ENTRE MUJERES- 17. Blanca
Blanca hacía ojitos. En esa hora del patio lo mejor era mirar a la bella. Pedro llevaba momentos con la vista fija en la profesora. Los 5 metros de madera le daban permiso. La reacción, ese parpadeo que era toda una promesa de trato. La traba: el matrimonio de la dibujante. A veces, Blanca con el anular desnudo. Eso daba esperanzas. Eso y la reacción de hembra oculta y libre desde la aplicación, en la pantalla del portátil.
Vio la imagen. La profesora de plástica sobre el taburete, enseñando muslos. Un vestidito negro. Zapatos rojos, tacones. En la mano izquierda, un anillo redondo, azabache. La derecha acariciando la mejilla de un chico, joven, casi adolescente. Él, tiernos los ojos. Ella, mirada en risa, iris en ron. Bebida.
–Gracias, mi Mireia –era la firma de Blanca.
El respingo no fue por la salaz enredadera del pie derecho. Fue por “ Mireia”. Una mujer, no un adolescente. ¿ Lo sabría el policía ? ¿ O el marido de Blanca era ignorante ?
No iba a llorar el filólogo. Aún podría follar, incluso hacer el amor. Fantaseo con la idea de que a la compañera le iba todo, vergas y vulvas. La sorpresa se vertió en soneto:
Como caballo de Troya en tu diario,
eres la real mujer del tiempo ido.
Te ansío en la distancia sin olvido,
te espío en el recuerdo sin horario.
Tus piernas, ese deseo primario,
tironean de mi falo vestido.
Ambiciona tu jardín prohibido
mi afán carnal de varón ordinario.
Consternado soy un náufrago en Lesbos.
Mientras lloro en el filo de tu falda,
me reconozco derrotado en Héctor.
Hedonista de tus nalgas en griego,
te descubres hasta Safo bien calda
y me condenas al eterno fuego.
El primer cuarteto como disimulo. La sospecha de proximidad, temor. Los otros versos, fluidos por la imagen.
Y el poema navegó hasta la tentadora
–Veo que tienes mucho tiempo, tú, hermoso – ironizó Blanca al otro lado del portátil.
–Tienes unos muslos espléndidos.
–Yo lo tengo todo muy bonito, cariño. Ya ves que también gusto a las mujeres.
–O sea, que te va todo —se rebasó el filólogo.
–Lo que no me va nada son los cobardes. Da la cara. Se puede ser feo y todo un caballero.
–Son más bonitas mis letras que mi cara. Créetelo porque es verdad.
–Sí, pero uno puede escribir bien y ser un impresentable. Tú debes serlo porque no das la cara.
Pensó Pedro que lo peor fuere que Blanca lo bloquease. No era prudente seguir escribiendo palabras de respuesta. Le vino a la cabeza aquella afirmación contenida en “ El curioso impertinente “, la novela ejemplar entrañada en “ El Quijote “:
“ porque no hay cosa que más presto rinda y allane las encastilladas torres de la vanidad de las hermosas que la mesma vanidad, puesta en las lenguas de la adulación. “
Y eso haría. Allanar la encastillada torre de su colega mediante la mejor de las alabanzas: los versos.
Un beso, Blanca. Hasta el próximo soneto --acabó Pedro.