Té con canela.

Cuando llegué a casa, él estaba trajeado sentado en el sofá tomando un té con canela cuyo aroma llenaba el salón. El sol del atardecer entraba por el ventanal llenando la habitación de una preciosa luz. Su olor y aquella atmósfera dorada me envolvieron. Llevaba todo el día con ganas de follar imaginando el encuentro y aquella escena era justo lo que tenía en la cabeza. Colgué el bolso, dejé el maletín del ordenador con el abrigo. Recoloqué mi traje de chaqueta y tiré de las medias. Me acerqué hasta él y le besé suavemente en los labios. Su olor me embriagó, haciendo que me sintiera algo mareada y aumentando lasmis ganas. Sentí el latido en mi vagina. Estaba como loca por empezar.

Me senté frente a él sobre la mesa de centro del salón. Con aquella luz, la casa se veía muy bonita y me hizo sentir segura, arropada. Él me miraba con cariño pero sentía su deseo en aquella mirada. Desabroché la chaqueta y subí la falda hasta mostrar el borde de las medias. Me gustaba ver la costura de hilo color fucsia del bordado. Respiré hondo y llevé mis manos hasta las rodillas para acariciarlas. Cerré los ojos y aspiré su olor. Olía a cedro, a jabón y a canela. Separé un poco las rodillas y junté los pies. Me gustaba el efecto de aquellos zapatos de taconazo en mis pies. Me sentía tremendamente atractiva con ellos y me excitaba pensar el deseo que despertaba con ellos. Me encantaba sentir cómo su simple sonido al caminar atraía las miradas al pasar. El tacto de la seda de mis medias de follar completaban la sensación. Sin darme cuenta, entretenida por mis pensamientos, mis manos habían alcanzado la parte de los muslos que quedaba desnuda sobre las medias y mis uñas acariciaban la suave piel que se erizaba a su paso.

Abrí los ojos y vi lujuria en su mirada. Ardía de puro deseo. Aquella mirada me excitaba y mis dedos acariciaron la suave tela de la braguita. Me mordí el labio al sentir como la tela empezaba a humedecerse al paso de mis dedos. Cerré los ojos e inspiré profundamente. Comenzaba a oler a sexo. Lentamente seguí acariciándome entre los muslos sintiendo mis labios abrirse con la misma lentitud.

Subí mi mano y fui desabrochando lentamente los botones de la blanca blusa de gasa. Cada roce erizaba mi piel y noté cómo él se iba tensando recostándose en el asiento echando la cadera adelante. Instintivamente deseé poseerle y arañé mi escote despegando la tela del sujetador de mis pezones que se hincharon al instante. Entrecerré los ojos y fui acariciando mi cuerpo desde mis hombros hasta el cuello para luego bajar por el pecho y abdomen, mis muslos hasta las rodillas y volver por el interior hasta mi entrepierna.

Respiré, volví a mirarle y vi cómo se apretaba sobre el maravilloso bulto que escondía el pantalón. Me sentí poderosa al notar su tensión, su atracción hacia mí, su deseo y comencé a arder. Os hablo de una auténtica sensación de burbujeo en la piel, de calor instantáneo, de energía concentrada en le cuerpo y que podía ser canalizada a mi antojo. Le miré fijamente, con fuerza. Estiré los labios y sople suavemente para controlar la respiración que empezaba a descontrolarse. Aquel ejercicio me dio control sobre mi core y comencé a apretarme los pechos mientras respiraba. Sentí aquella energía concentrarse en ese espacio entre el útero y la vagina y apreté con cada espiración. Saqué mis pechos de las cazoletas y pellizqué mis pezones en cada inhalación. Él comenzó a masturbarse frenéticamente ante el espectáculo que yo le ofrecía y, sintiéndome enaltecida y poderosa como una deidad, hablé por primera vez con total naturalidad como si lo fuese:

-Arrodíllate y haz tu ofrenda.

Noté su dificultad al incorporarse pues su cuerpo seguía temblando y la fuerza del deseo que emanaba mientras se arrodillaba obedientemente ante mí con su polla en la mano. Tiré de su corbata y le acerqué mi pie a la cara pasando el tacón por sus labios. Como a cámara lenta, él fue lamiendo mi tobillo y mi puente hasta la puntera y gemí al sentir su esperma caliente salpicar mi pierna y caer sobre mi otro empeine. Cuando hubo terminado, sin parar, me descalzó y, agachado, cogiendo con devoción mis pies, comenzó a chupar mis dedos metiédoselos en la boca mientras era yo la que, apartando la tela de la braguita, se masturbaba. Toda aquella energía concentrada en mi core bajó de pronto hasta mi clítoris y, junto a un explosivo orgasmo, un chorrito brotó cayendo sobre él. Aquella repentina humedad extrema me permitió frotar mi vulva con rapidez y hasta provocarme un segundo orgasmo que me hizo apretar los músculos vaginales hasta liberar la energía que aún quedaba mientras aullaba jadeando para acompasar aquellos placenteros espasmos musculares con la respiración.

Él quedó en el suelo, acurrucado abrazado a mis piernas, y yo abracé su cabeza enredando mis dedos en su pelo. Besé su cabeza y sonreí al sentir mi humedad sobre él. Inspiré su olor, sentí el olor del té y la canela, ahora mezclado con el olor a sexo, y me sentí plena.