Saliva...
Ella estaba tumbada en la cama, sobre su espalda, con las piernas por encima de los hombros de él.- Oh, sí… me encanta cuando me follas así, cuando te siento tan adentro… Escúpeme en la boca… -dijo mientras la abría de par en par.
Tras una pensativa pausa de un par de segundos él contestó - No puedo –
Pero había un significado oculto detrás de ese “no puedo”. “No puedo” significaba que no quería traer a ese momento tan especial e íntimo sus recuerdos del porno, “no puedo” significaba que sentía que la trataría como aquellos actores que escupían sin escrúpulos a la cara de sus compañeras, “no puedo” significaba que venía a su mente todas aquellas embestidas de pollas en gargantas de rostros con ojos lacrimógenos. No quería, no quería traer a su mente aquel mundo que devoró lo que debía haber sido con muchas de sus parejas y convirtió en un momento de sexo salvaje, alienado y automatizado, no quería traer a su mente todos esos prejuicios que le empujaron a despreciar pretendientes simplemente por no tener un cuerpo canónico, no quería recordar que su propio cuerpo tampoco encajaba con ese estereotipo musculado, superdotado y de incansable empotrador. Quería borrar de su mente aquellas escenas de sexo anal que resultaban claramente dolorosas, las representaciones con colegialas, los incestos, las violaciones… Porque nadie le había preguntado que es lo que le gustaba y le metieron todo ese mundo en la cabeza sin pedir permiso. Porque aún estaba en un proceso de deconstrucción, empezando desde cero y con el que decidiría por si mismo que es lo que realmente le ponía cachondo, porque ya fuese de esa salvaje industria o de otra parte, sería él el que una a una elegiría las piezas que formarían su mundo sexual e íntimo, un mundo de aprendizaje, crecimiento y evolución. Así que no, no podía.
- No pasa nada –continuó ella, sin molestarse los más mínimo, sonriendo incluso con dulzura mientras sentía el miembro de él entrando y saliendo parsimónicamente de su cuerpo.
Pero como digo, él decidía que es lo que incluía en ese nuevo mundo de placer, un mundo que moldeaba a su gusto dependiendo de su estado de ánimo, del momento del día, incluso de la música que estaba escuchando y, por su puesto, de la persona con la que estaba, así que…
- Quieres que deje caer unas gotas de mi saliva en tu boca? -Propuso.
- Por favor! -y de nuevo abrió su boca.
Él recolectó en su boca toda la saliva que pudo y la colocó sobre la lengua, abrió la boca y la asomó. La saliva comenzó a deslizarse hasta la punta y a gotear, un diminuto chorro entro en la boca de su pareja, pero ella, no satisfecha con ello, rodeo con sus labios y chupó los restos que reposaban en tan carnoso órgano a la vez que dejaba escapar un gemido. Él la acompañó.
Este texto debía haberse incluido en el relato:
Relatos Eróticos: MDQ >> BCN
pero creo que ya era demasiado extenso, así que aprovecho para agradecer a quienes se enrolaron en la cruzada de leerlo completo. Gracias!