Los placeres del condenado
Relato autobiográfico, espero que os guste Estábamos en mi casa, después de haber cenado y charlado durante un rato en el sofá. Ella agarró su bolso y se marchó al lavabo. Aproveché para servir un par de cervezas . Estaba dándole el tercer trago cuando apareció de nuevo ante mí. La luz del salón estaba apagada, y lo poco que veía era por el brillo que desprendía la televisión. Me quedé asombrado. Llevaba puesto el conjunto con el que tantas veces me había masturbado, un sujetador y un sexy tanga color negro con transparencias. Sus piernas estaban cubiertas con unas medias negras con liguero, y sus pies se habían subido sobre unos tacones de infarto, de unos once o doce centímetros.
Se sentó a mi lado y le pasé la cerveza. Cuando le dio el primer trago aproveché y puse mi mano en su muslo, acariciando suavemente su pierna izquierda, pasando mis dedos índice y medio por la cinta del liguero y tensionándolo hacia arriba. La otra mano la coloqué sobre su cintura y nos besamos con pasión, buscando nuestras lenguas y jugando con ellas. Ella colocó una de sus manos en mi cintura y la otra en mi mejilla, agarrán-dome la cara mientras mordía mi labio. Al separamos y abrir los ojos, ella lo hizo de forma lenta y sensual, con mirada excitada. Al verla así me abalancé de nuevo a besarla. Sus labios eran suaves y su lengua estaba fresca, con un sutil sabor a cerveza. Después me desnudé y me puse encima. Bajé por el cuello, jugueteando con mi lengua, descendiendo hasta sus pechos. Aparté el sujetador dejando asomar su pezón, ligeramente rosado y de tamaño ideal. Tenía unos pechos perfectos, solo me faltaba saber si su coño era igual de apetecible, pero no tenía prisa por desvelar el misterio.
Le pedí que se quitara el sujetador. Podría haberlo intentado yo, pero mi torpeza hubiera cortado la magia del momento. Ella lo hizo con destreza y lo lanzó al suelo. Yo me lancé a sus pechos. Chupé y mordisqueé sus pezones mientras emitía sus primeros gemidos. Me mantuve ahí hasta dejarlos empapados, luego me reincorporé y me puse de rodillas en el suelo. Agarré sus piernas por los tobillos y la coloqué frente a mí. Abrí sus piernas, y sin dejar libres sus tobillos, comencé a besar sus gemelos, subiendo y abriéndome camino entre sus piernas. Tenía el tanga mojado, sus labios se impacientaban por conocer mi lengua. Me lancé hacia ellos sin apartar el tanga, presionando mi lengua contra la tela húmeda de su ropa interior. Le quité el tanga y lo dejé caer por sus piernas. Ahí estaba su coño, frente a mí, cara a cara, depilado completamente, mojado, jugoso, apetecible. La miré y le sonreí. Besé su coño. Lo besé una segunda vez y volví a hacerlo una tercera. Después le di el primer lametón, a cámara lenta, palpando con mi lengua cada milímetro de sus labios, tenía un coño delicioso. Continué lamiendo a la vez que con mis dedos presionaba sus muslos. Ella se relajó y se dejó llevar. Pasó su mano acariciándome desde la frente hasta la nuca, posándola en ella y empujando mi cabeza entre sus piernas. Pocas cosas habían que me dieran más morbo que una mujer empujando mi cabeza contra su coño. Aquello me la puso dura, y sin dejar de comérselo, me quité los boxers y comencé a masturbarme. Entonces, después de acumular gran cantidad de saliva en la punta de mi lengua ataqué su clítoris. Su cuerpo comenzó a moverse, levantó una pierna y clavó su puntiagudo tacón en mi hombro, presionando con él. Lo hacía con tal fuerza que dejó su marca en mi hombro, marcándome como si me hubiera condenado a volverme adicto a comerle el coño.
Entonces, agarré su tobillo e inmovilicé su pie, me gustaba sentir su excitación en la fuerza que ejercía el tacón. Bajé un poco más mi torso y su pie se deslizó lentamente por mi espalda. Juntó sus dos manos y empujó mi cabeza contra ella sin ningún tipo de control. Yo seguí trabajando su clítoris pegando mi cara a su coño, respirando por la nariz; yo tampoco quería separarme de ella. Con una pierna acariciaba mi espalda arriba y abajo pasando su tacón, con la otra rodeó mi cuello, abrazándome e inmovilizándome. Los movimientos de mi lengua iban variando, de arriba abajo, de lado a lado, en círculos, dibujando ochos, dibujando el símbolo de infinito… Ella empezó a moverse repetidamente de atrás hacia delante, follándose mi boca con su coño mientras yo me follaba su coño con mi lengua, ambos con movimientos cada vez más rápidos y descontrolados. Ninguno de los dos nos detuvimos, hasta que con un sonoro e intenso gemido, se corrió en mi boca.
Con mi cara brillante, mezcla de su flujo y mis babas, me levanté y la llevé de mi mano hasta la cama. Ella se tumbó y yo me puse encima, empecé a joderla con cuidado, decía que la tenía muy gorda y hacía mucho tiempo que no follaba. Para excitarla más y que se dilatara me puse de rodillas delante de ella, me agarré la polla y comencé a rozar el glande por su coño, arriba y abajo, abajo y arriba. Dibujé círculos con ella, abriendo sus labios. Con mi capullo di golpecitos contra su coño y después busqué su clítoris para frotarlo contra él. Ella gemía, se retorcía en la cama, estaba mojada, cachonda, con el coño dilatado, listo para ser follado. «Fóllame», dijo bajito, casi susurrado, en tono de súplica. Me dejé caer sobre ella y acto seguido se la metí. Entró entera, resbalando a través de las paredes de su coño, directa hasta el fondo. Una vez dentro empecé a moverme, aumentando el ritmo y la velocidad a medida que le daba una sacudida tras otra. Sus manos me agarraron por la espalda y sus uñas se clavaron en mi piel, sus piernas me rodearon la cintura abrazándome, notando su tacón por debajo de mis nalgas. Necesitaba correrme ya, el cuerpo me lo pedía y la jodí sin ningún tipo de piedad, tal y como a ella le gustaba. Metí mi lengua en su boca, besándola de una manera ordinaria y grosera. Con una mano la agarré del cuello y lo presioné, la otra la pasé por detrás de mí y agarré sus tobillos en el punto donde sus piernas se cruzaban, inmovilizando sus piernas, quería sentir como me abrazaba por completo mientras yo le daba con mi polla habiendo perdido por completo el control. Sentí el cosquilleo, estaba a punto de correrme. Los gemidos de ambos subían de intensidad, al igual que las embestidas que le propinaba. Intenté aguantar un poco más, pero no pude y me corrí. Quedamos exhaustos uno encima del otro. El resto ya es historia.