ENTRE MUJERES- 29. Grushenka
Pasó la semana en las letras de “ Grushenka “. El libro lo golpeaba. No por el desvelo sexual de las palabras, sino por la violencia de las acciones. La esclavitud de la protagonista. La carne golpeada de una sociedad de siervos. La explicación social e histórica, a 200 años de antelación, de la represión estalinista industrializada. No sabía si era crueldad, curiosidad, deseos de amante de la historia u obscenidad. Probablemente era un revoltijo de esos sustantivos abstractos, incluso del primero. Por eso, deteniéndose en las experiencias de Grushenka en la casa de baños, decidió ir el sábado adelante, a “ Davai “.
Agua, al menos lo parecía. No le quedó otra que sonreir. “ Vodka “, en ruso, era agüita. Contrastaba el líquido con el vestido de meretriz, negro.
–¿ Es agua o vodka ? –se presentó Pedro.
Grushenka no lo había visto llegar. Demasiadas cosas volaban en su cabeza. Levantó la vista, le gustó.
–Hola, Pedro. Me alegra verte.
El curioso se tambaleó. Las piernas abiertas de la sierva eslava lo sentían de macho. No era eso. Con el traje de profesor, los 80 euros se destinarían a penetrar el alma, no el cuerpo. Pedro tendría que desaparecer, el filólogo curioso, impertinente, ser lector y mirón.
–Sí, ya sabes. –Y el visitante le dio dos besos en la mejillas– He venido con “Grushenka”--dijo, mientras le mostraba el libro.
--No sé qué prefiero. Es otra manera de penetrarme. A veces creo que más dura –lo miró a los ojos Olga.
Subieron. De nuevo la escena. El cuerpo de Grushenka sobre la cama, tumbado. El hombre sentado en la silla, con “ Grushenka “ en su mano derecha. Comenzó a leer:
“ Tuvo además que ocuparse de una cliente muy distinta. La escogió una señora de edad madura y tipo maternal; era una mujer de mirada amable y cutis rojizo, más fuerte que gruesa, más voluminosa que alta. Mientras Grushenka la desnudaba, admiraba sus carnes firmes, sus pechos grandes y duros, sus piernas musculosas. La mujer acarició la cabeza de Grushenka, la llamó con muchos nombres cariñosos, la felicitó por sus facciones y su cuerpo y no pareció envidiar su belleza. Después de quitarse la ropa, le pidió a Grushenka que le lavara su nido de amor. Una vez hecho lo cual, dijo:
Ahora, cariñito, por favor, sé buena, y vuelve a lavarme ahí, pero ahora con la lengua. Verás, mi marido lleva ya cinco años sin tocarme, no sé si podría volver a encontrar el camino si quisiera, y yo no puedo remediarlo, pero tengo mis necesidades. Verás, de vez en cuando me entra un comezón y entonces vengo aquí una vez por semana para que me satisfaga una lengüita tan capaz como la tuya. Y recuerda que disfruto mucho más cuando se trata de una chica bonita y de buena voluntad como tú. —A continuación, con caricias y mucho cuidado, acercó la cabeza de Grushenka a su entrepierna.”
“ Éste quiere cosas nuevas “ . No sé sorprendió Grushenka. A ella le gustaba. Amante del sexo libre, Olga no sólo se lo había hecho con Arina, con otras también. Le atraía la suavidad de lo femenino, aunque apreciaba las vergas que la llevaban al goce sin ataduras, el reverso del averno en el que se encontraba. La rudeza, era cierto, no sólo estaba en el serrallo. En las calles de San Petersburgo halló frío, dominio, corridas de balde en la boca. Luego, ni adiós. Los hombres como dueños. Ahora era peor.
–¿ Has hecho el amor con mujeres ?--. El mismo Pedro se chocó con la pregunta. Bien sabía la respuesta.
–Claro. Sigue leyendo –ordenó Grushenka.
“ Grushenka empezó a trabajar. Tenía ante sí un campo de operaciones amplísimo. La mujer abrió las piernas;la parte baja del vientre, ambos lados de la hendidura, el bien desarrollado monte de Venus recibieron besos suaves y cariñosas lamidas, mientras las manos bien formadas de Grushenka le palpaban las nalgas. Grushenka tomó alternativamente con la boca los labios anchos y largos de la cueva y los acarició con labios y lengua, mordiéndolos tiernamente de vez en cuando. Entonces encaminó sus esfuerzos al objeto principal, o sea al fruto de amor ancho y jugoso que allí estaba, dispuesto a dejarse devorar. La mujer estaba quieta, sólo sus dedos trataban de acariciar las orejas de Grushenka, pero ésta se los sacudió. Sin embargo, cuando la lengua se puso a juguetear con el tallo blando de aquel fruto y lo lamió y frotó más fuerte, la ramita comenzó a enderezarse e inquietarse. Entonces, la mujer empezó a agitarse y sacudirse apasionadamente, y sus palabras de cariño se convirtieron en maldiciones. Grushenka no podía entender qué susurraba con tanta grosería, pero en aquel monólogo se distinguían frases tales como «quita esa maldita cosa», o, «condenado hijo de puta».
Finalmente, cuando consiguió llegar al orgasmo, la mujer cerró sus fuertes piernas detrás de la cabeza de Grushenka en forma tal, que por poco ahoga a la pobre muchacha.”
Paró el profesor. Olga, con los ojos cerrados. Sonreía.
–¿ Parece que te gusta lo que he leído ?
Hubo un silencio.
–Sigue –mandó Grushenka.
“ Soltándola, se sentó en la mesa, se rascó el vientre sumida en sus reflexiones, y murmuró, más para sí que para Grushenka:
—Es una vergüenza que una vieja, madre de una hija ya mayor… pero ¿qué le voy a hacer?
Pronto estuvo sentada en su tina: una respetable matrona con aspecto amable y conducta refinada. Le dio una buena propina a Grushenka.”
–Es sorprendente, una buena mujer rusa a casi tres siglos de distancia. Pocas hay como esa hoy –abrió los ojos azules.
–¿ Pero aquí no pueden entrar mujeres ?
–He hecho el amor con mujeres aquí, sí, en este puticlub donde vivimos.
–¿ Aquí ? ¿ Con quién ?
–Con compañeras. En orgías para los jefes.
Y Grushenka explicó como a Serguei, el capo máximo, le gustaba contemplar tortillas. Allí se reunían los jefes Por suerte a ella le encantaba estar con mujeres. En el mundo cruel en que se movía, lleno de pollas duras, de bolas con pelo, el cuerpo blando y suave de las compañeras era el edén. Su preferida era Oksana. Capiculadas, conocían que los capos se derramarían por sus cuerpos, sus maneras.
Siempre lo mismo. Primero el roce de la palma sobre el paquete. Después, en el baile de suspiros mercenarios, las lenguas de las chicas emergiendo clítoris. Los tíos cercanos con las manos en los falos. Un arriba y abajo en estallido.
–Y así nos bañan en su leche. Nos convierten en Cleopatras –acabó Grushenka, en claudicación cautiva.
Se dio cuenta Pedro. Resignación. No había alternativa. Siempre la dinámica dominante-dominado. Sin máscaras en Rusia, con miramientos en España. Poco podía un simple profesor de literatura. Una vida normal. Sin humillaciones perpetuas.
Pagó los 80 euros. No volvería.