Un polvo en misa
Esa noche, mientras caminaba distraída por los pasillos del claustro, Ana, en el silencio de la noche, escuchó unos tímidos y ahogados gemidos, suavizó sus pasos, aguzó el oído y caminó lenta, cautelosamente buscando el origen del murmullo.La luz de una vela titilaba, casi inerte, como detenida en el tiempo. La puerta entreabierta invitaba a Ana, a su curiosidad, a asomarse, a descubrir. Se deslizó lentamente, sigilosa, con el paso del jaguar, acercó sus ojos a la delgada línea de luz de la puerta... Vio a Juana María, la novicia encargada de la biblioteca, la joven puritana, de rodillas, la reconoció por su velo café con bordados.
Juana María agitaba su cabeza y su cuerpo, Ana se acercó un poco más para tener una mejor vista de lo que allí pasaba, una sombra grande se dibujaba en medio de la habitación a medio iluminar, frente a Juana María, con la cabeza echada hacia atrás, sus brazos gruesos levantados, las manos fuertes y venosas aferradas al marco de la ventana y su ancho cuerpo rígido estaba Carlos, el portero.
Callada, casi sin respirar, presto atención a través de la grieta de luz, Juana María se movía secuencialmente hacia adelante y atrás, mientras, Carlos se aferraba con fuerza al marco de la ventana, sus brazos gruesos dejaban ver los músculos, las venas y los vellos.
Un hilo de viento cambio la dirección de la luz de la vela y pudo ver el rostro de Juana María con su nariz fina y afilada, sus mejillas rosadas y pecosas, sus ojos verdes y su boca, su boca de labios rojos y gruesos que rodeaban el miembro rígido de Carlos.
Ana sintió un escalofrío correr por toda su piel, la sangre se agolpó en su rostro, un calor húmedo recorrió todo su cuerpo... su coño se inundó de un líquido tibio y comenzó a palpitar como nunca antes había sentido, parecía que quería salir de entre sus bragas.
Carlos se aferraba cada vez con más fuerza mientras Juana María continuaba con sus movimientos a veces más rápidos otras más lentos y profundos, cada tanto sus labios brillantes y húmedos se apartaban de la verga de Carlos con la lengua, puntuda, rosada y húmeda lamía el miembro henchido del portero, las manos blancas y menudas de la novicia acariciaban lentamente los testículos de Carlos, este abrió los ojos, le dio una mirada a Juana María y de reojo vio una sombra tras la puerta.
Soltó el marco de la ventana y apartó a Juana María con un movimiento rápido y sutil, se acercó a la puerta con cautela, la abrió con suavidad, sin hacer ruido, vio a Ana en cuatro patas, con los ojos cerrados y una de sus manos tocando su sexo, se agachó y la tomó por la cintura con una mano y le preguntó al oído si quería entrar, Ana asintió con la cabeza, Carlos metió la otra dentro de su calzón y hundió sus dedos gruesos en el coño inundado y caliente de Ana, la puso de pie, la besó, le mordió los labios, la levantó por las nalgas y la llevó a la habitación.
Juana María, un poco sorprendida, pero muy caliente se acercó por la espalda de Ana y le metió las manos entre las tetas firmes y pequeñas, le besó la nuca y la espalda, se sacó el pijama y desnudó a Ana, mientras la besaba, la lamía y la acariciaba, Carlos se sacó el pantalón y le clavo su miembro rígido a Ana, los tres se hicieron uno en un mar de caricias, sexo y lujuria...
A la madruga, susurrándole al oído, Juana María, pulcra y angelical como siempre, le recordó a Ana que era la hora de la comunión...
Ana un poco desorientada abrió los ojos y se encontró en medio de sus compañeras de clase en la misa de la mañana.