Frente a las olas
Sentada tranquilamente encuentro un momento de paz que para mí conservo. Situada frente al mar, ese al que tanto necesito y que tanto me define. Con el cuerpo desnudo, los rizos sobre los hombros, la piel dorada y jugosa, y la mirada perdida en el horizonte.Mientras la brisa alborota levemente mi flequillo, busco con la mirada perdida aquello que me sabe a rosas, miel y vino. Esa libertad que a ratos largos anhelo, pero que cuando la consigo disfruto como si me fuera la vida en ello. Y qué gran verdad es aquella que dice que el ser humano no aprecia lo que tiene hasta que lo pierde.
Las olas han decidido rozar los dedos de mis pies, y el agua se siente fría, provocándome una sensación de puro placer. Me trae recuerdos de aquella casa con amigos que con tanto cariño organicé, donde todos los asistentes nos entregamos al querer. Entre risas, deseo y puro fuego, volví a sentirme como en mis veinte, sin más preocupaciones que las de no llegar tarde al trabajo y quejarme de cosas banales sin motivo aparente.
El frío me recordó al de un furtivo cubito de hielo paseado cruelmente sobre mi sexo sin previo aviso. Entregada al vicio sobre las sábanas, con los ojos vendados y mordiéndome los labios mientras un par de juguetitos a dos manos hacían de las suyas con mi cuerpo, me estremeció la sensación. Y las risas, y los juegos, y el veros a los dos disfrutando, en la mejor de las compañías y conmigo, realizando fantasías y cumpliendo sueños que para otros paisanos resultarían prohibitivos.
Y cortas se me quedan las palabras para describir qué bien nos lo pasamos.
El agua me vuelve a rozar, sacándome de mis pensamientos. Miro de nuevo hacia el infinito y veo un velero que se mece sosegadamente sobre la superficie cristalina. Y esta vez, los recuerdos me llevan a otra playa cercana. Me viene a la mente el color su pelo dorado bajo la luz del sol. Esos ojos claros y esa deliciosa piel suave cubierta por algunos tatuajes. Y no podría describir con palabras lo que en ese momento me hizo sentir, pero sin articular palabra consiguió envolverme en un aura que me supo irresistible. Su sonrisa aparece de nuevo en mi memoria, y me recuerda lo terriblemente atractiva que me resultó semejante preciosidad de mujer. Verla entregada sin reservas, dando a conocer esa parte tan irresistiblemente femenina que no todas tienen, y disfrutando con mi marido en aquella noche que jamás olvidaré, hace que abra los ojos y esboce una mueca de puro gusto.
Qué suerte tuve de conocerla y de aquellos momentos poder vivir.
Y ahora, la sensación que me arropa la piel se siente avariciosamente triste. Los seres humanos, como dije, somos así. Y a veces, no puedo negar que me siento culpable por pensar que echo de menos esa libertad por la que no tenía que pedirle las horas prestadas a Morfeo para hacer con mi tiempo lo que me diera la santa gana. Y es que mi tiempo es tan limitado, que cómo no querría quemar hasta los cimientos esas pocas horas que tengo para volver a sentirme como alguna vez lo hice.
Escucho sus pisadas en la arena. Ahí viene corriendo. Ahí vuelve con su madre mi pequeño, mi trasto…
Cómo te quiero.