ENTRE MUJERES- 22. Blanca
Profesora, como Olga. El nombre de la compañera lo llevó a la piel de Grushenka. Blanca, entre pinturas, entrando en las aulas. No tuvo dificultad en imaginar Pedro a Olga en esa hora. Dormiría en el burdel convertido en hotel. ¿ Se acordaría de él al despertar ? ¿ Era posible hacer más daño ?“ Blanca Quim “. La palabras y el corazón escritos sobre la página 16 del “ Temps des amours”. Su compañera de trabajo respetable no lo sabía, pero en el día de intercambio de libros Pedro se había topado con el libro de Marcel Pagnol. La sorpresa, ese “Blanca Muñoz” en la primera página. Luego las palabras en castellano, a lápiz sobre las francesas. La declaración, junto a la fecha, delataba a una chica de dieciséis años enamorada de un compañero de clase. Casi la misma edad de Olga. ¿Sería el falo de Quim el primero en la vulva de Blanca ?
Y Pedro se adentró, siempre enmascarado, en la intimidad de las pantallas de la dibujante.
–Hola. De nuevo tu admirador secreto.
–¿ Qué versos me dedicas hoy ?
–Te voy a sorprender –escribió Pedro.
Y en la pantalla de Blanca, la portada del libro del francés. Al lado, el escaneo de la página 16.
–...¡ Cómo ! ¿ Eres tú, Quim ?
La mente se le llenó del recuerdo. Era el sabor amargo, salado, de la corrida en la boca. Noches repetidas en desliz del índice sobre el clítoris, envuelta en sábanas, con el deseo de hombre joven. Aquella tarde, sola en casa, lo invitó.
Y el morreo profundo, de lenguas en combate, fue el pórtico de la pregunta.
–¿ Te gustaría meterte mi pene en la boca ?
Golosa. Era la fantasía esperada. El miembro de Quim entre sus labios, el botón de placer entre sus dedos.
La estudiante siempre se acordaría. Aquel líquido blanco le inundó la boca. Inesperado, rápido. Angustia. Asco.
“ Les temps des amours “ quedó sepultado en aquel baúl. Al fondo, como queriendo borrar la remembranza. Fue por eso que la novela se apareció en la escuela veinte años después. Para huírla.
Blanca había chupado pollas desde entonces. No le gustaba. No le quedaba más remedio. Caliente como era, se ardía por los nenes, los tíos en los veinte la llevaban al edén. Todos anhelaban lo mismo: la mamada. La mujer consentía, la vulva era su dueña. Pero su cuerpo se bañaba en salado. El del semen y el de las lágrimas.
–No, no soy Quim. He encontrado este libro en el intercambio en la escuela –se lanzó Pedro.
“ Debe ser un padre “, le saltó primero. El intercambio era total, la comunidad escolar entera. Alumnos, profesores, padres. Pero también podría ser un chico de los mayores, alguno ya estaba en los dieciocho. Sentía la dibujante como la deseaban. Pantalones siempre, prohibidas las falditas. Le parecía divertido, y cauteloso, como de aviso, el relato de Regine Desforges, aquel “ Le placard aux balais “ que la escritora francesa ofrecía como aviso a las docentes voluptuosas. Se cuidaría mucho de calentar a un alumno en plena clase. Aunque a ella no le hacían falta minis, ligueros ni orfandad de bragas. Bajo el pantalón, el culo. De sobras.
–Tampoco soy un alumno. Tranquila –y serenidad fue lo que sintió la profesora.
--Un padre, entonces. No me creo que seas un profe. Sería muy fuerte.
Pedro notó que le vencía lo de bueno. Decidió sin antifaz:
–Sí, soy eso, un compañero de trabajo.
¿ Qué nombre poner ? Entre los 20 compañeros de sexo masculino a alguno podía descartar. Pere, Gonzalo y Dani no podían ser. Eran gays, simpáticos, homosexuales. ¿ Descartar a los casados ? No, quizás a los solteros. Porque los que tenían pareja oficial tenían motivo. Ocultar era sinónimo de sobrevida. Lo que la confundía era la habilidad para componer. Probable fuera que la especialidad del tapado fueran las letras, y en castellano. Los dos de filología española eran solteros. ¿ Pero no le había dicho el mindundi de Pedro que la especialidad de Nabokov era la zoología, las mariposas ? Podía ser cualquiera con pareja.
–Me lo tienes que decir –-no le faltó a Blanca para el imperativo.
--Me lo pienso. No quiero ser malo. Te envío otro poema para la espera.
DULCINEA
Tus labios nos miran, espina y dolor.
Huyó la alegría de tu sinsonte
en galera de nuevo Pasamonte.
Su afanoso recuerdo seca tu flor.
Esos espejuelos que ocultan tu olor
sueñan Quijote por todo horizonte,
hombre que de Afrodita no hurgue el monte
para demudar en ventura el calor.
Ese imán lascivo de tu hombro solar
eriza mi limpia adarga de andante
para que Rocinante monte el altar.
Mas Sancho sensato verbo osa perlar:
“ Dulcinea no vive hervor diamante.
La moza es Aldonza trocada en manjar “
La foto junto al mar, con Blanca sentada. Los ojos tras espejuelos. Pero adentrarse por los caminos del amor con una compañera casada le parecía errar. Nacía de ahí el terceto final.
--Un beso, musa –y Pedro colgó.