Dama de noche
Sentada en la hamaca de mi terraza siento cómo la brisa de verano se cuela entre mis pensamientos. Casi desnuda, escucho esa canción de Barry White que me ha traído hasta estas letras que aquí te escribo. Y me balanceo con suavidad, sonriendo como una criatura que aparenta una falsa fragilidad. Esa que escondo muy bien para que no me asolen los demonios de mi vulnerabilidad. Y qué divina se me ha de ver, tranquila, por un momento sin pensar y centrándome en mi copa de blanco casi por terminar.Tras un sorbo, lamo mis labios y llevo mi mano a la cumbre de mis rizos para apartármelos de la frente. Inconscientemente, sigue su camino hacia mi nuca para dejar que tu recuerdo tome el control. Y cierras el puño para sujetarme y alzar mi barbilla con la firmeza de tus ramas. Tu cuerpo se ha situado a mis espaldas, pegando tu vientre a la respingona curva que hacen mis caderas. Esas asideras a las que te encanta aferrarte cuando quieres acelerar el ritmo del motor al que bien a fondo te agrada pisar. Elevo la mirada siendo consciente del placer que me provocas. Es tal, que la fina tela de la ropa que llevo transparenta lo erectos que tengo mis pezones, y ese dulce no se escapa de tu rango de visión. Se me marcan de esa forma que tanto te enloquece, y no dudas en bajar tus dedos para pellizcar uno de ellos con firmeza y precisión.
Atrapada en mis sensaciones, de repente mi respiración se entrecorta al sentir un perfume que no es el tuyo, sino el de quien también me enloquece. Antes de pronunciar su nombre, una de las yemas de sus dedos se posa sobre la piel de mis labios. Siento sus plumas blancas cubriéndome como un manto, y en el silencio que ha creado, me canta al oído para que sus palabras me conquisten con un sonido finamente orquestado. Sin poder evitarlo, me estremezco frunciendo el ceño en una mueca entrevetada de lujuria y placer. E introduce su dedo en mi boca para que lo pueda lamer, al tiempo que me esgrime con su voz ronca y en su idioma: "Hoy vas a enloquecer..."
Arqueo la espalda mientras siento que una tercera mano se aproxima, abriéndose paso entre mis muslos. A besos recorre mis veredas, suaves como imagino sus labios, con un brillo que ha de recordar al de una galaxia llena de estrellas. Alcanzo a ver su pícara mueca, la que en sombras perfila sus colmillos voraces y relucientes bajo la luz de la luna llena. Y, sin vergüenza ni pudor, se cuela en mi interior, atravesando las cortinas de mi templo, dispuesto a ver qué encuentra en mis adentros, con el único objetivo de encenderme las ascuas de un temblor.
Me muerdo los labios de puro gusto, mientras otra boca se aproxima a mi cuello. Siento su aliento vertiéndose sobre mi nuca, cálido como el aire del desierto, ese por el que las tribus nómadas deambulan deseando encontrar el oasis que les sacie la sed. O el harén que les despierte el hambre. Y me lame con una suavidad inusual, ejerciendo la presión suficiente para enseñarme lo que se siente cuando alguien te remueve las aguas por el vientre sólo con el poder de la mente.
Y entre los cuatro me sostienen el cuerpo y la mirada desafiante, seduciéndome hasta entregarme a los placeres que ofrece este baile. En mi hamaca, sujetada con firmeza, me balanceo para cumplir las delicias que tanto deseo. Y siento ahora que mis manos son cualquiera de las partes de sus cuerpos, descubriendo mis cartas en esta fantasía que me atormenta y me persigue en sueños. Esa que me alcanza, haciendo y deshaciendo a voluntad las pasiones que desencadena mi imponente tempestad.
Y en ese momento, la brisa azota mi dama de noche, saturando mi olfato de su perfume y embriagando mi paladar de puro gusto. El néctar se derrama de ella sin poderlo controlar, empapando los entresijos de mi temblorosa hamaca. Y, derrotada, vuelvo a abrir los ojos para encontrarme bajo un cielo de luna llena rodeada de deslumbrantes estrellas, la cálida brisa colándose entre mis rizos, las suaves plumas blancas esparcidas sobre mi sonrisa y el sonido de los árboles latiéndome en el pecho para decirme que me quede en mis ensoñaciones unos minutos más.