Habitación 406
Los besos en el ascensor dejaron de ser dulces y suaves. Les podía la prisa, el deseo.Sus lenguas luchaban por mover la del otro, por saborearse mutuamente, con los labios atrapados por esa pasión. Unos labios que pedían ser mordidos mientras las lenguas también los recorrían con lujuria.
Las manos de ambos acariciaban los cuerpos ajenos. Él había subido del culo a la espalda, por debajo de la camiseta. Los pantalones vaqueros de ella le hacían muy buen culo y lo volvió a apretar con ambas manos. Ella se separó unos centímetros para poder meter la mano entre ambos y tocar su sexo.
Llegaron a la planta de la habitación y recuperaron momentáneamente la compostura. Ella sacó la tarjeta de su bolso mientras caminaban hacia la 406. La de siempre, la que les gustaba más por las vistas que tenía... del edificio de enfrente.
Encendieron las luces de la mesita de noche y dejaron en el escritorio lo que llevaban encima, excepto el deseo.
Ella lo agarró por la camiseta gris para atraerlo hacia sí y lo volvió a besar con pasión. Esta pieza de ropa, que tanto le representa, le duró poco. Con delicadeza, ella se la quitó mientras besaba su abdomen, su pecho, su cuello. La tiró al suelo y se puso en cuclillas delante de él, con las piernas abiertas.
Los dos sabían que venía ahora. Lo habían hecho otras veces y siempre repetían. No, no era monótono. Era su juego, su ritual, su disparo de salida para todo lo demás que venía en cada encuentro.
Él la miraba, le brillaban los ojos de deseo. Ella, desabrochando el cinturón y los botones de sus jeans, sonreía, atenta a la polla atrapada en aquel slip negro. Le bajó la ropa sólo lo justo para liberar el miembro erecto. Él seguía con el pantalón puesto, pero su polla ya estaba en las manos de ella. Se la pasó por la cara, le gustaba hacerlo antes de tocarla con su lengua.
Con los ojos cerrados, le gustaba sentirla, notar su tacto suave, su olor... Sí, con los ojos cerrados podía amplificar los otros sentidos.
La vista privilegiada de él, desde arriba, no lo dejaba indiferente. Veía cómo ella jugaba con su polla a ciegas, buscándola, sintiéndola por toda la cara.
A él le encantaba verla, le encantaba mirar todo lo que hacían. A ella le gustaba sentir y no le importaba tener los ojos cerrados.
Abrió la boca para humedecer con su lengua toda su zona púbica mientras su mano izquierda coqueteaba con el miembro erecto y sus testículos. La derecha la llevó al culo para apretarlo porque a ella también le gustaba el tacto de esos glúteos de deportista.
La lengua llegó a la base de la polla y empezó a lamer de abajo arriba, hasta llegar a la punta, que hacía rato que ofrecía su líquido preseminal, esperando ser limpiada. Su lengua afilada jugó con ese hilo que antes colgaba pero que ahora desapareció mezclado con su saliva.
Abrió la boca y poco a poco fue introduciéndose la polla. Lo miró. Se miraron. Sus ojos conectaron y ambos podían ver el brillo que existía en el otro. Los dos estaban disfrutando. Ella movió su cabeza acercándose y alejándose de él, mientras se miraban llenos de deseo. Ella se llenaba de él y eso la volvía loca.
Colocó sus manos en su culo para poderlo atraer mejor y notar esa penetración bucal con toda su extensión. Le gustaba follárselo con la boca. Daba tirones para que su cintura se moviera hacia su boca. Él, desde arriba, sin perder detalle, disfrutaba doblemente.
Ella le cogió una mano y se la llevó a su cabeza. Ahora quería que el ritmo lo marcara él, que apretara su cabeza hacia la polla dura. Él le acarició el pelo durante unos instantes. Le gustaba hacerlo pensando que ella le hacía lo mismo cuando se invertían las tornas. Ella sabía que pronto le empujaría la cabeza y estaba ansiosa porque pasara. Esa espera la volvía loca, se le hacía muy larga cuando quería que le follara la boca.
Por fin notó el tirón desado. Ahora ella era la follada. Ahora él marcaba el ritmo. Ahora ella obedecía a su dueño. Así se sentía en ese momento, a merced de los movimientos que él decidía. De repente, él optó por separarla, dejarla sin nada. Ella lo miró, esperando para saber qué debía hacer. Él, agarró su polla y se la acercó sin dejársela chupar. Eso la ponía muy caliente. La quería pero no la podía tener. Abría la boca pero no entraba nada en ella. Su lengua estaba preparada y él le llevaba su falo hacia ella, que sólo podía lamer unos instantes. Se la puso en la boca y, por fin, la agarró con las dos manos de la cabeza y empezó la penetración de nuevo. Ella lo miró otra vez a los ojos y marcó una leve sonrisa, apenas imperceptible porque sus labios tenían otro trabajo en ese momento.
(continuará)