra, con el único propósito de provocarte.
• "¿Te imaginas que me encuentras ahora así, justo después de haberme follado a otro?"
Te escucho respirar hondo e intuyo cómo sonríes. Y es ahí cuando entiendo que no se me ha de olvidar, mi querido esposo, que a pesar de tu aparente tranquilidad, juegas en ligas mayores.
• "¿Sabes una cosa? Estoy deseando que te rellenen delante de mí, y que cuando acaben bien dentro, te dejen chorreando y con las piernas temblando, sepas que después entraré yo, y te voy a follar como no te han follado en la vida."
Mis gemidos ahogados se pierden entre el ritmo acelerado del movimiento de tu pelvis, y siento cómo tu jodida erección se engrosa y me llega a ciertas zonas en las cuales aumenta exponencialmente el peligro de mojar las sábanas de forma accidental.
• "No me digas eso, que sabes que hacerlo con vosotros dos es una fantasía que me pone tal y como me tienes hoy."
• "Ya te lo he dicho, que cuando estoy sereno no lo pienso, pero conoces al demonio que guardo dentro, y en esta tesitura no podría decirte que no."
Y tras un gemido sentido y pronunciado, aprieto mi vientre justo antes de que pierdas el control, no sin pedirme que te diga que la saques de mi interior. Y acabas a ríos por piel, cubriendo mi vientre y muslos, en lo que tus fuertes manos terminan de exprimir hasta la última gota que llevas dentro. Pero, lejos de saciarte, vuelves a la carga aumentando la intensidad. Entre sonrisas, te digo en tono jocoso:
• "¿Es que acaso quieres preñarme?"
• "Sí, justo después de que él lo haga."
Quien pudiera verme en ese momento, entendería lo que es la pasión desatada. Porque es ahí justo cuando mi eterna fantasía se cuela sin pudor entre nuestras sábanas, haciendo que pierda los poquitos cabales que me quedan. Me siento estremecer ante el poder que sobre mí ejerce el sonido de su grave voz. Percibo su intenso sabor en el paladar, y su perfume y su calor se derraman desde mi vientre, reflejando toda su pasión en mi deseo. Tal ha de ser lo que se desencadena en mi cuerpo que, por segunda vez, viertes tu vigor sobre mis muslos para entrar y dejarte perder una tercera vez.
Y es que...
En mis desvelos, ambos me miman y cuidan hasta hacerme enloquecer, entre palabras, caricias y órdenes de placer, a besos, a mordiscos, a temblores sobre el somier que deseo que me escuche en un no tan secreto lo que haría con ellos si los tuviera a solas conmigo.