Dientes de sierra (Colmillo afilado)
—Convendréis todos conmigo en que estos gráficos son impresentables. Podéis cerrar la puerta al salir —zanjó con la voz grave y queda de quien encadena pocas horas de sueño.Nadie se atrevió a añadir ni una palabra más, ni la propia Jota, por más curtida que estuviera en estas lides y a pesar de no ser la primera vez que se enfrentaba a una situación como esa en la empresa.
—A ti te necesito un poco más. Tengo algo para ti.
El choque de trenes estaba anunciado. Probablemente desde el mismo momento en el que eligió esa falda por la mañana. Demasiado corta para un contexto laboral. Demasiado ceñida para pasar desapercibida.
Probablemente desde el momento en el que salió este mensaje con su microrrelato: «Para cuando me corras hoy, ya habremos follado. No olvides que follar conmigo consiste en sacarme los orgasmos que ya tengo en mi cabeza».
El comentario descarado no se hizo esperar ni bien sonó el gozne de la puerta.
—Esa falda es toda una declaración de intenciones. Una declaración de guerra, más bien.
A sus palabras les siguió un gesto inequívoco y directivo con el dedo índice derecho que trazaba círculos caprichosos a media que descendía por debajo de la mesa. Directivo, como no podía ser de otra forma…
—Dos trimestres consecutivos de bajada de las ventas. Y con estos dientes de sierra además. ¡A ver cómo vendo eso ante el Consejo!
No dejaba de sorprenderle su capacidad para acompasar ritmos en la conversación, contemporizando las diabluras que trazaba lengua trazaba con el análisis de los resultados. Muy profesional…
—¿Y para eso todo el número del mensaje? ¿O hay algo más?
—Estrés. Ya sabes cómo me afecta el estrés.
Con la torpeza que da la excitación, atinó a desabrochar los dos primeros botones de la blusa. Blanca, casi transparente. Pequeña, o al menos demasiado estrecha para unos pechos tan generosos.
Generosos, sí. Porque, ni bien se vieron libres de la presión del tela, saltaron agradecidos fuera de la prenda dejando a la vista dos pezones desafiantes como un tercer par de ojos.
—Puedes tocarlos si quieres, pero ni se te ocurra parar ahora. Me tenéis todos de los nervios. Un día me va a dar un infarto. Y ahora necesito descargar para desestresarme…
Dicho y hecho, sexo en boca y pezón en mano, el ritmo al que se movían su cabeza y sus dedos dejaba más que claro que ninguno de los dos estaba dispuesto a bajarse de ese tren (el lector recordará que el choque ya estaba anunciado desde primerísima hora la mañana).
Y como quien conoce muy bien su trabajo (y lo que se trae entre manos), observaba con curiosidad los avances de su buen hacer. No era cuestión de permitir que se escapara un grito en el momento del clímax que alertara a toda la oficina de lo que se estaba cociendo allí dentro desde hacía meses ya.
Echó la cabeza atrás justo en el momento de correrse, desplegando una cascada de rizos cobrizos por detrás del respaldo de cuero del sillón.
No hizo falta decir nada más. Entre ellos sobraban las palabras. Eran lo que eran y, ambos estaban de acuerdo en que no querían más, ni merecían menos.
—Gracias, de verdad. Me has salvado el día.
—A mandar, jefa. A tu servicio, siempre. Estrés donde estrés.
Acompañó esas palabras con unos de esos guiños canallas que Jota negaría bajo tortura que le ponían perra perdida…