Exhibicion de relatos: 4 aniversario Relatos Eróticos

*******tas Hombre
45 Publicación
Autor de un tema 
Exhibicion de relatos: 4 aniversario Relatos Eróticos
Estamos emocionados de anunciar la celebración del 4º aniversario de Relatos Eróticos en Joy. Esta exhibición es para inspirar, desafiar y celebrar junto a todos los joycers. A continuación, te explicamos cómo funcionará:

Inscripción y Participación:

Para participar, solo necesitas inscribirte en el siguiente enlace ( Relatos Eróticos: 4 aniversario Relatos Eróticos ) y añadir tu nombre al listado ya existente en los últimos comentarios.

Una vez que tengamos el listado completo de todos los participantes, procederemos a la siguiente fase.

Formación de Parejas:

Los participantes serán emparejados de manera aleatoria para empezar en este certamen literario.

En caso de tener un número impar de participantes, se formará un grupo de tres.
Aún queda por definir la fecha límite para la inscripción.

Invitamos a todos los amantes de la escritura a unirse a esta emocionante aventura literaria. Este certamen es una excelente oportunidad para desafiarte a ti mismo, recibir retroalimentación constructiva y, sobre todo, disfrutar del arte de escribir.

¡No pierdas la oportunidad de ser parte de esta celebración!

Inscríbete ahora y empieza a preparar tu pluma y tu imaginación. ¡Esperamos tus maravillosos relatos!

¡Feliz escritura y mucha suerte a todos los participantes!

¡Atención! Este hilo está dedicado exclusivamente a añadir los relatos. Para inscribirse, por favor, visitad el siguiente enlace: Relatos Eróticos: 4 aniversario Relatos Eróticos.

Gracias a @*****i77 por el apoyo.
Exhibicion de relatos: 4 aniversario Relatos Eróticos
********enus Pareja
172 Publicación
Todos esperando al ultimo día para no enseñar las cartas….
Cómo cuando te vistes y debajo llevas una maravillosa lencería.
😂
**********otica Mujer
1.075 Publicación
@****34 y @**********otica esperamos que os guste.

Las Señoras

Que vicio tenían las señoras.
Cualquiera que las viera paseando juntas por la calle pensaría en ellas como esas dulces y tiernas señoras de pelo blanco, cándidas abuelas de cucharón y puchero, que besan en la cabeza a sus nietos y pellizcan los mofletes de los hijos de otras cariñosamente. Y en realidad así es, yayas amorosas en una parte de su vida pero en otra dejan volar su fantasía y su morbo a través de su ávida sexualidad.
Gladis, amorosa como ninguna, siempre con una linda sonrisa en la boca, de escandalosas y abruptas curvas, en sus tardes libres saca la artillería pesada, unas botas de cuero que un aclamado diseñador italiano creó especialmente para ella y sus sugerentes piernas, sus medias de rejilla hasta la pantorrilla y esos sensuales picardías que tan locos vuelven a sus sumisos, fusta en mano, dispuesta a darles su amor, su lujuria y algunos preciosos azotes.
Tras unos casi inapreciables toques en la puerta, Gladis se dirige apresuradamente hacia ella para abrirla. Aún con esa fachada de mujer dominante, su interior no deja de estar alterado sabiendo la noche que está por llegar. Sus largas conversaciones con el resto de participantes no han hecho más que alimentar su imaginación y desear, como hace tiempo no sentía, el inicio de la velada.
Tras la puerta Carmen, tan elegante como siempre, con su cabello pelirrojo por mitad de la espalda, envuelta en un abrigo largo que pese a su corta estatura le queda de cine, zapatos caros de tacón y esa sugerente sonrisa entre seducción y perversión. Se saludan con un sensual beso en los labios, de esos que hacen que entres en calor irremediablemente. Gladis le pide el abrigo y la imagen que percibe acelera su pulso. Carmen luce un espléndido conjunto de lencería negra con stockings y ligero, donde se aprecia perfectamente la esbelta figura que todavía conserva y que ella sabe que enloquece a Gladis. Le pide el bolso alargando su mano hacia el, pero Carmen apoya la punta de sus dedos de forma suave en el dorso de la mano de su amiga para indicarle que no quiere desprenderse de el. A Gladis, en ese momento, la recorre un escalofrío por la espalda provocado por la incertidumbre de que habrá traído hoy Carmen.
Hace años que se conocen, las une una extraña y bizarra historia que hizo que conectaran inmediatamente de un modo brutal, como amigas y confidentes, y ahora, después de años cada una por su lado en el plano sexual, decidieron aunar placenteras perversiones.
La cena estaba preparada, uno de los sirvientes de Gladis estaría con ellas sirviéndolas y para cualquier menester que necesitaran.
Se sentaron a cenar, y el sirviente, con solo un delantal minúsculo y un trasero modelado por años de gimnasio, hizo su aparición con un delicioso plato que sirvió lascivamente, contoneándose para el deleite de las señoras.
-Aquí estoy para servirlas en todo lo que necesiten mi señora y su invitada-dijo el ardiente y sensual criado.
La noche se preveía lujuriosa y libertina.
Al servir a Gladis, esta no pudo mas que mirar ese maravilloso trasero que poseía Fred, el sirviente, y al que tantas veces había clavado sus uñas. Mientras, Carmen, que no quitaba ojo a su querida amiga, se movía inquieta en la silla notando como su humedad interior comenzaba a brotar y mojar ese bellísimo conjunto de lencería que había comprado para aquella ocasión. Mientras Fred se dirigía hacia Carmen para servir aquel primer plato, esta le observaba detenidamente, percibiendo a través de aquel diminuto delantal una incipiente erección acompañada de un ligero movimiento, que dejaba a las claras que su tamaño no era nada desdeñable. Fred noto la mirada de Carmen y la dedico una amable y picara sonrisa, era la primera vez que se encontraba con ella en esa situación y, pese a conocerla, ver su esbelta figura ataviada únicamente con aquel conjunto le produjo una erección perfectamente apreciable. Procedió a servirla y Carmen no pudo evitar posar su mano en el trasero de Fred, terso, suave y duro para dejar caer sus dedos suavemente por el mientras este se alejaba. Al levantar la mirada y buscar con ella a Gladis vio como esta sujetaba con fuerza su copa de vino cogida con toda la mano mientras mordisqueaba su labio inferior. La noche empezaba a coger una temperatura que hacia presagiar que posiblemente los postres llegarían antes de lo previamente planeado.
La cena transcurrió entre risas, miradas e insinuaciones, solamente interrumpidas cada vez que el sirviente entraba en la estancia para atender a sus comensales. Mientras Fred preparaba la mesa para los postres y el café, Carmen cogió su bolso y sacó de el algo, un vibrador con mando a distancia que depositó encima de la mesa. Al entrar Fred y observar aquel aparato encima de la mesa imaginó lo que aquello significaba y sus músculos se tensaron. Sirvió a Carmen y esta, cuando Fred hubo terminado, le indicó que cogiera el vibrador y se lo llevara a Gladis. Obediente, este hizo lo que le habían ordenado y al llegar a su destino observo que Gladis acariciaba sus labios por encima de aquel picardías que le volvía loco. Una vez hubo depositado este encima de la mesa y se apresuraba a salir de la habitación, una orden de Carmen le freno en seco. Esta, con voz sutil pero firme le dijo, cógelo, humedécelo con tu boca como corresponde y ya sabes donde tienes que colocarlo, espero que no te equivoques y tenga que levantarme a darte unos azotes. En ese momento dirigió su mirada a un nuevo artilugio que había aparecido encima de la mesa como por arte de magia y que Fred pudo distinguir rápidamente, una fusta.
Fred, obediente como ninguno, introdujo el vibrador en su boca y empezó a salivarlo completamente mientras se agachaba delante de Gladis. Sus labios se entreveían a través del picardías y Fred se excitó más de lo que ya estaba y su erección aumentó de forma considerable mientras sus dedos comprobaban si su ama estaba preparada para introducirle el vibrador. No estaba mal del todo, había cierta humedad hinchazón pero Fred creyó que no era suficiente, así que miro a Gladis y su compenetración era tal que no hacía falta ni hablar, Fred quitó el picardías que tapaba el sexo de su ama y con su lengua empezó a humedecer los labios de Gladis delicadamente mientras sus dedos se hundían en su sexo haciéndola gemir y dilatándola.
La imagen del culo de Fred arrodillado frente a las delicias de Gladis excitaba de una manera loca y visceral a Carmen, ansiosa por utilizar su mando para jugar con su amiga, empezó a masturbarse mientras Fred introducía el vibrador en Gladis en medio de un sonoro jadeo.
Mientras, aquel delicioso postre servido por Fred empezaba a derretirse bien por el tiempo que llevaba encima de la mesa o bien por el calor que empezaba a acumular aquella habitación. Una vez que Fred hubo terminado la tarea que se le había encomendado se levantó y al girarse pudo ver a Carmen totalmente entregada a su masturbación, su avidez con los dedos, su boca entreabierta, su mano pellizcando aquellos pezones duros, hizo que no pensara más que en acercarse a Carmen. Al llegar a su lado cogió el mando del vibrador que Gladis ya tenia alojado en su interior y procedió a iniciar el juego. Mientras hacia esto a la vez que su mirada estaba fija en Gladis para ver sus reacciones al iniciarse la vibración, sin darse cuenta, Carmen había vertido unas gotas de aquel chocolate que se estaba derritiendo por su sexo. Al volver la cara para encontrarse con Carmen esta le ordenó, arrodíllate, quiero compartir mi postre contigo, a lo cual el obedeció y comenzó a devorar aquellos sabrosos labios decorados con unas gotas de chocolate.
Fred se deleitaba con deseo entre las piernas de Carmen, mientras esta jadeaba y a la vez hacia clic en su mando para mandar estímulos potentes a Gladis que le venían devueltos de forma sonora y excitante.
Los jadeos de Gladis hacían que Carmen cada vez se excitara más, y ver a Fred agachado comiéndose a Carmen, mientras los vaivenes del agitado artilugio alojado en su vagina la hacían gozar, era magia para ella.
Necesitaba tenerlos cerca, se levantó entre sofocos y se acercó, tocó el culo de Fred y le dio una sonora nalgada, estaba muy excitada, continuó tocando el culo de su sirviente como sabia que le gustaba y con su otra mano acercó la de Carmen a su sexo. Los dedos hábiles de Carmen se toparon pronto con el vibrador húmedo de Gladis y subió la intensidad al máximo, quería su orgasmo en la mano ya que el suyo con Fred al cargo no iba a demorarse mucho. Humedeció el clítoris de Gladis con los flujos que esta regalaba y la fricción controlada mientras se miraban a los ojos hizo el resto.
El éxtasis se palpaba en el ambiente, Gladis gemía y se estremecía en la cumbre de su excitación, Carmen sujetaba la cabeza de Fred con fuerza por si se le ocurriera abandonar su trabajo antes de tiempo y Fred tenia tal excitación que su glande palpitaba, hubiese bastado poco mas para que se derramase sin que las señoras hubiesen colaborado mucho para tal fin. Los gemidos de Carmen detonaron en la habitación y Fred notó como se le inundaba la boca, mientras, Gladis junto las piernas con fuerza y unos espasmos de su cuerpo delataron que ella también se estaba corriendo. Fred continuó con unos últimos movimientos de su lengua muy suaves alrededor del clítoris de Carmen, mientras con una de sus manos acariciaba los labios de Gladis totalmente mojados por su orgasmo. Se levantó y miró a las dos señoras, éstas se miraron entre si y con un leve movimiento de sus cabezas, sin hablarse, cogieron el miembro de Fred y empezaron a devorarlo. En poco tiempo Fred empezó a gemir de forma considerable, anunciando perfectamente lo que iba a suceder, y las señoras prepararon sus bocas para recibir aquel postre que no llegaron a saborear.
Fantástico @****34 y @**********otica
La historia iba rodando como bola de nieve aumentando la intensidad como los protagonistas 🔥👌
********enus Pareja
172 Publicación
ENCADENADOS

Penétrame la cabeza y los sentidos.
Sentidos que vivimos juntos.
Juntos en mil batallas.
Batallas que nos llevan a locuras.
Locuras que nos llenan de ternura.
Ternura en mis encajes.
Encajes en mi piel.
Piel con piel.
Yo contigo.

Contigo vibra mi ser.
Ser de atardeceres perfumados.
Perfumados de placer tus rincones.
Rincones de pasión.
Pasión sin medida ni control.
Control desordenado en tu mirada.
Mirada de partículas de alma.
Alma que me guía.
Guía del Norte con llovizna.
Llovizna que empapa mi vida.
Vida que no es vida sin tu sonrisa.
Sonrisa dulce y pícara.
Pícara que me sigue e ilumina.

Anda ven. Y penétrame.

#microrelato
@********enus & @*****r50
Felicidades @********enus y @*****r50
Qué bonita sincronización 🙂
*******gers Pareja
47 Publicación
Aquí está nuestro relato: @*****ema y @*******gers

“Los viernes contigo”

Nunca he deseado tanto como ahora que llegue el viernes para tumbarme en el sofá y que de pronto escuche tu voz. Solo tú sabes hacer magia con el quebrantar de tu aliento a lo Tom Waits, pero el físico dista bastante, aunque ambos sois maduros, de los que rompéis corazones de hembras embelesadas con vuestra presencia, sin más. Pero tu sonrisa es inigualable, siempre me sonrojas cuando me miras con ademán conquistador. Siempre te digo que pares, que no solo me ruborizas, sabes que me haces palpitar cuando después guías mi mano con la tuya empezando por mi torso.

Tus manos, fuertes, cálidas, pero suaves, recorriendo mi piel, provocándome escalofríos y encendiendo mis ganas de que vayan más allá, que recorran mis pezones erectos, que bajen por mi vientre mientras el calor se enciende dentro de mí. Que jueguen con mi sexo y me hagan estallar…

Nunca he tenido tantas ganas como ahora de unirnos en una danza de placer, al ritmo que nos impone nuestro propio deseo. De zambullirnos en la mirada del otro, mientras nuestra piel se estremece y nuestros sexos se acoplan llevándonos al éxtasis…

Se me olvidó silenciar el móvil, que horror no sé quién será, un momento y proseguimos amore.

“Hola, guapa, pues mira este finde lo tengo ocupado con alguien especial. Sí, ya te contaré quién es, te va a sorprender muchísimo, es como si lo conociera de hace tiempo, cada temporada a mi lado y mira por dónde aquí sigue conmigo. Tranquila, me quiere mucho, no me hará daño, no más del que yo le pueda solicitar. Saluda a mamá. Te quiero”.

Estas ganas que me queman de poder hacer realidad mis fantasías húmedas contigo, por un lado, me mantienen viva, con la llama encendida, pero por otro me provocan ansiedad y frustración. ¿Qué me haces siempre, que me vuelves loca? A veces me asusta que no llegues a cumplir las expectativas que me creo de ti… Pero luego me doy cuenta de que tú nunca me defraudas, conoces cada recodo de mi cuerpo y mi alma… Sabes cómo recorrer mi piel con tus uñas para que me estremezca y se me erice el vello de excitación… Sabes cómo hacer que quiera más, que te suplique, que grite tu nombre, mientras me llevas a lomos de tus caderas y tu maestría… Sabes cómo encenderme con tus miradas lascivas y tus sugerentes comentarios…

Ahora por fin ya estoy libre y me puedo dedicar a ti en cuerpo y alma. Hoy quiero regalarte algo especial, quiero provocarte, excitarte mientras me miras con esa mirada, siempre tan pícara, y esa sonrisa cautivadora... quiero masturbarme para ti y hacer algo nuevo que te deje sin palabras.

Por un momento cierro los ojos, y comienzo a acariciarme el cuello, bajando por las clavículas, hasta llegar al canalillo. Voy desabrochando lentamente uno a uno los corchetes del bustier de encaje que tanto te gusta, mientras ya empiezo a lubricar imaginando lo que me espera. Dejo los pechos al descubierto, noto tus ojos clavados en mí y comienzo a acariciarlos, suavemente, jugando con mis pezones, mojando mis dedos en saliva y pellizcándolos, sintiendo un estremecimiento con cada uno, sin poder reprimir gemidos de placer. Abro los ojos y ahí estás tú, noto su excitación y tus ganas de que adelante. Sigo recorriendo con la punta de mis dedos mi vientre, mis caderas, mientras abro mis piernas mostrando mi lencería, ya mojada por el deseo que me recorre como descargas eléctricas. Me acaricio la cara interior de los muslos, sintiendo el vello erizado y la palpitación creciente de mi vulva. Con cuidado y muy despacio, sin dejar de mirarte a los ojos, voy bajando el tanga. Me estoy poniendo increíblemente caliente, y no puedo espera más. Abro mis labios mayores, revelando un clítoris hinchado y vibrante, paso mis dedos de arriba a abajo. Sigo gimiendo con cada movimiento, oleadas de placer me golpean y me dejo llevar hasta regalarte un intenso orgasmo que me deja con las piernas temblando y jadeando. Pero aún no he acabado. Cojo un dildo que había preparado de antemano y lo unto con abundante lubricante.

Estoy deseando comprobar tu reacción. Me giro y me pongo a cuatro patas ofreciéndote una vista privilegiada de toda mi vulva y mi culo. Con una mano comienzo de nuevo a jugar con mis labios y mi clítoris, sin dejar de gemir, y con la otra coloco la punta de mi dildo en la entrada del ano. Lo muevo haciendo círculos, lubricando toda la zona. Estoy tan excitada que aumento la intensidad de los movimientos de mis dedos por mi clítoris y comienzo a penetrarme analmente con mi dildo, imaginando que es tu fuerte y duro pene erecto. No te veo, pero sé que te estás volviendo loco de ganas de lanzarte hacia mí y follarme duro, como a ti te gusta. Meto y saco el dildo, cada vez más rápido y más profundo, siento la tensión del dildo contra las paredes de mi ano, con una mezcla de placer y dolor que me está descontrolando.

Me imagino siendo poseída por ti, sometida a tus caprichos. Las sensaciones son tan fuertes que estallo en un fortísimo y largo orgasmo, mojando parte del sofá y la alfombra y gritando tu nombre.

Caigo extenuada y me vuelvo para verte. Ahí estás con una sonrisa de satisfacción, te ha gustado mi regalo... En este momento me invade el pensamiento de que, de alguna manera, siempre estarás dentro de mí, y aunque compartas tus encantos con otras mujeres atractivas y ardientes, yo ocupo un lugar especial que nadie podrá llenar.

Uno de los días más grises en mi vida, fue cuando observé como te miraba aquella mujer. Recuerdo que era muy atractiva, se podría catalogar de mujer fatal. Provocó en mí uno de esos momentos de “trágame tierra”
mezclado con sacos de subestima. Menos mal que siempre está cerca mi hermana para recordarme que merezco la pena. En ese momento la rabia se apoderaba de mí. Aquella escena llena de romanticismo, de tensión sexual no resuelta, me provocaba interés y horror a partes iguales. Y en un segundo me aliviaba saber que era una parte necesaria en tu trabajo y no podías enamorarte de todas aquellas mujeres fatales. Era una escena como otra cualquiera de cualquier temporada.

Mi plan de la caja tonta cada viernes era infalible. Aunque si bien recuerdo estaré en otro momento gris bastante acentuado, por no decir único. Será el viernes fatídico en el que se estropeará la tele y desaparecerá Netflix y con ello tú también. Creo que no sobreviviré. Aunque bien pensado, solo por si acaso, buscaré galanes maduros en Prime Video.
Muy bueno @*******gers y @*****ema
Vaya descripciones 🔥
*******gers Pareja
47 Publicación
Wow!! Menuda cena… @****34 y @**********otica
**********otica Mujer
1.075 Publicación
Cita de *******gers:
Wow!! Menuda cena… @****34 y @**********otica
Menos mal que no fue en viernes queridos sino nos hubiéramos perdido algo bueno.
Felicidades por vuestro súper relato @*******gers y @*****ema 👏👏👏
*****r50 Hombre
120 Publicación
@****34 y @**********otica
Menuda cena más intensa y sabrosa.
*****r50 Hombre
120 Publicación
@****ema y @*******gers
Ay amistades tan intensas y con tanta complicidad que el hecho de compartirlas, nos frustra, saca ese egoísmo que todos llevamos dentro de querer solo para nosotros ese disfrute.
***_0 Hombre
8 Publicación
LLUVIA DE FUEGO.

ELLA me tienta,
como el ángel que reta  al demonio.

Piel.
Curvas  de vértigo.
Labios  ardientes de caramelo picante.

Quiero ser su juguete.

Encarnar al sátiro que ejecuta
los hechizos de lascivia

sin control,
sin límites.

Ritual de seducción pagano.

Bondage intelectual creativo:

Porque es vulgar someter
solo con cadenas,
cuando las ideas están para jugar
con ellas.

Tiempo al tiempo.

O cambiar de roles
antes de la  avalancha,

disfrutando  de como se apropia 
de eso que tengo 

y siempre ha sido suyo.

Mis erecciones.
Mis besos desbocados.
Mis manos perdidas 
en su geografía maldita.

Vino tinto, sangre y fluidos.

Pero, sobre todo… mis sueños lúdicos,
cuando imagino que puedo 
olerla entera,
escuchar sus letras a viva voz
o perderme 

irremediablemente 

en el laberinto de sus piernas.

Miradas solemnes cuando
muerdo sus pezones,
porque mis dedos aprovechan
el caos 
para inspeccionar todos sus rincones.

Ella es

llama, 
combustión
y candela

en el incendio de
mi sexualidad creativa.

Quiero sumergirme en 
el submundo profundo de su sexo
y saborear la deliciosa intimidad 

sin etiqueta ni modales: 

Gula de pasión y desenfreno,
porque voy a lamerla toda

                               [ muy despacio

catando

uno por uno,

los  secretos morbosos
del abecedario indecente

y la picardía que detona 
en su mirada traviesa.

Gemidos como cantos de sirena
que retumban en el cielo 
con truenos de tormenta eléctrica.

Que llueva.
Que llueva una y mil veces

y me moje entero con
su néctar vaginal sagrado.

Dulce.
Violento.

Lluvia apocalíptica de fuego
que da vida al incendio
que llevó por dentro.
Vaya! Muy muy intenso @***_0 👏

Qué nivelazo de textos 😍
**********atius Pareja
398 Publicación
Aunque la mona se vista de seda
Un saludo de @****ld y de @**********atius.


A MODO DE PRÓLOGO.
La expresión «aunque la mona se vista de seda, mona se queda» viene acompañándonos en Occidente, al menos desde que Esopo, allá en el VII aC, nos contase la historia de un ballet de monas que se organizó para un faraón egipcio. No resultó el número porque, a pesar de haber sido entrenadas y disfrazadas de danzarinas con trajes de seda, al público le dio por ofrecerles nueces y ahí las primates, revistiéndose de la naturaleza que les es propia, pasaron bastante del baile para lanzarse a la primaria nutrición.

De parecida factura es la expresión «la mona siempre es mona, incluso si se viste de púrpura», en versión de Luciano de Samóstata en sus 'Diálogos’, rescatada como ejemplo de proverbio griego por ese inmenso faro de la cultura que fue Erasmo en su ‘Elogio de la locura’. Más cercano en lo temporal y geográfico, encontramos su formulación clásica en una de las ‘Fábulas’ de nuestro paisano Tomás de Iriarte que, en el siglo XVIII, aportó una simpática coda:

«[…] también acá se hallarán
monos que, aunque se vistan de estudiantes,
se han de quedar lo mismo que eran antes.»


Quizá aquello de que «el hábito no hace al monje» nos podría servir también y no alimentaría las sospechas de la posible ofensa hacia alguna bella al compararla con la cercopitécida del refrán, a pesar de que no es el caso, pero igual podría dirigir la atención el lector poco avisado hacia algún tipo de disparate monacal, y tampoco van por ahí los tiros. Aquí de lo que se trata es de que «la cabra tira al monte» y, por muy modernos que seamos, somos lo que somos y lo que siempre seremos, porque no nos queda otra, por mucho Internet que tengamos y aunque nos tenga en un 'ay' la AI.



UNO. LA MONA.
Por ir centrando el asunto y para que no se pierda nadie en la vorágine de frases hechas y dobles sentidos, diremos que uno de nuestros protagonistas, al que daremos el nombre de Levold, aunque este sea un dato irrelevante, se encontraba en una calurosa tarde valenciana sentado en su despacho de la Universitat de València, en uno de los departamentos de la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación, cerrando la corrección de unos exámenes de final de curso, con más ganas de estar en cualquier otro sitio que allí enclaustrado.

Quizá por eso o porque, en palabras de cierto sabio, en el fondo era un guarreras, dio por entrar en una página web de carácter abiertamente sexual, o sexual abierto, o poliamoroso, libertino, swinger e incluso liberal, porque según la persona que accediera a ella, todas y cada una de esas expresiones podrían aplicarse al sitio en cuestión. El caso es que comenzó a interactuar con alguien, al otro lado del ciberespacio ese que hay ahora, a través de mensajes y dibujitos que llaman ‘emoticonos’.

Eso nos lleva a la segunda protagonista de nuestra historia que, a estas alturas, podemos identificar como una mujer que, en aras de orientar al lector, llamaremos Mariona, aunque tal dato tiene la misma relevancia que el nombre de nuestro protagonista anterior. Mariona, como Levold, está dedicada a la docencia, si bien en la enseñanza secundaria.

Literatura, como informó al calenturiento docente universitario. A Levold, todo hay que decirlo, personaje minúsculo en cuanto a físico y autoestima, aquello le supuso un subidón porque, acostumbrado al alfeñique que había sido toda su vida, de pronto se encontraba en plano superior, aunque fuera únicamente por el nivel académico respecto de su interlocutora. Más, incluso, cuando saber aquel detalle le activó el añejo recuerdo de su propia experiencia como alumno de literatura en secundaria, en concreto en el último curso de aquellos tiempos, conocido como COU.

Tuvo una profesora en COU, una mujer madura, sin hermosura reseñable ni nada físico que permitiera pensar que muchos años después, frente al monitor de su portátil, el profesor Levold había de recordar aquella mañana remota en que su profesora, quizá por descuido, le enseñó casi entero uno de sus pechos. La visión de su primera teta en vivo y en directo, pese a lo inalcanzable, no impidió que se convirtiese en objeto de deseo casi obsesivo.

Estaba acabando el curso académico, poco antes de las pruebas de la temida Selectividad, en un aula sin aire acondicionado, por lo que la mujer tenía abierta su blusa en un intento de refrescarse. No llevaba sujetador y, normalmente, nada habría pasado porque sus pechos estaban a buen recaudo, ya que su volumen poco reseñable no suponía un desafío para prenda alguna, ni se marcaban provocativamente ni nada por el estilo. Iba sin sujetador por comodidad o por evitar abrigar aún más la piel en las jornadas cálidas del junio valenciano, o porque le daba la gana: en todo caso, no parece que pudiera, ni el más puritano de los miembros de la Asociación de Padres y Madres de Alumnos, oponer nada a aquella práctica.

Pero aquella tarde, el postadolescente Levold dudó sobre una interpretación de uno de los versos de ‘Sombra del Paraíso’, ese que se llama ‘Cuerpo de Amor’. Levantó el brazo mostrando la axila marcada por el sudor, la profesora vio la mano al final del brazo y se acercó al estudiante para cumplir con su función docente de solucionar dudas. Llegó al pupitre y se inclinó sobre el estudiante y su ejemplar para conocer el dilema.

Mientras sus ojos de profesora encontraban el dedo del alumno señalando el primer verso de la página 161 de la edición de Leopoldo de Luis en Clásicos Castalia, ese que dice «Por eso, si beso tu pecho solitario», los ojos del alumno se toparon, a una altura propicia, con el escote de la profesora que, por la abertura provocada por la canícula y la posición en el espacio, dejaba perfectamente visible el perfil del pecho izquierdo de la docente, coronado en pezón. Sin llegar a babear, pero sí notando una incipiente erección, el virgen escrutador trató de balbucear su duda: que si el pecho solitario era por ser solo uno, en plan amazona, que si era solitario el que besaba, que si lo solitario era debido a la ausencia de amores de la bella…

Pero ya nada de eso tenía ningún sentido, porque en su cabeza martilleaba el verso siguiente como una flamante obsesión, machacando su imaginación al ritmo de los pulsos de sangre acelerados que iban vivificando su miembro viril: «si al poner mis labios tristísimos sobre tu piel incendiada…». En su cabeza, sus labios tristísimos de él se cerraban en la corona de pezón del pecho de ella.

Fue su primera teta, su primer pezón. Nunca antes, fuera de la televisión, el cine o la ‘Interviú’, había visto pecho de mujer: su primer seno, al natural, en ese momento fuera de su alcance, totalmente, pero absolutamente deseado y deseable. La profesora de literatura, hoy en día, no lo sabe… pero aquel pecho cambió el futuro del muchacho, le dirigió desde su vocación historiográfica a la literaria, lo acercó a las filologías y, una vez allí, a la filosofía que finalmente le había dado de comer y configurado su historia.

Al saber que Mariona, meras letras en un monitor, era profesora de literatura en los mismos cursos de aquella que le abrió involuntariamente su escote al joven que una vez fue, no pudo, ya adulto, retener el flujo sanguíneo de nuevo hacia su entrepierna. Mientras interactuaba con la recién conocida amistad, su polla se iba hinchando por el deseo antiguo redivivo. Mariona tenía fotos. Mariona se mostraba a sí misma en la página web en cuestión, porque era una comunidad donde había unas garantías de seguridad y porque, puesto que hay un importante componente sexual, lo normal es tener acceso a la carnalidad del otro, si bien en imagen o vídeo en un primer momento. Por eso Levold supo que ella no era su profesora de COU, ni siquiera se la recordaba físicamente. Ni su pecho izquierdo era el pecho izquierdo que tenía guardado en lo más resguardado de su memoria sentimental. Pero daba igual, el lote era el mismo: profesora de COU. Vale que ahora «segundo de bachillerato», otro detalle sin importancia.

Por ello, pese a que Mariona estaba haciendo más comentarios relacionados con el cine actual de heroicidades de ciencia ficción que con la propia literatura, el miembro de Levold continuaba recibiendo los impulsos oportunos para convertirse en una incómoda erección vespertina. Porque a Mariona, profesora de literatura, le interesaba más bien poco hablar de literatura en el ciberespacio, ya les cuento.

El curso, para ella, había terminado hacía ya unas semanas. Al menos ya no había clases. Ahora tenía que cumplir con burocracia en el centro y, como era un colegio cuya titularidad pertenecía a una congregación religiosa, tenía además que atender a unas charlas formativas en el espíritu de la fundadora de la congregación, amén de algunas cuestiones de buenas costumbres que nunca está de más que el profesorado tenga en cuenta, en la opinión de la directora del centro, que era una hermana con algunos años menos que Esopo, aunque no demasiados menos.

Así que, liberada de alumnos, a Mariona lo que le interesaba era alejarse lo más posible de cualquier cosa que le recordase su día a día. Un profesor de filosofía parecía una buena opción. De sus años de facultad recordaba perfectamente cómo en Filosofía era donde más se bebía, mejor se fumaba y menos estudiantes había en las aulas. Fantaseó con la idea de aprovechar el cercano verano para conocerse, para acudir desde su Barcelona a la Valencia de Levold, o viceversa, y tener un encuentro real en el que compartir algo más que palabras y emoticonos en un monitor de ordenador. Como le dijo en uno de los mensajes, si en vez de emoticonos pudiera mandarte un emoticoño, ¿qué harías con él?

A Levold, el hecho de que la profesora de COU quisiera quedar con él, aún le excitaba más. Había tenido amigas, amantes, una que una vez fue su mujer, pero que ya no lo era (su mujer, se entiende: si estaba en tránsito de género o no, ni lo sabía, ni le importaba)… pero ninguna le había marcado tan profundamente como la profesora de la teta izquierda al aire, a la que, por cierto, no había vuelto a ver, ni a ella ni a su teta, muy probablemente muy parecida a la derecha.

A Mariona, el encontrarse con una persona de cultura semejante, con las mismas inquietudes para las alegrías inguinales, le parecía una oportunidad de cara a las vacaciones de verano, lo suficientemente clara como para no dejarla escapar. En algunos de esos foros que hay por las internetes del Señor hay personajes de toda índole y pelaje y, lamentablemente, alguno de ellos, personajes de pene y escroto necesitados, que no atienden ni a razones ni a educaciones a la hora de relacionarse con el resto de personas. Cuando menos, pensó para sí, este Levold parece más tranquilo que los pajeros compulsivos que te envían a la menor oportunidad una fotopolla, que además seguro que no es la suya.

En esos momentos, del otro lado de la conversación cibernética, Levold había cerrado con llave su despacho, había corrido las cortinas y estaba, en su silla de trabajo, con la chorra fuera (vamos a dejarnos de academicismos, si nos permite el lector), excitado por todos los recuerdos que habían acudido a su mente, por las imágenes que Mariona había compartido y con algunos comentarios subidos de tono que se habían enviado. Por un momento, pensó en hacerse una foto con el móvil y enviársela a Mariona con un texto del estilo «mira cómo me tienes». Pero su polla no tenía nada de cautivadora, un mero falo erecto de tamaño normal tirando a tristón, sin un ángulo especial ni unas venas reseñables ni nada que le hiciera pensar que tenía algún tipo de sentido compartirlo en ese momento.

Preparó un pañuelo de papel y se masturbó rápidamente para rebajar la tensión que había ido acumulando. Limpiado convenientemente, abrió la ventana del despacho a pesar del calor para evitar que quedase presente algún tipo de rastro oloroso y continuó conversando con Mariona, con idea de, en alguna semana de agosto, convocar una excursión para conocerse.



DOS. EL MONJE.
Volvamos a Mariona. Decíamos que, sin alumnos, incluso había finiquitado la tortura de las evaluaciones, las revisiones de nota, las quejas, los padres, los claustros y los... ¡joder!, no vas a dejar a la chica sin la EBAU solo por la literatura, ¿no?

¡Pues claro que la iba a dejar sin EBAU! ¡Que hubiera estudiado el pendón y no hubiera estado todo el curso magreándose por debajo del pupitre con ese tal Ignacio, que se hacía llamar Ignatius porque durante la primaria se inspiró en el santo guerrero de los jesuitas! ¿Inspiró? No crean que el jovencito era un beato. A él, quien le molaba, era Íñigo López de Oñaz y Loyola, que mientras escribía los ‘Ejercicios Espirituales’ en la Manresa del siglo XVI, camino de Jerusalén, se follaba a todas las señoras del burgo catalán, a las que bien pagaba con su ‘espada’ los alimentos que le cocinaban. 'Iñigas', las llamaban.

De todas formas, hablaba por hablar porque luego siempre hacía lo que le mandaban y sucumbía a las presiones emocionales de la hermana directora y de sus compañeros de claustro. Aprobaba a quien no se lo merecía, sin quererlo, por no oír más su cantinela, y por acortar las sesiones. Había también algo de inconfesable sumisión BDSMónica en aquello. El resto del profesorado ni se lo imaginaba y menos las monjas propietarias que le pagaban nómina y trienios.

Harta de enseñar a los poetas del 98, del 27 y el resto del temario curricular, a las puertas de la jubilación, cuando se recluía sola, en casa, por las noches, con su siamesa como única y silente compañía, se sumergía en la fragilidad de esas novelitas de un par de euros el kilo, de títulos tan explícitos como: ‘Poseída’, ‘Dominada y sometida’, ‘La mazmorra’ o ‘El dominante y la virgen’… En eso y en las películas de Marvel que daban en HBO.

Eso la desconectaba y le permitía flagelarse en la vergüenza de su gran contradicción. Ella, que se consideraba feminista y partidaria de la igualdad, no solo daba clase en un arcaico centro religioso, sino que se excitaba como una perra si los hombres la sometían, le prohibían el uso de los sentidos mientras la follaban, la ataban de pies y manos y la cegaban con una venda de seda. Solo así conseguía inundar su coño en el deseo de que alguien sorbiera de él y repicara con la lengua en el botón de la gloria hasta el éxtasis.

Qué pocas veces se había podido mostrar como ella se sentía de verdad. Sus compañeros de cama, a menudo profesores, la trataban con estulticia como a un jarrón de porcelana sin darse cuenta de lo que realmente les guiaba a practicar por no descubrirse demasiado. Ciertamente, la culpa era suya por liarse con hombres inmaduros, no debidos, a los que después se cruzaría, día sí y día también, en los pasillos del instituto y ante los cuales no era conveniente mostrarse en total libertad por si luego se vanagloriaban imprudentemente con monjas de oído fino en la costa. Hombres que, además, luego la mirarían con sonrisa idiota, como machotes, creyéndose los orgasmos fingidos con que los había despachado, harta de penetraciones sin mayor gracia. ¡Infelices!

De ahí, la escapatoria en noveluchas inconfesables de Dom/Sum para una profesora de literatura, la imaginación volando a tutiplén y el Satisfayer, de postre. Eso y la página web de contactos liberales en la que se había registrado recientemente y en la que de vez en cuando había chateado con hombres que, fueran como fueran, al menos ella moldeaba a su gusto en su mente. Como aquel catedrático de filosofía, fallero, con el que se había topado aquel mismo día, algo insulso, cierto, pero con un punto agradable, con el que no le importaría probar una cita real si la cosa se terciara. Eso sí, lejos de aquí, a trescientos kilómetros de casa, donde nadie de su entorno los pudiera o pudiese descubrir.

El ensimismamiento acabó de repente con tres toques en la puerta del aula que esos días hacía las veces de despacho. Quién será a estas horas, pensó.

— ¡Adelante! —ordenó. Se abrió lentamente la puerta y sacó la cabeza tímidamente el joven Ignatius—. ¿Qué quieres tú ahora? Tu amiga ya ha aprobado.
— Lo sé —respondió—. No vengo por eso.
— ¿Entonces?
— Vengo a darle a usted su merecido por lo que nos ha hecho sufrir a los dos este curso, señora—
El joven lo dijo en un tono alejado de la amenaza, quizá incluso con cierta condescendencia, al tiempo que cerraba la puerta inmovilizándola con una silla para que nadie pudiera abrirla desde fuera.

Algo impidió a Mariona gritar o pedir ayuda. ¿Quería pedir ayuda? La situación la dejó sin reacción, pero no sentía miedo. Sudaba, pero eso bien podía ser por el calor y la ausencia de aire acondicionado.
— Cierre los ojos—, ordenó el joven, ahora sí, en tono imperativo. La profesora notó como se le aceleraba el pulso, y sintió como si un remolino hubiera cruzado la habitación—. ¡Ponga los brazos en cruz y siga con los ojos cerrados! La mujer obedeció y continuó en silencio. Sus manos quedaron adheridas a la pizarra de la clase por las muñecas con una especie de tejido sedoso y viscoso, rotundo, no identificable, del que no se podía zafar.

Sin tiempo de reacción notó que la blusa que llevaba puesta empezaba a perder uno tras otro sus botones y que su pecho, sin sujetador, iba liberándose en expansión, al tiempo que la besaban y le hundían la lengua casi hasta la campanilla. El beso, largo, cargado de gustosa oxitocina, solo se interrumpió para pronunciar una breve sentencia al oído:

«Si he de pensarte,
te pienso desnuda,
Te pienso sin ropa
y te pienso a mi lado,
te pienso entregada
a nuestro placer.»


«¿Me está follando con rimas al oído? ¡Vamos, no me jodas!», se dijo a sí misma. Pero en un cerrar y cerrar de ojos, la blusa ya ejercía funciones de venda y, aunque hubiera querido abrirlos, ya no veía nada. Sus pezones eran por entonces los que empezaban a sufrir el doloroso, pero placentero pinzamiento, entre suave y salvaje, de los dedos del muchacho, al tiempo que, nuevamente, otro susurro la excitaba más y más sin poder desembarazarse de aquello que la seguía atenazando al encerado de la pared.

«Prefiero mujeres hechas
que novicias inexpertas
Por eso, gozo con ellas,
porque saben lo que quieren
y saben cómo alcanzarlo.»


Surrealista, la verdad, pero jodidamente delicioso. La mano de Ignatius ya estaba nadando en su coño y sus dedos, al menos dos, quizá tres, ya estaban perforando en prospección por esa zona rugosa que tanto la encendía en su cueva interior, sobre todo si a la vez le acariciaban el clítoris con el pulgar de la misma mano. El olfato, que era un sentido que no le estaba siendo reprimido, detectaba el olor de la lujuria y su pelvis, esa que también quedó libre de opresión, brincaba acompasadamente adelante y atrás para contribuir a la coreografía de la mano que la estaba haciendo chorrear.

«Me gusta este olor denso
a deseo desbordado.
Me gusta este oler a sexo
porque eres tú a mi lado
el motivo de este aroma
que invade ahora este cuarto
y por asalto nos toma.»


«¡Puto Ignatius y tus rimas! ¡Déjate ya de versos y suéltame para que me puedas follar como un hombre, joder!» La boca tampoco se la había tapado, y ya no pudo reprimirse de expresar sus deseos.
— Señorita Mariona, ¿pero qué es esa manera de hablar? No la reconozco—dijo con sarcasmo.
— Por favor…— suplicó la profesora. El ruego llegó simultáneo a un orgasmo como el que nunca había vivido.

«La penetración está sobrevalorada, la verdad» —coincidieron ambos en sus pensamientos sin saberlo— La mujer intentó y no sabe si logró ahogar el grito de placer con el objetivo de evitar que monjas y docentes no se personaran al instante en el lugar. Notó además cómo le temblaban sus piernas mientras el estudiante las abría de par en par con las palmas de las manos en cada muslo. La última rima ya no era un susurro, era la locución grave de un rapsoda a modo de fin de acto.

«Mi boca, que es muy golosa,
degusta tu suave néctar.
La noche acaba perfecta.
(Corriéndote estás preciosa).»


Dicho y hecho, hasta que la atadura de las manos cedió. Por fin.

Finalmente, Mariona cayó rendida en los brazos de Ignatius que la besó. Ahora sin lengua, casi con cariño tierno de amante. Le puso la blusa. La sentó en la silla y la dejó exhausta y dormida, con la cabeza dulcemente reposada sobre la mesa. Abrió la ventana para que se ventilara la estancia y salió por la misma puerta que había entrado.

Cuando despertó, volvía a estar en su sofá, el mismo en que le asaltó el sueño, con su siamesa lamiendo la punta del Satisfyer usado. En HBO, Spider-man lanzaba una de sus telas de araña para inmovilizar a una bella malvada a la pared y en el suelo sonaba el aviso de un mensaje en el teléfono móvil. Era Levold, que le proponía unas fechas para degustar juntos una paella en la Malvarrosa. Ya eran las dos de la mañana. Le contestaría que sí al día siguiente, pero antes le preguntaría si le gustaba la poesía y si tenía buena memoria para recitarla.



A MODO DE EPÍLOGO.
Unos trescientos kilómetros al sur, a Levold le llamó la atención la pregunta. Contestó que sí, que le gustaba la poesía y que recitaba, además. Puestos a preguntar, Levold le preguntó a Mariona por la generación que le gustaba más. «La Generación X, sin duda», apareció en la pantalla de Levold.

El hecho de centrar la conversación en cuestiones de literatura le sedujo todavía más. El estudiante de secundaria que aún habitaba en él se sentía especialmente atraído hacia aquel encuentro. Cierto es que no conocía a la Generación X, pero, siendo ella profesora de literatura, le supuso mejor informada que él en lo tocante a los poetas y poetisas nacidos entre 1965 y 1981. A él no se le ocurría ninguno. Claro que, fuera de Vicente Aleixandre y su ‘Sombra del Paraíso’, poca más poesía conocía. Eso sí, el poema ‘Cuerpo de Amor’ se lo sabía de memoria. Incluso lo recitaba, desde su año de COU. Aquello de:

«Volcado sobre ti,
volcado sobre tu imagen derramada bajo los altos álamos inocentes,
tu desnudez se ofrece como un río escapando,
espuma dulce de tu cuerpo crujiente,
frío y fuego de amor que en mis brazos salpica”.


Por un momento fantaseó con decírselo al oído cuando, por fantasía que no quede, tras la paella compartida compartiesen lecho y estuviera él volcado sobre la desnudez de ella. Mentalmente, avanzó cinco versos para llegar al beso en el pecho solitario y, en ese momento, se fundió la idea de volcarse sobre la profesora de segundo de bachillerato con la visión del pecho de la profesora de COU. Su cabeza de abajo se levantó para saludar a la cabeza de arriba y, visto en esa circunstancia, no tuvo más remedio que tranquilizar la situación de la misma forma que venía haciéndolo desde aquel lejano 1989, con un experto juego de muñeca que le llevó a derramarse y recuperar la calma.

A Mariona le gustó que él estuviera interesado en la Generación X. «No estoy muy puesto en ella, seguro que puedes compartir tu conocimiento con un nuevo alumno», le respondió Levold. Académico, aficionado a la poesía, interesado en el universo Marvel… Normalmente, cuando las personas de cierta ‘cultura’ conocían de su interés por el mundo de los superhéroes, solían tacharla de infantil, o de garrula, incluso. Como le dijo uno una vez: «eso de los bichos con poderes es de garrulos».

Pero Levold era especial. Ese hombre, para ella, lo tenía todo. Muy alejado del necesitado cincuentón de mente enfocada únicamente en satisfacer su libido, buscando cualquier polvo que le haga olvidar que sobrevive a base de pajas, como si fuera un mono profesional. De esos, había tenido ya contacto con unos cuantos. Era desagradable y triste a partes iguales.

Tenía la esperanza de que aquello pudiera ser algo más que un mal encuentro sexual, un «aquí te pillo, aquí te follo» como tantos otros había tenido. El problema de estas cosas es que llega un momento en que se normaliza lo lamentable y puede dar uno en el convencimiento de que el mundo es así, de que pasando cierta cota de la subida a la cima de la vida, quizá porque empieza a faltar oxígeno, las cosas se aceptan porque sí, porque están ahí: no se permite uno el lujo de elegir, no vaya a ser que no haya otra alternativa que lo gris. Es como si, al revés que en la historia del cine, en la juventud todo fuera tecnicolor y, pasando los años, hubiera que acostumbrarse a vivir en blanco y negro.

No. Levold era esperanza, era un rayito de luz a través de las nubes de una tarde encapotada como para tormenta.

Quedaron para compartir un arroz a banda en la Malvarrosa, en una de las arrocerías con más solera de la ciudad, La Pepica, el mismo restaurante al que acudía Sorolla y desde donde vislumbraba las escenas que después fijaría para la eternidad en obras como ‘Chicos en la playa’ o ‘Paseo por la playa’, con esa luz impagable del mediterráneo plasmada maravillosamente por los pinceles del genio valenciano. Sería en un sábado de agosto, con la promesa fantástica de mutar el encuentro gastronómico en un fin de semana de poesía y fantasía, de pieles que las palabras y los besos cubren mientras se gozan en un júbilo sincronizado.

De cómo terminó el asunto y cómo la promesa de la luz de Sorolla se convirtió en casi un remake de las pinturas negras de Goya, no vamos a dar más detalles porque a buen lector pocas palabras bastan (y ya llevamos demasiadas) y, como se dijo al principio, «aunque la mona se vista de seda, mona se queda».
Espectacular, sin palabras literalmente, con las vuestras me dejáis muda. Maravillada.
Felicidades @****ld y @**********atius, un abrazo enorme a los tres.
**********atius Pareja
398 Publicación
Cita de **********otica:
@****34 y @**********otica esperamos que os guste.

Las Señoras

Que vicio tenían las señoras.
Cualquiera que las viera paseando juntas por la calle pensaría en ellas como esas dulces y tiernas señoras de pelo blanco, cándidas abuelas de cucharón y puchero, que besan en la cabeza a sus nietos y pellizcan los mofletes de los hijos de otras cariñosamente. Y en realidad así es, yayas amorosas en una parte de su vida pero en otra dejan volar su fantasía y su morbo a través de su ávida sexualidad.
Gladis, amorosa como ninguna, siempre con una linda sonrisa en la boca, de escandalosas y abruptas curvas, en sus tardes libres saca la artillería pesada, unas botas de cuero que un aclamado diseñador italiano creó especialmente para ella y sus sugerentes piernas, sus medias de rejilla hasta la pantorrilla y esos sensuales picardías que tan locos vuelven a sus sumisos, fusta en mano, dispuesta a darles su amor, su lujuria y algunos preciosos azotes.
Tras unos casi inapreciables toques en la puerta, Gladis se dirige apresuradamente hacia ella para abrirla. Aún con esa fachada de mujer dominante, su interior no deja de estar alterado sabiendo la noche que está por llegar. Sus largas conversaciones con el resto de participantes no han hecho más que alimentar su imaginación y desear, como hace tiempo no sentía, el inicio de la velada.
Tras la puerta Carmen, tan elegante como siempre, con su cabello pelirrojo por mitad de la espalda, envuelta en un abrigo largo que pese a su corta estatura le queda de cine, zapatos caros de tacón y esa sugerente sonrisa entre seducción y perversión. Se saludan con un sensual beso en los labios, de esos que hacen que entres en calor irremediablemente. Gladis le pide el abrigo y la imagen que percibe acelera su pulso. Carmen luce un espléndido conjunto de lencería negra con stockings y ligero, donde se aprecia perfectamente la esbelta figura que todavía conserva y que ella sabe que enloquece a Gladis. Le pide el bolso alargando su mano hacia el, pero Carmen apoya la punta de sus dedos de forma suave en el dorso de la mano de su amiga para indicarle que no quiere desprenderse de el. A Gladis, en ese momento, la recorre un escalofrío por la espalda provocado por la incertidumbre de que habrá traído hoy Carmen.
Hace años que se conocen, las une una extraña y bizarra historia que hizo que conectaran inmediatamente de un modo brutal, como amigas y confidentes, y ahora, después de años cada una por su lado en el plano sexual, decidieron aunar placenteras perversiones.
La cena estaba preparada, uno de los sirvientes de Gladis estaría con ellas sirviéndolas y para cualquier menester que necesitaran.
Se sentaron a cenar, y el sirviente, con solo un delantal minúsculo y un trasero modelado por años de gimnasio, hizo su aparición con un delicioso plato que sirvió lascivamente, contoneándose para el deleite de las señoras.
-Aquí estoy para servirlas en todo lo que necesiten mi señora y su invitada-dijo el ardiente y sensual criado.
La noche se preveía lujuriosa y libertina.
Al servir a Gladis, esta no pudo mas que mirar ese maravilloso trasero que poseía Fred, el sirviente, y al que tantas veces había clavado sus uñas. Mientras, Carmen, que no quitaba ojo a su querida amiga, se movía inquieta en la silla notando como su humedad interior comenzaba a brotar y mojar ese bellísimo conjunto de lencería que había comprado para aquella ocasión. Mientras Fred se dirigía hacia Carmen para servir aquel primer plato, esta le observaba detenidamente, percibiendo a través de aquel diminuto delantal una incipiente erección acompañada de un ligero movimiento, que dejaba a las claras que su tamaño no era nada desdeñable. Fred noto la mirada de Carmen y la dedico una amable y picara sonrisa, era la primera vez que se encontraba con ella en esa situación y, pese a conocerla, ver su esbelta figura ataviada únicamente con aquel conjunto le produjo una erección perfectamente apreciable. Procedió a servirla y Carmen no pudo evitar posar su mano en el trasero de Fred, terso, suave y duro para dejar caer sus dedos suavemente por el mientras este se alejaba. Al levantar la mirada y buscar con ella a Gladis vio como esta sujetaba con fuerza su copa de vino cogida con toda la mano mientras mordisqueaba su labio inferior. La noche empezaba a coger una temperatura que hacia presagiar que posiblemente los postres llegarían antes de lo previamente planeado.
La cena transcurrió entre risas, miradas e insinuaciones, solamente interrumpidas cada vez que el sirviente entraba en la estancia para atender a sus comensales. Mientras Fred preparaba la mesa para los postres y el café, Carmen cogió su bolso y sacó de el algo, un vibrador con mando a distancia que depositó encima de la mesa. Al entrar Fred y observar aquel aparato encima de la mesa imaginó lo que aquello significaba y sus músculos se tensaron. Sirvió a Carmen y esta, cuando Fred hubo terminado, le indicó que cogiera el vibrador y se lo llevara a Gladis. Obediente, este hizo lo que le habían ordenado y al llegar a su destino observo que Gladis acariciaba sus labios por encima de aquel picardías que le volvía loco. Una vez hubo depositado este encima de la mesa y se apresuraba a salir de la habitación, una orden de Carmen le freno en seco. Esta, con voz sutil pero firme le dijo, cógelo, humedécelo con tu boca como corresponde y ya sabes donde tienes que colocarlo, espero que no te equivoques y tenga que levantarme a darte unos azotes. En ese momento dirigió su mirada a un nuevo artilugio que había aparecido encima de la mesa como por arte de magia y que Fred pudo distinguir rápidamente, una fusta.
Fred, obediente como ninguno, introdujo el vibrador en su boca y empezó a salivarlo completamente mientras se agachaba delante de Gladis. Sus labios se entreveían a través del picardías y Fred se excitó más de lo que ya estaba y su erección aumentó de forma considerable mientras sus dedos comprobaban si su ama estaba preparada para introducirle el vibrador. No estaba mal del todo, había cierta humedad hinchazón pero Fred creyó que no era suficiente, así que miro a Gladis y su compenetración era tal que no hacía falta ni hablar, Fred quitó el picardías que tapaba el sexo de su ama y con su lengua empezó a humedecer los labios de Gladis delicadamente mientras sus dedos se hundían en su sexo haciéndola gemir y dilatándola.
La imagen del culo de Fred arrodillado frente a las delicias de Gladis excitaba de una manera loca y visceral a Carmen, ansiosa por utilizar su mando para jugar con su amiga, empezó a masturbarse mientras Fred introducía el vibrador en Gladis en medio de un sonoro jadeo.
Mientras, aquel delicioso postre servido por Fred empezaba a derretirse bien por el tiempo que llevaba encima de la mesa o bien por el calor que empezaba a acumular aquella habitación. Una vez que Fred hubo terminado la tarea que se le había encomendado se levantó y al girarse pudo ver a Carmen totalmente entregada a su masturbación, su avidez con los dedos, su boca entreabierta, su mano pellizcando aquellos pezones duros, hizo que no pensara más que en acercarse a Carmen. Al llegar a su lado cogió el mando del vibrador que Gladis ya tenia alojado en su interior y procedió a iniciar el juego. Mientras hacia esto a la vez que su mirada estaba fija en Gladis para ver sus reacciones al iniciarse la vibración, sin darse cuenta, Carmen había vertido unas gotas de aquel chocolate que se estaba derritiendo por su sexo. Al volver la cara para encontrarse con Carmen esta le ordenó, arrodíllate, quiero compartir mi postre contigo, a lo cual el obedeció y comenzó a devorar aquellos sabrosos labios decorados con unas gotas de chocolate.
Fred se deleitaba con deseo entre las piernas de Carmen, mientras esta jadeaba y a la vez hacia clic en su mando para mandar estímulos potentes a Gladis que le venían devueltos de forma sonora y excitante.
Los jadeos de Gladis hacían que Carmen cada vez se excitara más, y ver a Fred agachado comiéndose a Carmen, mientras los vaivenes del agitado artilugio alojado en su vagina la hacían gozar, era magia para ella.
Necesitaba tenerlos cerca, se levantó entre sofocos y se acercó, tocó el culo de Fred y le dio una sonora nalgada, estaba muy excitada, continuó tocando el culo de su sirviente como sabia que le gustaba y con su otra mano acercó la de Carmen a su sexo. Los dedos hábiles de Carmen se toparon pronto con el vibrador húmedo de Gladis y subió la intensidad al máximo, quería su orgasmo en la mano ya que el suyo con Fred al cargo no iba a demorarse mucho. Humedeció el clítoris de Gladis con los flujos que esta regalaba y la fricción controlada mientras se miraban a los ojos hizo el resto.
El éxtasis se palpaba en el ambiente, Gladis gemía y se estremecía en la cumbre de su excitación, Carmen sujetaba la cabeza de Fred con fuerza por si se le ocurriera abandonar su trabajo antes de tiempo y Fred tenia tal excitación que su glande palpitaba, hubiese bastado poco mas para que se derramase sin que las señoras hubiesen colaborado mucho para tal fin. Los gemidos de Carmen detonaron en la habitación y Fred notó como se le inundaba la boca, mientras, Gladis junto las piernas con fuerza y unos espasmos de su cuerpo delataron que ella también se estaba corriendo. Fred continuó con unos últimos movimientos de su lengua muy suaves alrededor del clítoris de Carmen, mientras con una de sus manos acariciaba los labios de Gladis totalmente mojados por su orgasmo. Se levantó y miró a las dos señoras, éstas se miraron entre si y con un leve movimiento de sus cabezas, sin hablarse, cogieron el miembro de Fred y empezaron a devorarlo. En poco tiempo Fred empezó a gemir de forma considerable, anunciando perfectamente lo que iba a suceder, y las señoras prepararon sus bocas para recibir aquel postre que no llegaron a saborear.

Fred, "bailando con lobas" o "Arsénico por compasión" (1944) *schock* *zwinker* Felicidades.
**********atius Pareja
398 Publicación
Cita de ********enus:
ENCADENADOS

Penétrame la cabeza y los sentidos.
Sentidos que vivimos juntos.
Juntos en mil batallas.
Batallas que nos llevan a locuras.
Locuras que nos llenan de ternura.
Ternura en mis encajes.
Encajes en mi piel.
Piel con piel.
Yo contigo.

Contigo vibra mi ser.
Ser de atardeceres perfumados.
Perfumados de placer tus rincones.
Rincones de pasión.
Pasión sin medida ni control.
Control desordenado en tu mirada.
Mirada de partículas de alma.
Alma que me guía.
Guía del Norte con llovizna.
Llovizna que empapa mi vida.
Vida que no es vida sin tu sonrisa.
Sonrisa dulce y pícara.
Pícara que me sigue e ilumina.

Anda ven. Y penétrame.

#microrelato
@********enus & @*****r50

Micro relatos con...



*huhn* Besos.
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