El viaje de fin de curso.
En aquella época y en aquel instituto, los viajes de fin de curso eran algo muy sencillo y aquel año pasaríamos cinco días, 4 noches en Valencia la penúltima semana de junio. Los largos trayectos en autobús ayudaron a crear nuevos lazos entre compañeros de clase o afianzar otros existentes. Aquellos días compartí asiento con varias chicas con las que casi no había hablado durante aquellos años juntos y disfruté mucho charlando con ellas. Yo no me sentía muy hábil con las chicas y en clase evitaba el contacto. En aquel entorno controlado, me sentía más seguro y la conversación era más fluida.El penúltimo día lo pasamos en Sagunto con visita cultural por las ruinas romanas, museo. Aburridos, los profesores nos sorprendieron con una tarde-noche de fiesta en el puerto de Sagunto. Una zona de playa y diversión ideal para adolescentes. Aficionado al voley, destaqué jugando en la playa. Aquel repentino éxito deportivo hizo que muchas chicas se fijaran en mí aquella tarde. Y la sorpresa final no dejó a nadie indiferente: cena y entrada en la discoteca del paseo marítimo. Un local de moda frente al mar con mucho éxito los fines de semana pero algo vacío un jueves, lo que facilitó a los profes conseguir entradas para todos.
Una vez dentro, volví a sentirme incómodo ye fui al baño alli escuché por el respiradero de los aseos comentarios de las chicas sobre los chicos y me salí fuera. El espectáculo de adolescentes entrando y saliendo tonteando era un tanto incómodo de ver y me dirigí a un banco algo alejado frente a la puerta.
Allí me encontré por sorpresa con Sofía, una bonita compañera que había conocido aquel curso porque había repetido tras competir en los juegos olímpicos del año anterior. Recogía su brillante melena en una coleta alta y se había maquillado remarcando sus ojos y un gloss hacía destacar sus labios. Un top blanco de encaje y una falda azulona estampada cortita hacían destacar su escote y sus largas piernas. Sus claviculas y tobillos me resultaron soberbios, un portento anatómico de piel suave. Se levantó sorprendida al verme y, sobre sus altos zapatos de tacón fino, destacó su figura, aunque no llegaba a superar mi altura.
-¡Qué guapa estás! -le dije deslumbrado por su aspecto-.
-Gracias -masculló algo triste-.
Percibiendo que algo no había ido bien, entablé conversación con ella y caminamos alrededor de la discoteca. Nos sentamos a charlar en un parquecito y saqué dos refrescos de una máquina. Por fin logré sacarle una sonrisa y me encantó ver cambiar sus ojos. En aquel instante, hubo un momento en el que se paró el tiempo y nuestras manos se rozaron. Miré nuestras manos y luego nos miramos a los ojos. Cuando el tiempo volvió a ponerse en marcha, lentamente acerqué mi cara y nos besamos. Su olor me había tenido distraído todo el rato y ahora sus labios me acariciaban derritiéndome por dentro.
Suavemente nuestros cuerpos se fueron juntando hasta que ella quedó sentada con sus piernas sobre las mías. Mis manos se habían apoderado de su cintura y mi boca de su cuello. Sus manos tiraban de mi nuca y su respiración se volvió un suspiro. Di una vuelta y la abracé por la espalda pudiendo besar su cuello con más facilidad. Mis manos, que habían tomado el control de su cintura, comenzaron a acariciar su abdomen, trabajado en el gimnasio y su precioso escote. Los dedos jugaban con el encaje y su tacto sedoso se volvió adictivo. Poco a poco mis manos alcanzaron a acariciar con delicadeza las areolas y pezones que empezaban a estar duros. En aquel momento, ella se sentó a horcajadas sobre mí en el banco y nos besamos con fuerza.
No sé cómo mis manos, que hasta entonces habían jugado con sus muslos, se habían colado bajo su falda y manoseaba con placer su suave culo solo cubierto por un tanga. Mi suave pantalón de verano no podía ocultar más mi erección y, al tirar de ella, sentia el calor de su entrepierna sobre ella. Nuestra respiración se fue volviendo más agitada hasta el punto de que no pude aguantar más y me levanté cargando con ella sobre mí. Aquella demostración de fuerza provocó que ella me abrazara con fuerza y se excitara. La tumbé sobre un banco curvo de abdominales que había en la zona de ejercicios para mayores del parque y me agaché colándola bajo su falda. Comencé a besar el interior de sus muslos y sus manos tiraron de mi pelo obligándome a lamer la tela del tanga hasta humedecerla totalmente. Luego lo apartó a un lado y continué con su vulva. Sus gemidos y su humedad no daban lugar a dudas. Continué lamiendo muy despacio dejándome guiar por sus manos en mi cabeza y sentí como comenzó a agitarse hasta que se corrió en mi boca. Me incorporé y la abracé con cariño.
Acto seguido, ella se incorporó y me obligó a tumbarme sobre el mismo banco de abdominales. Abrió la cremallera de mi pantalón y, tal cual estaba mi polla, se la metió en la boca. Sin ser algo enorme, su ímpetu la llevó a atragantarse y toser aunque no abandonó su tarea. Yo no podía sentir más placer y, cuando estaba a punto de explotar, sacó de su bolsito un condón y me lo puso. Luego se colocó a horcajadas sobre mí aprovechando la estructura del banco de abdominales y empezó a follarme. Instintivamente mis manos fueron a parar a sus tetas y las masajeé sacándolas de tu top blanco. Pellizqué sus pequeños pezones, que se habían vuelto a poner duros y nuestros gemidos se coordinaron. Mis manos volvieron a su culo para coordinar nuestros movimientos tirando de él y vi como otras manos salían de la oscuridad y tomaban mi lugar. Eran unas manos femeninas pero la oscuridad no me permitía ver su rostro. Cuando vio como otras dos figuras aparecían a su lado salidas de entre las sombras, sintió como unas gotas de semen caían sobre sus piernas. Sus gemidos se unieron a los nuestros y Sofía, al escuchar a la chica que manoseaba sus tetas susurrante a su oído, volvió a ponerse muy cachonda y apretó aquellas manos que pellizcaban sus pezones. Acto seguido los tres nos corríamos a la vez.
Rápidamente nos recompusimos y todos volvimos a la discoteca escondidos entre las sombras. A la mañana siguiente, al subir al autobús nuestros ojos buscaron entre las caras que nos miraban a aquellas personas que nos habían acompañado miéntras ellos sabían qué habíamos hecho nosotros ante ellos.