ENTRE MUJERES- 18. Sonia
“ Me he enterado que te has convertido en un latin lover. Y cobrando y todo… “. Las palabras de Sonia eran casi esperadas.Pedro dudó. La llaneza de la mujer del frígido lo eliminaba. Él quería follar con Sonia. Ni pagar le importaría. En ella se doblaban las cualidades de Blanca: lascivia y apariencia. Se podía cenar con ella y ser la envidia de varones comensales.
– ...Y me han dicho que eres muy bueno en la cama, vaya, vaya…
Pedro se sorprendió. Aquello era una invitación a una propuesta.
–¿ Por qué no lo compruebas ? –preguntó el seguro.
–Míralo él. A lo mejor sí, pero tiene que ser mirando al mar, con una buena cena y un regalo caro –-condicionó la muy hembra.
Pedro se esperanzó. Su sexo se aparearía con el de Sonia. Estaba seguro.
Tuvo que sacar el dinero, 100 euros. Eso es lo que tenía que darle a Enriqueta por el apartamento frente al mar. Montse, clienta, pagó. Ahora era él quien abonaría el porcentaje.
Sonia lo comprendió. Aquel hombre en traje, encorbatado, calzado con italianos, era otro Pedro. Por ese varón, si se le ponía dura ante cualquier chocho, la fea tenía venia para dejar billetes.
Y Sonia pasó. Entre luces, más allá del balcón, el mar. Antes, en el salón, tres velas sobre una mesa.
–Estás espléndida, Sonia –eso dijo el afortunado.
La esposa de Anselmo se paró ante el mantel alumbrado, los cubiertos preparados. ¿ Serían las candelas metáforas del falo del sorprendente ? Sonrió la muy hembra ante aquella verticalidad real e imaginada.
–Siéntate. He hecho un plato de pollo al Oporto.
Aquel sábado Sonia era Cenicienta. Ir de fiesta era sinónimo de echar un polvo. Las discotecas como surtidero de machos jóvenes, nenes a los que comerles la polla. Pero antes tocaba comer el pollo. Si se terciaba, probar el falo del sorprendente. Todo antes de las doce. Hora bruja que marcaba el encuentro con Petra, compañera de aventuras venéreas.
Y Sonia, alobada por el tiempo, decidió ponerse el disfraz de carnal.
–Pedro, quiero que sepas que soy sexualmente activa.
Sí, tenía razón. Aquella mujer no tenía pelos en la lengua. Seguro estaba el profesor que tampoco existían en el coño. Era el tipo de hembra.
–Cuando me lo demuestres, me lo creeré.
Sonia lo fijó. Se le agrandaron las pupilas. La condición femenina era en Sonia corriente. Los uniformes la ponían perraca. Un traje con corbata era para ella sinónimo de chichi a cien. Y bajó al pilón.
Sintió el hombre la garra de la loba. Le asió el cipote, que apenas era enguantado por las dos manos de la salaz. El glande regado por la punta de la lengua de la hembra. Un mete y saca bucal que encandiló el pene. No lo admiró el filólogo. Fascinante fue lo que vieron sus ojos. El miembro enguantado por aquel plástico. Los labios metamorfoseados en condón.
“ Chupapollas “. El palabro se metió en la cabeza de Pedro.
Contempló el lecho un fornicio esperado, lento. El índice de la hembra en preámbulo, en maridaje con el clítoris. El rabo comprimido por las paredes de la vagina. Varón en pasmo, el profesor se iluminó. Sonia padecía carencia de polla diaria. Necesitada, apresaba las vergas que se introducían en su vulva.
–Nene, vaya pollón…sigue. sigue…joder…--ululaba la hembra.
Y Pedro se desparramó en el chocho ansiado.
La puerta del apartamento oyó la petición de la mujer de Anselmo:
–¿ Y mi regalo ?
Pedro la sintió como demanda de odalisca. Le amargó .
–Sí, aquí tienes –las feromonas pasaron a la mano de la satisfecha.
¡ Opium ! Ahora entiendo que las feas puedan darte dinero. –Y el guiño del ojo derecho de Sonia fue la última impresión de Pedro aquella noche.