ENTRE MUJERES- 16. Grushenka
Mientras engullía asfalto, el pasmoso gigoló oteaba un nombre eslavo: Grushenka. La del libro, la del lupanar. La misma. Y la puerta del prostíbulo lo volvió a iluminar.Tacones, faldita, tanga. Todo estalló en los ojos. Pedro la divisó. Latigazos. Su mente en las nalgas de la rusa. No era deseo. Era pena.
–Hola, Grushenka.
La eslava sintió. Lo había recordado en los momentos de soledad. En su habitación rodeada de ositos. Allí se fantaseaba al cliente de los libros.
–¿ Te acuerdas de mí ? --se acercó el filólogo.
–Sí. He pensado mucho en nuestra conversación
Era inevitable. Aquellas piernas dilataban el cuerpo de Pedro. Tendría que dominarse.
–He descubierto otra “ Grushenka “. No es la de “ Los hermanos Karamázov “--intentaba salvarse el hombre.
Sonrió la rusa. Otra vez. Tuvo la sensación que aquel tipo se esforzaba. Sabía ella que el cerebro natural de los machos estaba entre las piernas.
–Sólo conozco a la novia de Dmitri y a mí. No existen más Grushenkas –dijo la rusa.
–Yo también creía eso. Al menos en los libros. Pero no. He descubierto un anónimo que transcurre en el siglo XVIII, en la época más dura de la servidumbre.Y se titula “ Grushenka “
–La época más dura de la servidumbre es ahora – resolvió la esclava.
Y Pedro le propuso subir. Pagarle los 80 euros. Grushenka debía escuchar. Luego contar. Él pasaría de follador a lector. Se proponía leer pasajes de la misteriosa novela.
Se pilló la meretriz. Le habían propuesto cosas raras. Nunca hubiera imaginado que el puticlub la vería como profesora. Aquel tipo era extraño, diferente. Le gustaba.
No hubo bautizo de pene. No había necesidad. El lector se acomodó en la silla. La rusa sobre la cama. Se iniciaron las palabras leídas, el pasaje de “ Grushenka “:
“ Grushenka gimió y trató de no temblar, pero estaba tan asustada que apenas podía controlarse. Katerina cogió una de las varas y ordenó a la rubia, que contemplaba la ceremonia sin la menor emoción, que contara en voz alta hasta veinticinco.
El primer azote cayó en la parte derecha del trasero; fue un golpe muy duro, porque Katerina estaba irritada y era una campesina musculosa. Grushenka chilló y tensó el cuerpo como si fuera a levantarse, pero volvió a su posición. El segundo azote , así como los siguientes, cayeron sobre el mismo muslo, donde apareció una marca carmesí que contrastaba con la blancura del resto del cuerpo. Katerina pasó entonces al otro muslo, que tenía más cerca, y lo azotó sin reparos. “
Pedro levantó la mirada. La rusa, con ojos vidriosos. Acostumbrada a la violencia familiar, ahora padecía la de la servidumbre, sin atisbos de piedad. Olga se había rebelado. Olvidaba que estaba mutada en Grushenka. Era una prostituta. Una nueva sierva.
Y los acentos llenaron la sala:
–En Rusia siempre ha sido así. El amo domina al sirviente, el hombre lo hace con la mujer, los padres con los hijos. La mujer siempre esclava.
–¿ Cómo fue lo de tus nalgas ? –se atrevió el hombre.
–Los que nos manejan son tíos. Hay cosas que no quería hacer –tragó saliva la sierva–. Dios nos dio una boca para comer, un culo para cagar y un coño para follar. No deseaba chupar pollas ni que me partiesen el culo. Como ves me lo han acabado partiendo de todas las maneras –sonrió tristemente la esclava.
Por un momento el cliente de historias pensó en pedir el cómo. Preguntar. Se retuvo. Se dio cuenta que aquella mujer era víctima. Era demasiado cruel que contase. Pedro pagó. El profesor se fue.