El espejo
Cruzamos nuestras miradas en el espejo, sonreímos, con esa mirada pícara que se le pone cuando disfruta, sus pechos bailaban al ritmo de mis embestidas. A 4 patas, sobre la cama, mirando de manera ligeramente oblicua al espejo, disfrutábamos no sólo de lo que sentíamos, del roce de nuestras pieles, sino también de lo que veíamos, del morbo de la situación.
Nuestros cuerpos sudorosos se pegaban con aquella calima de agosto, aun así los pegábamos más y más, con la intención de sentirnos, de compenetrarnos, de bailar a aquel ritmo que yo marcaba, con mis manos en su pecho y mi masculinidad entre sus nalgas, marcando el ritmo con el que él entraba y salía de ella.
Volvimos a mirarnos ella y yo en el espejo, volvimos a sonreirnos por el morbo de verle en el medio.