A través del espejo. Pt.3.
Aparcó según las indicaciones en la esquina situada en la planta más baja y alejada del aparcamiento menos accesible de un centro comercial cercano a sus oficinas. Excepto en Navidad, aquella zona estaba siempre desierta. Paró el motor y revisó su teléfono. Faltaban quince minutos para la hora acordada y se bajó del coche. Como intuía, el aparcamiento desierto y cada movimiento resonaba en el espacio vacío a través del frío y denso aire que olía a neumáticos y grasa. Caminó hasta la zona de los ascensores, situada en la zona opuesta de la planta, rodeando el hueco de ascensores y escaleras. Aprovechó para ir al baño y al volver, vio un coche aparcado al final del pasillo que daba al suyo. Sacó el teléfono y disimuló mientras caminaba hacia el suyo. Las lunas tintadas y la oscuridad le impidieron ver si había alguien en el interior. Giró y siguió caminando por el pasillo hacia su coche. Casi alcanza su coche cuando el dilatador que llevaba en su culo comenzó a vibrar. Sorprendido por la sensación, quedó paralizado cuando los faros del coche se encendieron.-No te muevas -le ordenó la voz de Macarena resonanado por todo el aparcamiento-.
Quedó de pie, inmóvil, de espaldas al coche y escuchó los tacones de Macarena acercándose. Un escalofrío recorrió su espalda y sintió cómo se le ponía muy dura viendo cómo a su propia sombra alargada frente a él se unía a la de ella que se acercaba contoneándose. La olió y sintió sus manos por el cuello mientras le quitaba la corbata. Le dio la vuelta y la luz de los faros le cegaron. Acto seguido, ella uso la corbata para tapar sus ojos y desabotonó lentamente su camisa mientras le besaba en los labios. El sabor de su pintalabios llenó su boca y su olor lo rodeó como una nube. En su cabeza ya no había nada más que ella. Las manos de Macarena disfrutaron del cuerpo de él y las puntas de sus dedos pasaban por su piel como si tratara de leer en Braille. Su piel ardía y sintió el temblor como si una corriente eléctrica lo recorriera cuando ella mordió su pezón derecho y un violento espasmo lo agitó haciendo que gritase. Instintivamente sus brazos la rodearon y sus manos la agarraron de su ondulada y larga melena azabache. Las primeras canas le conferían esa distinción y toque natural que tenía ella. Le tenía justo donde ella quería y abrió su pantalón mientras él tira a de su pelo obligándola a besarlo fuerte, muy fuerte. Sus lenguas luchaban mientras sus alientos se agitaban dando lugar a los primeros gemidos que llenaron el aparcamiento. La polla entre sus manos palpitaba y notó las primeras gotas brotar. Se agachó para recogerlas con la lengua y las manos de él tiraron obligándola a metérsela entera en la boca. El golpe la incomodó pero la sensación de plenitud y excitación al sentirse tan deseada y follada superó todo lo demás. Con fuerza y tensión pero con un cuidado delicado, él tiró de su pelo follándose aquella boca hasta sentir como su saliva goteaba por sus testículos y bajaba por sus piernas. Cansada y con muchas ganas de sentir su cuerpo, se incorporó y él aprovechó que seguía teniendo en su mano el pelo de ella recogido para tirar de ella y besar su cuello, siguiendo su clavícula hasta llegar a su oreja. Sus dientes iban reconociendo el terreno hasta llegar a su lóbulo, donde juguetearon con pequeños mordiscos anticipando lo que haría más tarde.
-Enciende tu vibrador y abre la puerta del coche -le susurró él al oido-.
Por primera vez, Macarena aceptó una orden suya. Al quedar de espaldas, él tiró de su pelo con fuerza y recorrió con su mano su cuerpo entero. La corbata le había impedido verla y con la mano reconoció el traje de chaqueta, la blusa de seda, el sujetador y el encaje de las medias. Las braguitas estaban completamente mojadas y el vibrador,.como había ordenado, zumbaba en su culo. Satisfecho, inspiró su aroma, se llenó de ella y mordió con fuerza su nuca. El cuerpo de Macarena se arqueó como reacción al espasmo de placer que la recorrió como una corriente eléctrica que una vez más la hizo gemir. El sacó las tetas de las cazoletas y pellizcó sin disimulo sus pezones. Estaba desbocado. Sin soltar su pelo, tiró de ella y su mano siguió recorriéndola. Como si se fueran a fundir, ella acopló su cuerpo al de él y agarró su cabeza para que apretara más. Aquella mano que la recorría jugueteó con sus pezones mientras los dientes que la pellizcaban calculando con precision. Su polla goteó sobre su culo y se arqueó al sentir otro latigazo de placer. Al separ un poco su cuerpo, él cogió la cinturilla de la fina braguita y tiró de ella. La tela se clavó suavemente entre sus piernas y abrió su sexo. Otro latigazo de placer volvió a sacudirla y él la empujó suavemente invitándola con sus manos a recostarse en el asiento trasero del coche. Aunque no podía verla, se guió con las manos entre sus piernas mientras su lengua recorría el camino desde sus tobillos hasta el encaje de las medias. Él sabía que aquellas medias eran un mensaje alto y claro de su deseo que facilitaba su cumplimiento. Él no pudo evitar que instintivamente sus dientes se clavaran en el interior de sus muslos ni Macarena pudo evitar que sus piernas se cerraran para alargar aquel secreto placer. Su lengua tardó mucho en llegar hasta la braguita y, para cuando lo hizo, no hizo falta más que sentir su aliento para quedar completamente empapada. Las manos de él ascendieron acariciando sus piernas. Al sentir los músculos de sus brazos pasando por debajo de los muslos abrazándola, subió su cadera y su lengua fue acariciando la suave y completamente húmeda tela. Sus manos la agarraron de la cintura, tiraron de ella y su lengua entró dentro, muy dentro, sin parar hasta que su nariz presionó su clítoris. Él tiró con mucha fuerza cinco o seis veces de manera que ella le sintió muy dentro e inesperadamente, se corrió. Él cerró la puerta para dar la vuelta al coche y acurrucarla entre sus brazos desde el otro lado pero al abrir la puerta contraria, Macarena se recostó estirada sobre en el asiento dejando caer levemente su cabeza y alargó su mano para coger su polla dirigiéndola hacia su boca. Pasó sus manos rodeándolo y tiró de sus nalgas obligándolo a follarse su boca hasta el fondo. Él se asustó al oirse unos pasos pero no pudo dejar de moverse porque Macarena tiraba de su culo con tanto ímpetu que no tuvo más remedio que agachar su cuerpo para apoyarse sobre ella aprovechando para manosear sus tetas que desbordaban del sujetador. En esa postura alcanzaba su entrepierna con la mano y, apartando la braguita, aprovechó para activar el dilatador que ella también llevaba puesto en el culo para después empezar a acariciar su clítoris.
La luz de los faros del coche de Macarena entraba por las ventanillas iluminando la escena como si de un cuadro de Caravaggio se tratara. Desde su posición, las luces y sombras marcaban las curvas del cuerpo de ella y los detalles de la ropa de ella centelleaban al ritmo de sus embestidas y el sonido de sus gemidos. De repente, la luz de los faros mostró la sombra de unas personas y se asustó.
-Baja las ventanillas, quiero que me vean -ordenó Macarena-.
Descolocado ante la novedad, él no se atrevió a desobedecer y pulsó un botón para que las ventanillas del coche bajaran automáticamente. Entonces Macarena siguió chupando con más intensidad jugando con el dilatador con sus dedos. Él la imitó y comenzó a dar golpecitos en el suyo mientras sus dedos entraban y salían de su vagina. Las personas que estaban al otro lado del coche comenzaron a acariciar sus piernas metiendo sus brazos por las ventanillas. Macarena se recolocó y estiró sus piernas sacándolas por las ventanillas facilitándoles el acceso a su cuerpo. Él reconoció entre las figuras a uno de los subordinados que habían aparecido durante la videoconferencia y uno o dos vigilantes del centro comercial. Los faros le cegaban y la intensidad con la que Macarena le chupaba no le daba opción a fijarse en más detalles aunque sí se dio cuenta de que habían sacado sus pollas y habían empezado a masturbarse mientras la manoseaban.
Aunque no lo veía con claridad, frente a él, uno de ellos empezó a frotar una enorme y oscura polla contra uno de los pies de Macarena que colgaban por la ventanilla dando golpecitos sobre el zapato y frotándose con la suave tela de las medias. Animado por este, otro comenzó a masturbarse nerviosamente. De aquella polla larga y estrecha empezaron a brotar largos chorros de esperma que cayeron sobre su pierna para terminar goteando sobre su empeine y fueron bajando por el zapato. Tras aquella fuente sorprendentemente inagotable fueron surgiendo otras que sucesivamente fueron moteando las medias desde diferentes ángulos. Aquella sensación en sus piernas, las manos que tocaban sus pies y sus gemelos, los temblores y la agitación de aquellos cuerpos, el deseo que transmitían aquellas manos, los gemidos resonando por el aparcamiento y la polla de él en su boca; sus manos recorriendo sus pechos, aprentándolos impúdicamente, los golpecitos en el dilatador unidos al repiqueteo de la vibración en su vientre la fueron acercando a un nuevo clímax. Nuevos chorros de esperma cayeron sobre sus piernas escurriendo sobre sus empeines e imaginó sus tacones rojos recubiertos de aquel espeso néctar. Aquella imagen en su cabeza, como un disparador, activó el mecanismo que hizo que tirase del culo de él aprentando el dilatador aumentando la sensación en su interior y obligándole a perforar su boca hasta el límite. Aquel movimiento hizo brotar un chorro dentro de su boca tan caliente que, instantáneamente, hizo saltar su orgasmo como un estallido en su coño, su cuerpo convulsionó y los dedos que la invadían empezaron a salpicar haciéndola sentir recubierta de placer. Gritó con fuerza pero con aquella polla que la enmudecía en su boca, sólo se la oía emitir un sonido sordo mientras por la comisura de sus labios comenzaban desbordar chorretones de saliva y esperma. Le empujó para que se la sacara y siguió masturbándose mirando a los hombres que la rodeaban manoseando sus piernas hasta alcanzar un nuevo orgasmo. Alargó los brazos para que él la ayudara a incorporarse y, al sentirla temblar, la abrazó con mimo y cuidado. Pulsó el botón de las llaves y el coche quedó completamente cerrado. En pocos segundos se quedaron solos, a oscuras en el aparcamiento.
No sabían cuánto tiempo había pasado cuando se descubrieron acurrucados en el asiento trasero del coche. El olor a sexo era muy intenso. Adormilado, él la besó con ternura y ella le correspondió. Sus labios sabían a esperma y se relamieron. Ella desabotonó muy despacio su camisa y acarició su pecho sin dejar de besarle. Él coló sus manos por la blusa y acarició su espalda. Usaron su olfato buscándose como dos lobeznos y sus lenguas juguetearon con sus cuellos y orejas. Suavemente, ella se subió a horcajadas sobre él y pasó su mano entre sus piernas. Él estaba listo y sólo necesitó situarlo para dejarle entrar hasta el fondo. Cogió el mando y activó los vibradores haciendo que los zumbidos llenaran el interior del coche.
-Fóllame -susurró él a su oído-.
Ella comenzó a botar sobre él y se dejó llevar una vez más. Sintió cómo su vagina se distendía y volvía a contraerse. Los dos apretaron su suelo pélvico y ella sintió su calor. Lo abrazó hundiendo su cara entre las tetas. Él la cogió del culo y tiraba de ella con fuerza para penetrarla con más ganas.
-Fóllame, fóllame, fóllame -repitió él sintiéndolo llegar mientras ella notaba su momento más animal-.
Se dejaba caer sobre él, sentía su cuerpo doblarse, subir la cadera para penetrarla más fuerte y con más profundidad. Se dejó follar.
Empezaron a gemir los dos y se agarraron con fuerza mirándose a los ojos. Se follaron. Él comenzó a gritar y su cuerpo se agitó elevando la cadera tanto que ella tuvo que poner los brazos en el techo. Aquella demostración de deseo y fuerza, conjuntamente con una penetración tan profunda y salvaje la llevaron a otro estado y sintió cómo su coño comenzaba a destilar aquel almíbar suave que anunciaba la tormenta. El sonido húmedo del pubis de él golpeando su vulva era inequívoco. Jadeando, se corrió una vez más cuando sintió el éxtasis de él. Muy agitados, siguieron moviéndose y el ritmo fue bajando de intensidad poco a poco hasta quedar de nuevo tiernamente abrazados.
-¿Me llevas a casa? -preguntó ella mimosa-. Podemos desayunar juntos.
-Nada me hace más ilusión -respondió él cariñosamente-.
Pasó al asiento delantero, dejandola a ella adormilada detrás tapada con su americana. Mientras conducía, la miraba por el espejo hipnotizado, cerciorándose de que seguía alli, como si todo fuera un sueño. En pocos minutos llegaron a su destino y él la ayudó a entrar bajarse del coche y entrar en casa.