Un profundo despertar
El reloj indica que son las cinco de la mañana. Alzo la mirada al techo de mi habitación sabiendo que no podré dormir más. Echo en falta aquél tiempo que no volverá, en el que las responsabilidades acababan el viernes a las cuatro de la tarde y, hasta el lunes, no me debía preocupar más. Pero cómo nos cambia la vida cuando decidimos traer al mundo a quienes nos acompañarán sin molestarles qué tanto durmamos o no. A fin de cuentas, más feliz soy sabiendo que él comienza por fin a descansar bien.Sin querer caer en la tentación de coger el móvil para pasarme las horas viendo contenido de naturaleza aleatoria, cierro los ojos para ver si consigo descansar un poco más. Pero no puedo engañar a mi mente. Llevo dos noches inquieta, y sucede que cuando tengo cierto malestar físico, las ganas se me disparan. Supongo que será por la liberación de oxitocina, que tan bien nos sienta y que la prefiero a cualquier fórmula magistral.
Por mi mente corretean de nuevo salvajes los recuerdos del último fin de semana, el que culminé sobre la barra de una cocina americana. Esa que me dará para otra historia de las que me hacen salivar sobre las letras mientras las plasmo en tinta sobre el papel. Y nadie sabe lo que se siente cuando, a mi vuelta a casa, te encuentro a los pocos minutos sobre el sofá, con tu erección escondida bajo mi vestido, tus manos sobre mis caderas, tu boca alimentándose de mi pecho y mi voz susurrándote al oído las fechorías que he cometido. Esa memoria me vuelve a desvelar, y entre los muslos el deseo de tenerte cerca se me empieza a antojar.
Me levantan las ganas que te tengo y voy a tu encuentro. Sé que aún duermes, pero no te va a importar que te desvele. Abro la puerta de la habitación y estás boca arriba, con tu cuerpo semidesnudo y la sábana a los pies de la cama. Respiras tranquilamente, y la tímida luz del amanecer de este último día de primavera se cuela entre las rendijas de la persiana, permitiéndome ver tu silueta en la penumbra. Tu esbelto cuerpo ha conseguido romper la fuerza del mío en más de una ocasión. Y si a una mujer de envergadura como soy yo la consigues someter de esa manera, qué no harías con otras criaturas a las que les saco más de una cabeza. Mientras te imagino en esa tesitura, el vicio se apodera de mi mente en lo que sigo contemplándote en el silencio. Me encanta saberte libre y que disfrutes de la mejor de las compañías para luego volver por voluntad propia al lugar al que perteneces.
Tu respiración se entrecorta, y es que probablemente hayas detectado mi presencia. Pero antes de que te desveles, mis pies desnudos se aproximan a tu cuerpo, el cual comienzo a tocar. De forma suave, dulce, casi te diría inocente, a sabiendas de que poca inocencia existe en este momento. Y, sobre tu ropa interior, la protuberancia al tacto se siente tersa y dura. Me muerdo los labios en lo que te escucho decir:
• "Vaya, vaya... Parece que hoy alguien se ha levantado con ganas."
Pienso que, si tras tantos años me sigo sorprendiendo cuando veo lo dura que se te pone, lo que has de ocasionar en quien te disfruta por primera vez ha de ser equivalente a lo que yo sentí en aquella ocasión. Y no puede ser más maravilloso. Te sigo recorriendo el cuerpo y, sin mediar palabra, considero que la ropa nos sobra y que es el momento de que deje de estorbar. Desnuda, me subo encima tuya y te beso. Me coloco con la barbilla sobre tu frente y enredo mis dedos en tu pelo, en lo que siento cómo tus manos se funden en la suavidad de mi piel. Marcas mis curvas con tus yemas a fuego y te paras sobre las caderas, para con tu punta ir abriéndote paso poco a poco, muy suavemente. Se nos mezcla la humedad y se nos encienden las ganas. Mi cuerpo te va cediendo el paso sin oponer resistencia, a pesar de que mis gemidos te insinúen lo contrario.
Y esas manos que tienes, poco hablo de ellas. Tan grandes que me hacen sentir pequeña, tienen la habilidad de quemarme la piel a su paso allá por donde me tocan. Y cuando me aprietan, suspiro de ganas. Estratégicamente posicionadas sobre mis glúteos, haces presión para que mi pelvis se encaje en tu pubis a la perfección, y el roce sobre la piel de mi interior me excita en un continuo temblor. No puedo dejar de moverme, de sentirte y de disfrutarte. En un vaivén constante, tu boca vuelve a buscar mi pecho, extremadamente sensible por la excitación, y siento cómo mi areola se torna tersa y dura al ritmo al que tus labios se cierran sobre ella. Succionas y arqueo la espalda sin enlentecer mi movimiento, y rodeo tu cabeza con los brazos para pegarme más a ti. Acelero el ritmo, pero no quiero que esto aún termine. Ya me ha sorprendido un orgasmo al tiempo en el que devorabas mi pecho, pero el tuyo llegará cuando me dé por usar la palabra.
Me levanto, y te escucho decir lo mucho que te gusta mi culo y cómo lo muevo. Y podría decirse que le tienes cierta veneración, porque siempre te nacen esas palabras, que no me canso de escuchar, cuando estamos juntos. Me giro para ponerlo de forma en que puedas ver lo bien que lo subo y lo bajo, con tu erección entre mis muslos. Y, apoyada sobre mis antebrazos, comienzo a moverme para que veas lo bien que entra y cómo el vicio me enloquece. Tras un sonoro azote, me alzo para poner mi espalda contra tu pecho, dejando mi nuca a tu disposición, de forma que puedas percibir mi olor mientras te cabalgo en esa posición. Y cómo me gusta cuando consigo perderme una vez más tras acariciarme con la mano que me queda libre.
Las sacudidas me empapan y vuelvo a la posición original, ya que así te puedo besar. Y creo que, llegados a este punto, donde en carne y voz me has dicho lo mucho que te excito, es el momento de calcinarnos con el poder de la palabra. Me dices que anoche me tenías ganas, pero ciertamente estaba agotada. El cansancio de la semana contrasta con el recuerdo de los viernes que antaño fueron fiesta y levantarnos tarde al día siguiente. Y, sin embargo, ahora me sientan bien las madrugadas. En tu espera me confiesas que has visto un vídeo en directo donde dos hombres se pierden en los entresijos del placer de una mujer. Y te llevo provocando y tentando con esa idea desde hace algún tiempo, porque aunque dicha fantasía ya la hayamos realizado, una es golosa y me la imagino de nuevo con los protagonistas que deseo. Con todo lujo de detalles, me explicas que uno de sus participantes graba mientras otro disfruta con su esposa, mientras ella besa, lame, gime y, sin reservas, se entrega. Y en determinado punto, comentas que llevan a cabo una práctica a la que le he cogido el gusto, pero que aún no he tenido el placer de experimentar contigo...
Aprieto el ritmo y, tras tu confesión, viene la mía. Conforme la comienzo a explicar, tu cuerpo se tensa, fruto de sólo imaginar lo que tu mujer es capaz de provocar. Puedes sentir el calor de mi aliento mientras te cuento que el fin de semana anterior, tras escasos veinte segundos sobre el sofá, quien bien sabes que me hacía compañía me hizo temblar hasta los cimientos en un tremendo squirt con el que empapé la bendita tapicería que lo cubría. Del morbo de imaginarlo, haces lo propio sobre mi vientre mientras me sujetas con firmeza antes de volver a la calma.
Ambos tumbados sobre la cama, me abrazas por la espalda. Y pienso que ni siquiera he llegado a detallarte, de la mencionada práctica, como me la llevaron a cabo. Así que me guardo esa carta para esta noche. Y para mañana. Y para pasado mañana…