El último deseo de la reina
Durante varios días, tras la muerte de la reina, en la capital no sopló ni una ligera brisa y las banderas caían lánguidas, como derramadas, a media asta. Y aquello, para quienes habían estado presentes el día en que falleció, se les antojaba algo impúdico, aunque la mayoría lo callaban. *
Meses pasaron los médicos de la corte tratando de encontrar una cura para el mal que aquejaba a la reina, en vano. Su fallecimiento se anunció como un hecho inminente y desde todos los puntos del reino acudieron ministros, cardenales, obispos, generales, nobles y cortesanos para rendirle homenaje y acompañarla en sus últimos momentos. También un joven capitán; al que nadie prestó atención y que tan solo ella parecía conocer.
Junto a su lecho se recitaron gestas y glorias sobre su reinado y cantaron salmos acerca de la eterna dicha que Dios le guardaba en el reino de los cielos. Y todos los allí presentes escuchaban solemnes, menos la reina; sus oídos captaban aquellas voces como un monótono murmullo sin sentido y que, poco a poco, se iba perdiendo mientras trataba - en el escaso tiempo de vida que le quedaba - de escuchar la respiración de aquel joven capitán, que desde un apartado rincón la observaba callado; y cuando los ojos de ambos se encontraron sintió como toda aquella pompa de generales, cardenales y nobles, con sus elegantes ropajes y fingido duelo, se iba difuminando hasta desaparecer y quedar solo él; a escasos metros de su cama, como tantas otras veces. Le invitó a tomar asiento a su lado, apartando las sábanas de seda con bordados en oro; él obedeció entre gestos y exclamaciones de desaprobación y para los cuales ella ya no tenía ojos ni oídos y mucho menos tiempo. El joven tomando sus manos entre las suyas las besó delicadamente y ella sintió su cuerpo estremecerse y la respiración agitarse en su pecho, la sangre sonrojar sus mejillas, el corazón latirle con violencia.
• Te vas, mi reina. - Dijo el joven con dulzura.
• Antes de que me lleve la muerte hazme sentir como puta y no como reina. - Y agarrándole la mano se la deslizó hasta su bajo vientre.