Querida amiga.
Madrid, 15 de Octubre de 1959.Querida amiga,
Tal y como te prometí, aquí te escribo unas líneas para tu tranquilidad. Llegué ayer por la tarde y aunque el viaje en tren fue largo, todo fue bien y pude descansar toda la noche.
La casa es muy señorial, más de lo que me esperaba.
El Señor es un joven muy educado y me recibió con mucha cortesía. Tal y como te expliqué, sus padres viven a las afueras de la capital, y él vive en la ciudad, donde estudia.
Se llama César, es muy atractivo, puede que tenga un par de años más que nosotras, unos 24 o 25 años quizá. No he querido preguntar, como te puedes imaginar no tengo la confianza.
Madrid es enorme, tan diferente, nada que ver con nuestro pequeño pueblo, pero creo que me acostumbraré.
Espero que no me guardes rencor por mi decisión, Teresa, pues sabes que eres como una hermana para mí. Por favor que no te apene mi decisión de venir a servir. Sé que somos dos afortunadas por haber recibido estudios, pero me sentía asfixiada y necesitaba salir del pueblo. Con mis padres ya fallecidos, no soporto que hasta las vecinas me agobien con mi condición de casadera.
Esta es la mejor forma, es un trabajo tan honrado como cualquiera y luego el tiempo dirá.
Deseo y sé que vas a ser muy feliz con tu marido llevando la escuela rural, ¡qué grandes maestros vais a ser!
Recuerdos a tu esposo y un fuerte abrazo de tu amiga que te quiere,
Sara.
Madrid, 21 de noviembre de 1959.
Querida amiga,
¡Cuánto me alegró recibir tu carta y tus palabras de ánimo! Saber que me comprendes me alivia muchísimo.
En poco más de un mes han pasado muchas cosas, y necesito expresarlo, mi cabeza no para de dar vueltas y doy gracias por poder contártelo a ti, Teresa. Espero que entiendas lo íntima que es esta confesión que te hago, y no dejes de quererme.
A esta casa vienen amigos de César, (me ha pedido que no le llame "Señor") algunos de ellos estudiantes también. Hablan de política, de literatura, a veces recitan poesía y entre tanto beben vino o licores.
Yo suelo mantenerme al margen, me centro en mis tareas y procuro no molestar, pero hace tres noches, cuando les servía café en el salón, César me invitó a que les acompañara. Debí mostrar mucho asombro, porque enseguida justificó su invitación diciéndome que había notado que era una mujer culta, que no era como las otras pobres chicas que suelen servir en las casas de sus amigos, que apenas saben leer y escribir (cuantas veces hemos hablado tú y yo de eso, qué triste que la educación no llegue a todos por igual) y que me había visto curiosear en su biblioteca.
Dudé, pero acepté la invitación.
Me presentó a sus amistades. Dos jóvenes muy agradables, Juan y Fernando: poseen una librería que ambos regentan. Por lo que me explicaron después, se hacen pasar por primos segundos pues viven juntos y así acallan las malas lenguas. Qué pena que dos personas tan encantadoras tengan que esconderse así.
También me presentó a Ivette, una muchacha francesa que estaba de visita, y que también estudia letras como César. Delgada, cabello rubio y ojos azules. Muy elegante, llevaba pantalones como Greta Garbo en aquella película que vimos en verano en la plaza del pueblo.
Creo que César aprovechó que estaba ella para invitarme, para que no me sintiera violenta.
Rápidamente me uní a la conversación, y me sentí segura para hablar de mi gusto por Miguel Hernández y Lorca, y lo complicado que era tener sus escritos a escondidas. Hasta le pregunté a César cómo era posible que en su biblioteca tuviera un libro de Mary Wollstonecraft, ¿no tenía miedo de las autoridades? Tiene una librería muy arriesgada, hasta con libros de política, pero parece que cuando eres de cierto estrato social no estás tan expuesto a ser perseguido, siempre y cuando no te hagas de notar.
La velada continuó amena, y empezaron a jalear a Juan para que nos recitara algún relato.
Le animaban muy jocosamente, y pronto entendí porqué. Comenzó a recitar relatos picantes, eróticos. Tenía una gracia especial, pues les daba un toque humorístico que me resultó muy divertido. Hablaba de alegres campesinas voluptuosas, que retozaban en los pajares con apuestos capataces que poseían miembros sexuales descomunales, y no podíamos parar de reir.
En un momento dado, observé que Fernando deslizaba su mano sobre el muslo de Juan, el cual le lanzaba miradas de complicidad, sin dejar de contarnos sus divertidos relatos.
A su vez, César e Ivette iban arrimándose más y más el uno al otro en el tresillo, hasta que ambos entrelazaron los brazos por sus cinturas y César desabrochaba la blusa de Ivette.
No me incomodaba, Teresa, te lo prometo por nuestra amistad, pero de repente me sentí fuera de lugar.
Mi cara debió delatarme, pues Ivette se dió cuenta y se acercó a mi, me cogió suavemente la mano y me dijo: "Sara, nunca hagas nada que no quieras hacer, y haz todo lo que tu corazón y tu cabeza deseen".
Soltó mi mano, volvió junto a César y ambos me miraron sonriendo antes de fundirse en un beso.
Me quedé allí, confusa, mirándoles. No sabía que hacer.
Pensé que a pesar de mi privilegio académico y haber despertado mi curiosidad al aprendizaje, no sabía nada del placer, de mi cuerpo ya de mujer y de las sensaciones que se despertaban en mí al ver a aquellas personas libres y sin complejos. Mi única experiencia sexual, tú lo sabes Teresa, fue con el único novio que tuve en el pueblo, y que sólo disfrutó él...
Juan y Fernando empezaron a quitarse la ropa sin dejar de besarse, no les importaba que yo estuviera presente. Nunca había visto algo así, dos hombres acariciándose y expresando su deseo. Los vi desnudos, Teresa, y noté cómo me excitaba ver sus miembros erectos mientras se tocaban el uno al otro, hasta llegar a entregarse por completo.
En el tresillo, Ivette descubría su ropa interior de encaje, y me recordó a las blondas de las bandejas de dulces en días de fiesta. Era un encaje fino, color rosa pálido y semi transparente sobre su piel perlada y maravillosa. César mostró su torso hermoso y varonil cuando ella le quitó la camisa, y me estremeció verlo así. Ivette comenzó a besarlo bajando hasta su pantalón, el cual desabrochó liberando el pene de César. No pude evitar llevar mi mano a mis pechos y exhalar un suspiro de deseo tan evidente, que César e Ivette se giraron hacia mí.
César extendió su mano invitándome a unirme a ellos, asentí con mi cabeza y me acerqué a ellos quitándome el delantal, la camisa y la falda. Me hicieron hueco entre ellos dos, y me senté apoyándome sobre él, pegado a mi espalda y ella frente a mí. Ivette me quitó el sujetador y al descubrir mis pechos, me dijo dulcemente que era preciosa. César acariciaba mis hombros deslizando sus dedos por mis brazos mientras ella acariciaba con sus finas manos el contorno de mis pechos y lamía mis pezones. A la vez, notaba la respiración y los besos de César por mi cuello, y era tal mi excitación que por un momento creí que me iba a desmayar, Teresa, era puro éxtasis por toda mi piel.
El placer hacía que mi cuerpo se contoneara sobre César que cada vez jadeaba más fuerte en mis oídos mientras notaba su erección en mis nalgas.
Ivette seguía lamiendo mis pechos y llevó una de mis manos hacia el interior de sus piernas. Podía haberme quedado ahí, acariciando sus muslos, pero deslicé mi mano sorteando el fino encaje hacia su vulva caliente, húmeda y suave. La acariciaba y deslizaba mis dedos con suavidad por su sexo, lo que le provocaba más placer del que me podía imaginar.
César giró mi cara delicadamente hacia él para besarme con sus labios, con su lengua, mientras en ese ángulo pude observar cómo Juan y Fernando se deshacían con un sonoro quejido de placer de camino a su clímax, quedando abrazados y observando nuestra escena.
César se recostó por completo en el tresillo, yo me deshice de mis bragas, y me monté sobre él como si fuera una amazona. Su pene era duro y apetecible...tuve que guiarlo con una de mis manos para introducirlo en mi vagina y comencé a balancear mis caderas provocándome un placer que invadía todo mi vientre.
Los gemidos de César fueron amortiguados por Ivette, que posó su entrepierna sobre su boca y que él empezó a lamer con avaricia.
Y ahí estábamos ambas, sumidas en un placer inmenso, con un hombre entregado a nuestro gozo, de frente la una a la otra.
Nos agarramos ambas por la nuca, sin descabalgar ninguna de las dos del cuerpo de César, y pude besarla en sus labios de fresa, dulces y jugosos...
Creí que me moría de gusto, Teresa, fue el clímax más salvaje que jamás hubiera podido imaginar.
Ivette me siguió con su orgasmo, y al apartarme extenuada de ellos dos, ella se acercó felina con su boca hasta el pene de César y le hizo una felación hasta hacerlo eyacular...
Quedamos los tres perfectamente derrotados en el tresillo, sin dejar de mirarnos con una sonrisa en los labios...
No sé qué vas a pensar de mí, Teresa, no podía guardar esta experiencia, no me juzgues por favor.
Espero tu carta, y con ella tu comprensión.
Te mando un fuerte abrazo, tu amiga que te añora,
Sara.
Madrid, 19 de diciembre de 1959.
Mi querida amiga Teresa, mi hermana y confidente.
He llorado como una niña al recibir tu carta. Primero, porque al tardar tanto en escribirme temía que no lo fueras a hacer más tras contarte mi experiencia, y segundo, que tus palabras sin juzgarme me han emocionado muchísimo.
Entiendo también tu consejo de que sea cauta, que cuide mis emociones y sentimientos. Que no me deje llevar sin más y que mantenga el sentido común que me caracteriza.
¡Y me has sorprendido también! Que me digas que vas a proponer a tu marido sexo oral, ¡de verdad que me ha encantado! Seguro que lo vais a disfrutar, y él se sentirá afortunado de gozar de esos juegos de dormitorio junto a su amor.
Por aquí, decirte que me voy a París, Teresa. Me voy con Ivette y César a pasar las fiestas de Navidad y año nuevo. Luego él volverá a Madrid, pero yo me quedaré con Ivette.
Los días posteriores a la experiencia que te conté, seguimos experimentando juntas, y a veces incluso invitamos a César a nuestra cama. Hay tantas formas de amar y sentir, Teresa...
Allí seguiré trabajando, cuidando niños de casas adineradas, y cuando aprenda bien el idioma, Ivette me ayudará a prepararme para ser profesora en un instituto de Bachillerato.
Dice que la nueva década de los '60 nos traerá cambios importantes, y no me lo quiero perder.
Tenemos planes para en Pascua y verano viajar a la playa con César, Juan y Fernando, con quien tan bien nos lo pasamos (y no sólo en el plano sexual).
No sé lo que me deparará el destino, pero sí que he encontrado mi camino.
En cuanto llegue a París, te enviaré mi nueva dirección.
Tu amiga que te quiere con todo su corazón,
Sara.