ENTRE MUJERES- 24. Denise
Sara fue el final de curso. El verano en la playa sin telas, o apenas, mudaría el pene, libre bajo el sol, en carne codiciada.Pedro había conocido a Denise junto al mar, en la arena, entre vulvas y vergas al aire. Aunque en la muy madura el tanga era tapadera. Apreciábase en su cuerpo un par de pechos menudos, unas nalgas de melocotón algo pocho y brazos estriados. El atrevido treintañero había plantado la toalla a dos metros, en paralelo a la anatomía de la sesentona belga. Y mientras leía la “Juliette” de Sade, Pedro alzaba los ojos a la cara de la mujer de chocho huérfano. Quería jugar. Conocía él de la atracción de su polla, con sus 19 de largo y 14 de grosor. Divertido fue el día que Denise, mirándole el cipote, abrió las pupilas y dio un respingo de cabello rojo. “ Ésta sueña con comerme la polla “ fue el relámpago que iluminó las ganas del hombre codiciado.
Pero primero fueron las palabras del filólogo lo que degustó la hembra mayor. Con el cipote colgando, Pedro caminaba junto al tanga de Denise. Hablaban de trabajo. Común era en los dos. Ambos profesores de instituto, aunque ya pasado en la mujer . Y mientras las olas de la playa les lamían los pies, la antigua profesora de matemáticas lo reafirmaba: los adolescentes de hoy, esas personas con todos los derechos, huyendo de obligaciones. Semejantes en toda Europa.
–Pedjo, ¿ qué haces el sábado ? –con las erres como jotas, Denise se atrevía a tentar al macho joven.
El aprendiz de gigoló pensó en la belga como clienta. Era la edad, no lo nimio de la presencia. Se veían en Denise restos de atracción. Pero los días de verano a la sombra del acantilado, paseando por la orilla del mar, convertían a la madura en bocado apetecible. Sus años bien llevados, la curiosidad por desnudar de tanga el conejo, la posibilidad de ser agasajado de estómago, empujaron la respuesta.
–Nada, Denise. Tengo que hacer lo que tú quieras –apareció el SÍ apenas emboscado.
–Pedjo, te quiero invitaj a cenaj en mi casa.
Los columpios de aquella plaza contemplaron al hombre encorbatado. Llevaba un ramo de rosas. Pedro quería probar, jugar, experimentar, saber. La diferencia de edad invitaba a la indiferencia. Esos 69 de la belga despertaban la risa interior de Pedro. No había duda: Denise le chuparía la polla, pero él se cogería a sus años para entrenarse y ejercitar la inversión, esa postura sexual ilustrada con cifras invertidas. Le serviría para practicarse como acompañante de señoras, su nueva profesión. ¿ Quién lo hubiera dicho ?
Después del timbre pulsado, una mujer con bata sexy de tul y encaje negro en las braguitas. Un perfume de hembra, Feromonas.
–Pasa, cariño –sorprendió la sesentona larga.
Y Pedro volvió a pensar en él. Se imaginó a Denise como odalisca de lujo. Igual que él lo era para cincuentonas de ansias condenadas al rechazo, Denise lo podía ser para caballeros de más de ocho décadas.
–Estás preciosa, Denise. Los hombres pagan por mujeres como tú –y él mismo se asombró de lo cierto de las palabras.
Mejillones, fritas, carne de cerdo, patatas asadas… Bélgica sobre la mesa. Gustaba. Lo esperaba el profesor. Era la polla la que se movía fascinada.
Pero no fue la verga la agasajada. Las bolas del macho joven cupieron perfectas en las tragaderas de la veterana loba. Temor fue lo que se pintó en el glande ante el flujo desbordante.
–Denise, un 69, no me quiero correr…- consiguieron articular las cuerdas del filólogo.
El chocho en sazón, sin bosque, fluía de rocío. El hambre de hombre significaba humedad. Las pajas nocturnas, diarias, en recuerdo del cipote visto en la mañana, se cambiaban ahora en verdad. La punta de la lengua creció el clítoris que, liliputiense por edad, devenía molino erecto. El tremendo apetito de macho bañaba el paladar, lavaba los dientes…olvidaba el sexo otro.
El falo, solitario de labios ajenos. Tanto era el placer que Denise no podía dirigir, dominar, libar la polla de su colega.
Ah, ah, ah…merci, Dieuuuuuu…– La corrida en francés como primera victoria.
Pedro, de pie, junto a la cama. El pene férreo, brillante en el glande. Entero. No quería derramar su leche.
–No te has cojido. Quiejo que me folles y te cojas –ordenó Denise
El hombre joven se quería en prueba. Desconocía la madura los trabajos ocultos del profesor. El dominio de la voluntad como principal virtud en cualquier tarea. Más si se trataba de domar el cuerpo.
-No, Denise. Tengo la polla hecha un nudo –se urdió la excusa.
Denise sintió otras humedades, saladas, en lo alto. Aplacado el río de los bajos, no se esperaba que el rocío amaneciera en los ojos. Pedro en duda. Nuevamente la certidumbre. Le faltaba dureza de corazón tanto como le sobraba acería en machete.
Sorprendido quedó de sus palabras, ni él mismo las esperaba.
–Denise, me estoy probando. Me alquilo a mujeres. Ellas siempre tienen que venirse antes que yo. Soy serio–. Y se pasmó.
Silencio. Luego sorpresa. Cavilación. Deseos. Sonidos.
–Métemela, poj favoj.
Y el joven pene se desparramó en la vulva ducha.