VIAJE A NINGÚN LUGAR. Parte II
La corriente empezaba a llevarme hacia adentro, desnuda me dejaba ir flotando hacia la nada. Las olas del mar suaves hacían mi cuerpo ondear. Vaivenes de una vida sobre mi piel. No había pensamiento, nada más el agua arrastrándome como un bote a la deriva.De repente choque con algo más bien con alguien, mi inercia fue ponerme en pie. Logré posar los pies en la tierra escasamente de puntillas y me agarre a él para no hundirme.
- Ten cuidado hoy hay un poco de resaca– me dijo .
Me sentía aturdida. Centre bien los ojos y le mire a la cara.
- ¿Miguel? - Le dije.
- ¿Nos conocemos? – contestó.
- Si, del conservatorio, ¡estuvimos trabajando juntos!
Me miró muy extrañado, - Te has confundido con otro, yo nunca trabaje en un conservatorio. El caso es que me llamo Miguel. Su cara estaba entre desconcierto y curiosidad.
Puse atención, era Miguel, su cara, el pelo un poco más largo, sin canas, más joven, bastante más joven.
A Miguel lo conocí cuando trabajaba en el conservatorio hace unos cinco años. Yo estaba en la secretaría y él era profesor de piano.
No había mucho contacto, cuando él tenía que hacer algún papeleo, actas, notas de alumnos. En algún momento empezamos a coincidir en el desayuno. El era muy desenvuelto y bromista así que conectamos fácilmente. De todas maneras yo me sentía un poco fuera de su mundo, desconocía el marco teórico de la música clásica, pero siempre sus gracias y elocuencia hacía que saliéramos del ámbito de la escuela.
Él empezó a atraerme mucho y esperaba el momento del desayuno para coincidir con él. Había momentos que me escapaba de la secretaría, paseaba por la escuela y me sentaba en la puerta de su clase para escucharle tocar.
Esa atracción por él como la de un adolescente empezaba a hacerme plantear cosas sobre mi relación de pareja y sobre mí. En ese momento no me daba cuenta, pero intentaba llenar ese vacío y esa insatisfacción de mi matrimonio de alguna manera.
La monotonía había dado paso a la desidia y ésta a la indiferencia. Nos habíamos convertido en dos personas una ajena de la otra, dos personas que cohabitan sin mas y sin ningún objetivo común nada más que continuar con la rutina. Me había perdido hacía muchos años entre la casa y los niños, los niños y la casa, ya no estaba yo. Me fui no se a que lugar, no sé si alguna vez fui yo, porque una cosa es adaptarte a alguien y otra muy distinta es dejar de ser.
Así me encontraba en mi vacío, perdida y llegó Miguel a darme una bofetada de realidad, porque en ese momento que no nos gusta lo que tenemos lo idealizamos todo. Aunque en tanta fantasía había algo que no me encajaba.
En aquellos momentos hubo miradas, hubo tonteos, pero se quedó ahí.
Me sentía tremendamente culpable y en el fondo sabía que lo que tenía que arreglar estaba más profundo, en algún lugar de mi interior.
Durante unos minutos mi mente se había ido atrás a un pasado no tan lejano y en este proceso seguía agarrada a Miguel que no se había movido del lugar.
Las olas me movían como una barca amarrada al muelle. Él me miraba fijamente sin decir nada, solamente sujetando mi cintura, mis pechos flotaban como indicándole el camino hacia mí .
Instintivamente entrelace mis piernas por su cintura, acercándome completamente a él que acompañó mi movimiento y me estrechó más fuerte.
En un silencio nos besamos lento, como si solo fuéramos uno, en una sincronía perfecta, con una suavidad de terciopelo se unían nuestras lenguas. En ese instante el tiempo se había parado. No había mar, no había cielo, solo nuestros cuerpos, ni si quiera se escuchaba el aire. El universo estaba dentro de nosotros .
Yo me incorporé un poco y con una mano cogí su polla erecta y la metí dentro de mi, entro despacio en perfecta sintonía con nuestros besos. Su calor y mi calor como centro del universo creado por los dos.
No había prisas, no había pausas. Su polla se movía dentro de mi como las manos de un alfarero creando un jarrón, precisa, haciendo el hueco perfecto, y está acción era como presionar la tecla de un piano que hacía arquear mi espalda.
Está sinfonía tenían un único final, explotar el uno en el otro y el otro en el uno .
No sé quiénes se encontraron en ese momento espacio temporal, porque ni yo era la de hace cinco años ni él tampoco. No sé si era algo destinado a ocurrir. Lo que si era cierto es que nuestros cuerpos se habían atraído como algo inevitable.