El polvo en sus manos.

El polvo en sus manos.
No era la primera vez que Meri veía pasar a esos dos a escondidas por los pasillos del almacén, dirigiéndose hacia el último rincón al final de la nave.
A escondidas por decir algo, porque si les veía pasar cada vez, muy discretos no eran.
Hasta llegó a pensar que se hacían notar para que ella los viera...
Qué gracia - pensaba Meri - esos dos de escaqueo para un buen polvo y ella ahí, tocando el polvo de las cajas que clasificaba una y otra vez.
Su sonrisa escondía cierta envidia y algo de amargura, por el letargo sexual que muy a su pesar, arrastraba desde su última ruptura.

Esa tarde, además de las manos por el polvo de las cajas, le picaba la curiosidad, y decidió acercarse a cotillear.
Dudó si ir primero a lavarse las manos, pero bueno, mirar se mira con los ojos... - pensó.
Se acercó todo lo que pudo, agazapada tras una estantería, asomándose entre dos cajas.

Se olvidó pronto del picor de sus manos. Vio que ella estaba apoyada con la espalda contra la pared, con sus piernas abiertas y ligeramente arqueadas, recibiendo unos lametones de locura... Él, arrodillado y encajado en el húmedo ángulo de ella, disfrutaba de cada lametón, de cada sabroso beso, como si se fuera a acabar el mundo.

Ella ahogaba sus gemidos tapándose la boca con las manos y cuando parecía que se iba a deshacer de placer, él se levantó y la giró contra la pared, metiendo su mano izquierda por debajo de la camiseta de ella, sujetándola por el vientre, y con la derecha sacando su pene del pantalón.

Un pene efusivo como hacía tiempo que Meri no había visto ni disfrutado.

Meri empezó a arrepentirse de no haberse lavado las manos: se estaba excitando a tal velocidad, que notaba cómo humedecía su tanga, se le erizaba toda la piel... y se moría por deslizar su mano hacia su entrepierna.

Con precisión quirúrgica y pensando que era la manera más aséptica posible, Meri enganchó con sus pulgares la cinturilla del tanga y lo estiró todo lo que pudo, con la esperanza de notar al menos el roce de la tela en su clítoris mientras apretaba el interior de sus muslos.

Cuando Meri alzó de nuevo la cabeza para volver a mirar el espectáculo, pensando encontrar ese pene efusivo empotrando a la afortunada apoyada en la pared, se encontró con aquellos dos mirándola, sonriendo con gozo por la pillada y diciéndole... "Meri, ¿te apetece unirte?"

"Por qué no...", pensó Meri, -"no voy a necesitar las manos..."
******r63 Hombre
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