ENTRE MUJERES- 31. Montse
Lo esperaba. Quizás no de esa manera, sin intermediarias. Las voces de Montse no le hicieron mover la verga, sí el corazón. Unas partes podían más que otras. La maestra le pidió un nuevo encuentro. No le importaba pagar. Quería que la comiesen, gozar de una polla en su chocho, follar. Pedro escuchaba. Borró la faz de Montse. Se instaló en los sonidos. Esa voz sugerente, sincera, salaz podía ser la de una operadora. Sí, de aquellas que te prometían vaciarte en una llamada.—Te voy a chupar la polla –se mudaba la maestra.
–¿ Sólo eso ? –quiso jugar el hombre.
Y las palabras de la necesitada comenzaron a correrse. No sólo le comería el falo. Su boca ceñiría testículos, crearía leches. Luego la lengua danzaría sobre el tronco, lo colmaría. Se alzaría en el bálano, paladeándolo. Sumergiría el rabo en sus tragaderas. Mete y saca ávido. Pero el final era detrás. La promesa de lamerle el culo, de jugar con los nervios de Pedro. De hacerle sentir como nunca.
No, no era el corazón. ¡ Era el nabo ! Se movía.
–Montse, tía, para… que me corro. Te espero en mi casa. Media hora te doy. ¡ Veeennn…!
Las humedades por fin. Más sentidas en faz que en vulva. Las lágrimas de la mujer por sentirse hembra. Montse deseada. Feliz, fémina. Con pìernas para subir los cinco pisos. Con mini para empinar. Con lengua para lamer, boca para chupar, coño a penetrar. MUJER.
Metódica, Montse cumplió a rajatabla sus palabras. El griego, mejor que el de Cloti. Con más amor, con menos técnica, con pasión. La madre de Fernandito acostumbrada al más allá, a múltiples rabos, a lascivia variopinta. Ducha en francés, experta en griego, con machos varios a la vez, Pedro era uno más para Cloti.
Montse, virgen hasta Pedro. Caliente, y en ocultación. Pero ahora su boca se había bañado en semen. La leche que ella había provocado inundaba el paladar.
La vuelta al lecho fue derribar diques. Fluir de emociones. La maestra soltó sus lustros en soledad, con la sola compañía de su mano sobre el clítoris. Hurtándose a las conversaciones picantes de las normales. En la escuela, únicamente entre mujeres, las confesiones subidas de tono, ensayando la vuelta de tuerca. Ella callada. A lo más “ no me gustan esos temas “. Los adoraba, le hacían llorar. Fea, gorda, vestida para que no la viesen. Ahora los acentos se vertían de sus labios. “ Cuerpo “ la llamaban entre risas y privacidad algunas compañeras. Ella lo presentía. Mejor olvidar, echárselo a la espalda, continuar. En otros ámbitos, las mismas tristezas. la decepción de saberse peor que invisible en las discotecas. Aquel “ es guapa ésa que hay detrás “ dicho por un grupo de veinteañeros, desde el sarcasmo sin compasión. Daño. Dolor. Voces que se repetían. Vetos para imaginarse mujer. Ser deseada como paraíso, edén, felicidad. Follar con quien sea. Al final, pagando.
Pero no costearía nada con monedas aquella noche. Era la lengua y la boca. Las partes del cuerpo, sí, el de Montse, llevarían al filólogo al goce.
Y Pedro en empatía. Comprendía. El también había sido patito feo. Él, risible. Él, en lágrimas tras un “ vaya cara “ y una carcajada. Él, parapetado en libros. Se acordó del viejo, de Hank:
–Montse, hay un poema de Bukowski que me ayudó a vivir en mi adolescencia--. Y el profesor leyó para la maestra.
“ EL PRIMER AMOR
Una vez
a los 14 años
los creadores me dieron
mi único atisbo de
esperanza.
a mi padre no le gustaban
los libros y
a mi madre no le gustaban
los libros (porque a mi padre
no le gustaban los libros).
sobre todo los que traía
de la biblioteca:
D. H. Lawrence
Dostoyevski
Turguénev
Gorki
A. Huxley
Sinclair Lewis
otros.
dormía en mi cuarto
pero a las 8 de la noche
teníamos que acostarnos:
"a quien madruga,
Dios le ayuda",
decía mi padre.
"¡A DORMIR", gritaba.
entonces metía la lámpara de la mesilla
debajo de las mantas
y con el calor de la luz oculta
seguía leyendo:
Ibsen
Shakespeare
Chéjov
Jeffers
Thurber
Conraid Aiken
otros.
me transmitían esperanza
y emoción en un lugar sin
esperanza ni emoción.
me lo tomaba en serio.
pasaba calor debajo de las mantas.
a veces la lámpara o las sábanas
humeaban, como si se
quemaran;
entonces apagaba la lámpara
y la sacaba fuera
para enfriarla.
sin esos libros
no sé muy bien
en qué me habría
convertido:
un loco; asesino
de mi padre;
un imbécil, un retrasado;
un soso desesperanzado.
cuando mi padre gritaba
"¡A DORMIR!"
estoy seguro de que temía a
las palabras bien escritas
que con delicadeza
y sensatez
surgían de
las mejores obras
literarias.
y allí estaban
a mi lado
debajo de las mantas
más femeninas que cualquier mujer
más masculinas que cualquier hombre.
lo tenía todo
y
lo hice mío. “
Y Pedro repitió, en un susurro, " me transmitían esperanza y emoción en un lugar sin esperanza ni emoción ". Le habló de su sufrimiento. De los años de marginado. Los libros como evasión; historias donde encontrar otras mujeres. Desdichadas también. Le contó a Montse de Sonia, la prostituta que leía el libro eterno a un asesino; de Leni, la chica más aria de Alemania, enamorada de un esclavo de guerra soviético; de Fantine, meretriz por amor a Cosette, redimida por Valjean. Mientras hablaba pensó en citar a Claudia, la habitante de la “ Montaña mágica “, embriaguez de los sentidos para Hans Castorp. Entonces se dio cuenta. Todas bellas. Desdichadas, pero atractivas para los hombres. Rumió la pregunta: ¿ se podía ser mujer y fea ? Recordó aquello: el problema de las mujeres es que no podían ser feas. Montse lo era, y gorda.
–Montse, me has hecho disfrutar, de verdad. Te llamaré. Cuando quieras, hazlo tú…lo de llamarme, digo. Lo pasaremos bien. Como hoy.
–Llámame tú. Quiero ser una más. Ser buscada, esperada. Deseada.
–Lo haré.
Besos en las mejillas. Montse bajaría aquellos cinco pisos. Se sentía hembra, por fin.
Y en la soledad de su quinto sin ascensor, ya sin Montse, Pedro no lo pudo evitar. No sólo por negro sobre papeles blancos había flotado Pedro. Las canciones como historias en tres minutos, creadas e interpretadas por hombres feos. Brel, el belga, el que entonaba el deseo de ser, por una vez, bello, bello, bello e imbécil a la vez. Noel Nicola, el vampiro cubano, dedicado a una imaginaria María del Carmen. Y Sabina, flaco en su normalidad, con aquel “ Besos en la frente “ que se aposentó entre los oídos del profesor:
“ (...) Invisible entre la gente
Condenada a ser decente
Según fama que del cuello le colgaron
Los que nunca la invitaron
A su cama (...)
“ (...) Nadie sabe cómo le queman en la boca
Tantos besos que no ha dado
Tiene el corazón tan de par en par y tan oxidado
Ojos lujuriosos de hombre que en el último metro
Buscan y desean
Nunca miran dentro del escote de las feas (...) “
“ (...) Besos en la frente
Besos en la frente le dan
Besos en la frente
Nadie trata de ir más allá
Yo quise probar (... )
Y Pedro sorbió un líquido salado. Se vio adolescente. Montse.