VIAJE A NINGUN LUGAR. Parte I
Era mi primer viaje después de haberme separado, un fin de semana con mis amigas cerca del mar, tiempo para compartir, desconectar y diversión. Llegamos al hotel dejamos las maletas y nos dirigimos a dar una vuelta de inspección por la zona. Agradables chiringuitos adornaban el paseo marítimo lleno de vida y gentío.
Me detuve sobre la baranda para observar los verdes y azules del vasto océano, cuando giré mis amigas ya no estaban, habían desaparecido. Todo parecía diferente, extraño, no me situaba. Mi primer pensamiento fue de desconcierto, una especie de soledad y abandono. ¿Cómo es posible que mis amigas se hayan ido sin esperarme?
Comencé a caminar hacia adelante, de manera automática, sin pensar. Toda la gente alrededor que antes me agradaba ahora me agobiaban, me parecían como almas en pena perdidas en el mismo lugar. Andaba agitadamente de un lado para otro, sin conocer, sin saber, buscando el hotel, mirando cualquier rastro de mis amigas, la incertidumbre gobernaba internamente y me hacía moverme apresurada y caótica como un electrón que gira dando vueltas alrededor del núcleo.
Una pareja se acercó y me ofreció ayuda.
- Me he perdido, no encuentro mi hotel - farfullé apenas sin aire.
Como en una nebulosa debí de decirles el lugar, su cara era extraña como de no conocer,
- No existe este hotel, estás segura de que es aquí.
- Si estoy segura, yo hice la reserva. – Respondí.
No hubo respuesta, sujeta del brazo me acercaron a su coche, me introdujeron y empezaron la marcha. Entonces mi desorientación se convirtió en pensamientos que iban y venían sin sentido. Empezaba a identificar el entorno con más claridad, todo parecía antiguo era como un sueño, cuando miré al frente pude descubrir que me encontraba montada en un Renault 11.
Que extraño que todavía haya este modelo de coche y que ande, pensé, pero según avanzaba me daba cuenta de que nada de alrededor desentonaba con el Renault 11, los grandes hoteles y más modernos se habían convertido en edificios mas pequeños y estaban rodeados de casitas blancas, la gran fabrica de ladrillo que rodea a la costa había desaparecido. La playa limpia apenas sin gente, el cielo azul, las aguas del mar tranquilas, todo iluminado con una luz especial, una claridad fuera de lo normal.
Mis pensamientos pasaban como las nubes en el cielo y mi cabeza ya solo estaba en el paisaje. El coche paró, bajé sin decir nada no hubo palabras, seguí caminando como por inercia, estaba cómoda sola, solamente residía un pensamiento, el de volver a casa. Me adentre hacia la playa y vi una familia hacer castillos en la arena, las niñas divertidas hacían un dique para contener el oleaje, cubo y pala, toda la familia en construcción arquitectónica de aquella torre de arena que fácilmente se llevaría el mar. Sus risas me sonaban y la manera de moverse me eran familiares. Me detuve para observar la escena y pude descubrir que era mi amiga de la infancia Eva, con su melena rubia larga, ojos verdes, era una niña no una mujer. Mi cuerpo se estremeció, estaba en el pasado. Estoy muy lejos de casa pensé, a 30 años de mi hogar.
Caminaba por la orilla en desconcierto, el agua chocaba contra mis pies y en un remolino escapaba para volverme a encontrar de nuevo. Así me sentía yo, como el agua del mar, revuelta, huidiza, en marcha continua, sin parar.
Iba sin rumbo, veía mi vida pasar, de repente a lo lejos dos chicos jóvenes de unos 25 años con toda su energía rivalizaban y saltaban las olas como delfines, reían y forcejeaban, medían sus fuerzas. Me fije en sus cuerpos, bien formados, con sus curvas, como dos esculturas clásicas. Me sentía tentada a acercarme, pero no lo hice, disfruté de la escena como si de una película se tratase cuando advertí que los dos jóvenes eran Alberto y Alex, mis amigos de la universidad. Me iba acercando, ya estaba mas cerca de mi hogar, a unos 20 años.
En mi mente rondaba una idea ¿qué pasaría si fuera a su encuentro?¿ Me reconocerían? ¿Aquella interacción influiría en el devenir de mi presente ahora futuro?
Estaba parada en mis elucubraciones mirando al horizonte, no había nadie alrededor, empecé a desvestirme, era como una forma de liberar, de quitarme pieles, de soltar. Desnuda frente al mar inmenso me tumbe en la orilla, el agua acariciaba mi cuerpo, fría como fría había sido mi vida en los últimos años de mi matrimonio, como congelamos nuestra vida cuando no nos satisface y nos da miedo a cambiar. Se para todo la misma rutina sin emociones, paramos de sentir, pero todo es espejismo porque todo se mueve y la tormenta está en nuestro interior, esa furia que nos dice que algo no va bien, que da igual congelar y seguir con la rutina. Esa tormenta nos golpea, nos paraliza, quietos desde la cubierta del barco sabemos que la solución está en avanzar en soltar amarres, en dejar que la corriente nos lleve, a la deriva, terriblemente asustados pero libres, libres de lo que no nos deja ser.
Ahora era, terriblemente asustada pero era, tumbada en la orilla dejándome mecer por las olas.